El hogar de Leroy era radicalmente opuesto a lo que Horatio tenía en la cabeza. Los niños americanos blancos crecen escuchando historias de negros delincuentes procedentes de hogares infernales y desestructurados (nadie les cuenta nunca que es una verdad a medias y que los casos en los que es totalmente verdad, todo es producto de la pobreza asfixiante a la que son empujados los papás negros), pero el blanco no vio golpes o violencia o inestabilidad, todo lo contrario, sintió el amor y el cariño que rezumaba por las paredes de la casa. Se podía decir que era un “dulce” hogar_ o salado hogar, al gusto_. Sentados a la mesa junto a Jamal, Malcom, Amy, Winny, Lebron y Tacker, hermanos y hermanas de Leroy, por orden de nacimiento, el hombre blanco degustó un magistralmente elaborado estofado de carne. “No me denunciará usted, verdad señor Horatio?”, Preguntó el joven angustiado. Con un carrillo lleno de comida, el blanco contestó “denunciarte?? Hijo, si tu madre me sirve otro plato de este estofado, te levantaré un altar…!” Así, acabaron con el caldero que la mamá Johnson había preparado y llegó el momento de seguir con la marcha. Leroy, agradecido por la sencillez y la bondad, inusual para un hombre blanco, de Hoartio, se ofreció a llevarle en su camioneta. La verdad es que el golpe fue duro, no grave pero fuerte, y la rodilla del de Jacksonville se resentía. No le vendría nada mal unas cuantas millas sentado y una buena conversación amigable y distendida con un joven de la zona que le contara curiosidades y anécdotas. Leroy arrancó el motor, puso la primera velocidad, y salieron a la carretera.
_ Y a qué te dedicas, hijo?_ preguntó Horatio.
_Reparto mercaderías por los alrededores, de aquí hasta la frontera del estado. Es un buen empleo, me gusta conducir y nadie me molesta demasiado…
_ Muy bien! Y tus hermanos estudian? Por cierto, muchos sois en casa…
_Sí, muchos…! A los negros nos gusta mucho la cama y no nos paramos ante prejuicios religiosos o sociales… Y sí, si que estudian, yo me encargo de ello para que no desvíen su camino. Quiero que salgan de aquí y vayan al norte. En esta zona, no pasarán nunca de conducir esta camioneta… Algún día iré yo también, tengo planes, sabe?
_ Ah si? Qué planes son esos? Se pueden contar?
_ Claro que si, señor! Tengo un don, un regalo del cielo, y espero explotarlo. Ya le saco algún partido, pero es poco. Sé que puedo obtener mucho más. Mire…
_ Dios santo!!! Todo eso es tuyo? El corazón te da para llenar eso a presión?
_ Sí señor!! Soy un tipo fuerte y sano. Y no solo es el tamaño, también eyaculo cuando quiero. Comprenderá usted que con esto no puedo, ni debo, conformarme con esta camioneta a tres dólares la hora y el “extra”…
_ El extra? Es lo que me imagino?
_ Si se imagina usted que cobro por ofrecer orgasmos a maduritas y no tan maduritas blancas aburridas, sí, es lo que imagina. Aquí en Chinagroove tengo cuatro clientas, todas muy contentas, y otras cuantas en otros pueblos.
_ Y disfrutas?? Quiero decir, serán feas y gordas y todo eso, no??
_ Sí, algunas lo son, otras no… hay de todo… pero, sabe? Soy un poco vicioso, me gusta el tema muchísimo, y no sabe las cosas que me piden que les haga… No se trata de misionero y a casa, quieren el estilo perro, la puerta de atrás, en la mesa, en el sofá, vestidos… de todo! Y juegos, muchos juegos… chupar aquí y allí, con un dedo, con dos, con tres… A mi me ponen a mil…!
_ Y cobras mucho?
_ No… …unos cuantos dólares por servicio… cincuenta nada más. Demasiado poco para el trabajo que hago…
_ Vaya… me acabo de quedar un poco angustiado… Llevo varios días fuera de casa y mi esposa seguro que no ha hecho ni ademán de buscarme… Posiblemente tenga un Leroy en Jacksonville…
_ No le extrañe… con permiso, claro… Ustedes los blancos viven una doble vida: la recta y decente, de puertas hacia fuera, y la secreta, llena de depravaciones… No me explico cómo pueden creerse todavía ustedes los hombres blancos, que a sus mujeres no les gusta el sexo… Por mi experiencia le puedo decir que les gusta, les apasiona… Cree usted que si los maridos de mis clientas les dieran lo que yo les doy vendrían a mí?? Mire, primera parada, Mooresville. Hago el reparto y vuelvo.
El chico negro bajó de la camioneta, cogió un paquete de la parte de atrás y le entregó en un comercio. El tendero, que parecía también ser el dueño del establecimiento, agarró el paquete y, con desprecio, tiró unos centavos al suelo a modo de propina. El chico dio las gracias y se agachó a recogerlos. Volvió silbando sonriente a la camioneta.
_ Venga!! Vámonos!!
_ Pero cómo aguantas eso, Leroy?
_ De dónde sale usted…?? Lo aguanto porque no me queda más remedio. Si no lo hago, ese tipo llamará a mi jefe y le dirá que “el chico negro que reparte la faltó el respeto a su esposa” y me despedirán sin dudarlo. De todos modos, a su mujer yo no le falto el respeto, solamente me la follo… es buena clienta… por eso sonrio.
_ Eres todo un personaje… Y dime, cuál es ese plan??
_ Porno! Créame, soy una máquina. Ganaré un montón de dinero y me haré famoso y mi familia no tendrá que aguantar a cerdos como ese tendero o como mi jefe nunca más… Hay hermanos que juegan al baloncesto, otros al futbol (americano), yo me lo montaré con blanquitas delante de una cámara… “el gran rey africano” me llamaré…
_ Suena bien… No veo mucho de eso, pero intentaré encontrarte…
Continuaron el viaje en la lenta camioneta del padre postizo de superman y Leroy fue contándole a Horatio todas las mujeres que pagaban por sus servicios y qué hacía con cada una de ellas, cosa que hizo sonrojar al blanco en más de una ocasión, porque escuchó descripciones de posturas y prácticas que nunca habría imaginado por sí mismo que se pudieran llevar a cabo. En la larga lista de mujeres, las había escandalosamente pervertidas, como la esposa del reverendo de la iglesia metodista de Richfield, que no sólo quería a Leroy dentro de ella, sino que usaba un juguete erótico al mismo tiempo por otro orificio, juguete éste que competía con el chico en tamaño; o Mary McGillys, esposa del agente de policía de Chinagroove, una mujer oronda pero muy guapa, cuya obsesión era montar situaciones en las que un supuesto desconocido, interpretado por Leroy, la pillaba desprevenida y se lo hacía salvajemente al estilo “el cartero siempre llama dos veces” en la versión con Jack Nicholson y Jessica Lange; la señora Putwell, octogenaria ella, solamente buscaba una cosa que, al parecer, se llama “mouthfull” pero que Horatio no quiso ni escuchar de qué se trataba. También le dijo al blanco que no dijera nunca a nadie, en el estado de Carolina del Norte, todo aquello que estaba escuchando de su boca porque, literalmente, como no podía ser de otra manera cuando hablamos de que se están beneficiando a las esposas de otros, le iba la vida en ello.
A los dos se les hizo el camino hasta Maiden muy corto, entretenidos como estaban uno hablando y el otro escuchando. Parecía un buen lugar para apearse de la camioneta, pero la verdad es que Leroy era un gran muchacho y sus relatos muy amenos y excitantes. Además, no todos los días uno tenía la ocasión de escuchar intimidades de señoras intachables, lo que abría la puerta a otra actividad aún más interesante que era imaginárselas en esas situaciones y en esas posturas gritando como decía Leroy que gritaban. Hacía mucho tiempo que Horatio no excitaba tanto como haciendo aquel ejercicio de imaginación, y el hecho de que nunca, nunca, hubiera escuchado a su esposa gemir (lo cual puede que fuera culpa del esposo) era algo que aumentaba su excitación al grado máximo. Así que se quedó. De Maiden a Connover y de Connover a Lenoir, final de reparto.
_ Amigo Horatio, aquí me doy media vuelta… vuelvo a Chinagroove… Mire, siga aquel camino, siempre recto, y llegará a Blowingrock, Virginia.
_ Muchas gracias, hijo! Ha sido un verdadero placer compartir contigo estas pocas millas… …y mil gracias por el estofado, lo recordaré toda la vida.
_No, gracias a usted, señor, por no denunciarme… Es muy buen tipo, blanco, pero buen tipo… Quisiera regalarle algo más. Antes de volver, he de cubrir un servicio… más bien, lo que cubriré será a una blanca…(risas) Si quiere, le invito. Ella accederá seguro, es de las más viciosas, y yo podré cobrarle doble… qué me dice?
Horatio Beetle no dudó. Excitado como nunca y después de haber perdido la oportunidad que la señora Pathwick le ofreció, no podía dejar escapar ese regalo, contando también con que, a su edad, no iba a encontrar otra ocasión igual para vivir un sexo que jamás había imaginado. Por la señora Beetle no se preocupó mucho. Nunca lo sabría y, después de todo, seguramente tendría un negrito dotado cerca de su cama desde hace tiempo, por qué no? Quizá el joven Billy, que saludaba siempre con mucho cariño a Sarah, o el jardinero, Mike, que con lo grande que era, si lo tuviera todo en proporción, podría ser el hermano mayor de Leroy… En cualquier caso, aquel maduro hombre blanco, ante la posibilidad que se le había presentado, hubiera emparejado a su esposa con Lucifer con tal de justificarse a sí mismo. Todo menos rechazar!!
Fueron a una casa a las afueras de Lenoir, llegando hasta ella con los faros de la camioneta apagados para no levantar sospechas. En el interior, una mujer de unos cuarenta y muchos esperaba sentada en el único mueble que vestía la casa: la cama. No se alteró ni se puso nerviosa al ver a dos hombres en vez de a uno, y tampoco hizo un mal gesto al saber que tendría que pagar cien en vez de cincuenta. Simplemente se agachó antes ellos y se aplicó con lo que encontró debajo de sus pantalones, alternando uno con el otro. Hoartio se prometió a sí mismo antes de llegar a la casa que no miraría la herramienta de Leroy cuando estuviera erecta, por las comparaciones más que nada, pero no pudo evitar que sus ojos bajaran su mirada hasta ver la enormidad negra. Un sentimiento de inferioridad de apoderó de él consiguiendo acabar con la excitación que traía desde Maiden, aunque no del todo, ya que pronto le llegó de nuevo su turno ahí abajo y aquella mujer se encargó de hacerle olvidar el sentimiento de inferioridad, a Leroy, a su esposa Sarah e incluso su propio nombre.
Los detalles de lo que ocurrió en esa cama me los voy a ahorrar porque ya sabemos todos, a estas alturas, lo que hubo y no quiero que esto, que es una simple historia de un hombre simple, se convierta en un relato erótico o incluso pornográfico, y si alguno que esté leyendo lo que escribo no sabe lo que sucedió y necesita que se lo cuente, que me permita decirle que tiene un problema serio en cuanto a relaciones se refiere si no sabe todo lo que pueden hacer un hombre y una mujer (o dos hombre, o dos mujeres) en una cama, simplemente porque no tiene imaginación y sin ésta, todo se vuelve rutinario y oscuro. Simplemente apuntar que, como es lógico, esa mujer agotó a Horatio mucho antes de que quedara satisfecha y tuvo que esperar a que fuera el “profesional” el que terminara el trabajo. Es cierto que no tenía por qué esperar y que se podía haber ido antes de que Leroy saliera, pero la verdad es que cobraría el doble gracias a él y albergó la esperanza de obtener algunos dólares, que no le vendrían nada mal. Y así fue. El dinero se repartió en un setenta-treinta y a Horatio le pareció bien, ya que estuvo dentro un tercio del tiempo nada más. Después de despedirse y cuando Leroy se hubo marchado en su camioneta, el hombre blanco pensó que podría dormir en esa cama si la mujer le daba permiso. Entró de nuevo y le preguntó a la mujer, que aún estaba terminándose de abrochar la blusa, si podría usar la cama cuando ella se fuera de allí. La mujer le miró, levantó una ceja, paró de abrocharse y le dijo “si, pero con una condición: que me des más antes de dormirte…” Horatio durmió allí.
El despertar en Lenoir no tenía comparación con el despertar en las afueras de Aberdeen. Aquella mujer era insaciable y Horatio ya no estaba para tanto ajetreo, por eso incluso echó de menos los martillos percutores texanos cortesía de la cerveza ingerida. Cuando la tigresa desnuda de la cama exigió el segundo asalto matinal, el cowboy de media noche improvisado cogió su ropa y salió corriendo en busca del campo que Leroy le indicara el día anterior. Sin pantalones, al menos en su lugar natural, de adentró en él sin mirar atrás, no fuera a ser que la hembra corriera con el mismo aguante que demostraba en la cama (y sobre el suelo, contra la pared, de pie…) y entonces sí que estaría perdido, como la presa delante del lobo, condenada de antemano a la morir o por cansancio o por asesinato. En el caso del hombre, sería por agotamiento o por infarto de miocardio y, aunque también dicen que morir entre las piernas de una mujer es dulce, no era una opción que, en ese momento, le sedujera. Mejor correr, fuera esa mujer detrás o no, que no iba todo sea dicho, que más vale un sofoco a tiempo que tener que lamentar después.
Sin darse cuenta, se vio en medio de la nada. El campo, que desde Lenoir parecía fácil de cruzar, era insospechadamente inmenso y le llevaría mucho tiempo atravesarlo. Cayó en la cuenta de la gran paradoja en la que se encontraba: había pasado pueblos y pueblos sin dinero y, ahora que lo tenía, sus treinta dólares ganados con esfuerzo sobrehumano, no había nada dónde gastarlos. Horatio era como el multimillanario que, una vez esquilmado el océano y arrasada la tierra, se dé cuenta de que el dinero no se come y que, sin los demás y sus manías, su dinero, su tesoro, no vale para nada. Treinta dólares, una fortuna en comparación a su saldo en los últimos días, para nada, inservible, inútil… Se quedarían en el bolsillo a la espera de mejor ocasión, si es lograba salir de aquel campo con vida.
Para ello, tendría que fijar una dirección en la que andar y evitar así perderse o andar en círculos, que es el principio de toda muerte en los bosques, desiertos o campos inmensos. Pensó en Troy Brooks. Él sí que habría sabido encontrar algo en el cielo para hallar el camino, siempre y cuando hubiera salido del coma etílico en el que, seguramente, entró. Horatio era otro tipo de hombre. Cómo lo haría él? Cómo haría un ciudadano de Jacksonville que la primera semana que vivió en su nueva casa de casado se perdía para ir del salón a su habitación? “Sencillo”, pensó, “andaré y andaré y dormiré ni descansaré hasta que salga de este lugar”. Ocurre que, cuando uno está solo, todo lo que pasa por la cabeza parece ser muy buena idea sin argumentos en contra, habida cuenta de que no hay nadie cerca que pueda aportar dichos argumentos en contra, que siempre los hay, aunque lo que pase por nuestra cabeza sea inventar el celular… Estando solo se planean atracos perfectos, seducciones románticas a mujeres imposibles, el moso de convertirse en una estrella del rock, suicidios… cosas de esas que se ven equivocadas justo cuando te han puesto las esposas, cuando la mujer te está abofeteando, cuando te están abucheando en el karaoke de la esquina o cuando estás al lado de Jesús o de Satanás. Horatio estaba solo y llevó a cabo su idea maravillosa que nadie le rebatió. Anduvo y anduvo, y siguió andando, y más aún, hasta que no pudo más. Se tumbó con los pies en la dirección que había elegido para que, cuando se despertara, poder saber hacia dónde andar. Otra gran idea solitaria! Los picores le despertaron antes del amanecer y, sin tiempo que perder, hizo caso a sus pies y tomó el camino que le indicaban. Seis horas caminando y aquel campo no enseñaba el final por ningún lado. De nuevo exhausto, fue a tumbarse otra vez cuando le pareció ver algo en la lejanía. Mirño fijamente con los ojos achinados y ahí estaban: casas. Corrió hacia ellas felicitándose por el plan que él solito había desarrollado. Virginia estaba al alcance de la mano y él ansioso por llegar, no solamente por el hambre, también por comprobar de primera mano lo que, no sé cómo ni por qué, siempre había pensado del estado de Virginia. Quizá por el nombre o por las historias de la guerra, Horatio siempre pensó y creyó que en Virginia seguían vistiendo con esos atuendos horrorosos e incómodos, sobre todo para los amantes, del mítico y glorioso sur confederado. Pensaba en las mujeres, con esos corpiños y las faldas gigantes arrastrando por el suelo, los paraguas quita sol y las pamelas de circunferencias inauditas. Y que todas eran virginales y educadas, como Escarlet O´hara.
Llegó a una de las casas y vio a un tipo. Era normal, quiero decir, no vestía como el General Lee. Se acercó a él y con voz pausada (no estaba seguro de que en Virginia entendieran su acento de Carolina del Norte) le habló:
_Buenas tardes, amigo! Puede decirme dónde estamos?
_Lenoir!
_ Lenoir, Carolina del Norte?
_ No, Lenoir, Francia… Usted que creé?
Dios santo! Maldito plan de orientación! Debió moverse mientras dormía, cosa que hace el noventa por ciento de loas personas. Dos días perdidos en ese campo infernal. El mal menor fue que salió con vida y que tenía sus treinta dólares en el bolsillo, que habían recobrado su valor virtual que sólo el asfalto poblado le otorga. Entró en un bar no sin mirar antes por el ventanal a las personas que estaban dentro. Sería terrible encontrarse con la mujer insaciable y más aún estando tan débil como estaba. Por fortuna, no estaba. Hamburguesa de pollo, patatas francesas y una Pepsi gigante entraron por su esófago sin masticar apenas, todo por siete dólares. Con quince más, consiguió cama para dormir y un baño donde lavarse. Los ocho restantes, desayunó y fue a afeitarse. Saldo actual, cero, pero era un hombre nuevo. Pensó por un instante en los indigentes y en por qué no se lavan aún teniendo, en las ciudades, lugares gratuitos para hacerlo: “seguramente no lo hacen, justamente por esto, por no convertirse en hombres nuevos que tengan que volver a sentir la desesperación en sus carnes…”
Saliendo de la barbería, pasó por delante de un escaparate y vio una brújula. Maldijo su mala cabeza por no haber pensado en ella antes de gastar todo su patrimonio. Con ella podría haberse enfrentado al campo aquel con alguna garantía. Sonó un claxon y una camioneta casi le atropella de nuevo. “Leroy”, grito Horatio contento de encontrarse de nuevo con su amigo negro, pero éste no parecía muy alegre.
_ Pero qué hace usted aquí?_ preguntó_ ha de irse ya mismo de Lenoir…
_ pero qué ocurre, amigo?
_ Qué ocurre? Que nadie dice no a la mujer del juez, eso ocurre!!
_ Pero si casi acaba conmigo….!
_ Ahora es cuando acabará con usted! Le ha contado a su marido que un forastero la forzó antes de ayer… y si el juez le pone la mano encima, deseará no haber nacido…
_Pero esa mujer está loca…
_ Claro que está loca!! Pero ahora demuestre usted delante de un tribunal que no estuvo con ella y que no se la folló!! Vaya, y dígales que ella, la esposa decente del juez Rossmond, consintió… Mire, coja el primer bus para Blowingrock y desaparezca.
_ No tengo dinero…
_ Joder!! Y los treinta dólares?? Tome, compre el ticket… Lo nunca visto en el sur, un negro dando limosna a un blanco… Suerte señor Horatio!! Lárguese ya!!
_ Y a qué te dedicas, hijo?_ preguntó Horatio.
_Reparto mercaderías por los alrededores, de aquí hasta la frontera del estado. Es un buen empleo, me gusta conducir y nadie me molesta demasiado…
_ Muy bien! Y tus hermanos estudian? Por cierto, muchos sois en casa…
_Sí, muchos…! A los negros nos gusta mucho la cama y no nos paramos ante prejuicios religiosos o sociales… Y sí, si que estudian, yo me encargo de ello para que no desvíen su camino. Quiero que salgan de aquí y vayan al norte. En esta zona, no pasarán nunca de conducir esta camioneta… Algún día iré yo también, tengo planes, sabe?
_ Ah si? Qué planes son esos? Se pueden contar?
_ Claro que si, señor! Tengo un don, un regalo del cielo, y espero explotarlo. Ya le saco algún partido, pero es poco. Sé que puedo obtener mucho más. Mire…
_ Dios santo!!! Todo eso es tuyo? El corazón te da para llenar eso a presión?
_ Sí señor!! Soy un tipo fuerte y sano. Y no solo es el tamaño, también eyaculo cuando quiero. Comprenderá usted que con esto no puedo, ni debo, conformarme con esta camioneta a tres dólares la hora y el “extra”…
_ El extra? Es lo que me imagino?
_ Si se imagina usted que cobro por ofrecer orgasmos a maduritas y no tan maduritas blancas aburridas, sí, es lo que imagina. Aquí en Chinagroove tengo cuatro clientas, todas muy contentas, y otras cuantas en otros pueblos.
_ Y disfrutas?? Quiero decir, serán feas y gordas y todo eso, no??
_ Sí, algunas lo son, otras no… hay de todo… pero, sabe? Soy un poco vicioso, me gusta el tema muchísimo, y no sabe las cosas que me piden que les haga… No se trata de misionero y a casa, quieren el estilo perro, la puerta de atrás, en la mesa, en el sofá, vestidos… de todo! Y juegos, muchos juegos… chupar aquí y allí, con un dedo, con dos, con tres… A mi me ponen a mil…!
_ Y cobras mucho?
_ No… …unos cuantos dólares por servicio… cincuenta nada más. Demasiado poco para el trabajo que hago…
_ Vaya… me acabo de quedar un poco angustiado… Llevo varios días fuera de casa y mi esposa seguro que no ha hecho ni ademán de buscarme… Posiblemente tenga un Leroy en Jacksonville…
_ No le extrañe… con permiso, claro… Ustedes los blancos viven una doble vida: la recta y decente, de puertas hacia fuera, y la secreta, llena de depravaciones… No me explico cómo pueden creerse todavía ustedes los hombres blancos, que a sus mujeres no les gusta el sexo… Por mi experiencia le puedo decir que les gusta, les apasiona… Cree usted que si los maridos de mis clientas les dieran lo que yo les doy vendrían a mí?? Mire, primera parada, Mooresville. Hago el reparto y vuelvo.
El chico negro bajó de la camioneta, cogió un paquete de la parte de atrás y le entregó en un comercio. El tendero, que parecía también ser el dueño del establecimiento, agarró el paquete y, con desprecio, tiró unos centavos al suelo a modo de propina. El chico dio las gracias y se agachó a recogerlos. Volvió silbando sonriente a la camioneta.
_ Venga!! Vámonos!!
_ Pero cómo aguantas eso, Leroy?
_ De dónde sale usted…?? Lo aguanto porque no me queda más remedio. Si no lo hago, ese tipo llamará a mi jefe y le dirá que “el chico negro que reparte la faltó el respeto a su esposa” y me despedirán sin dudarlo. De todos modos, a su mujer yo no le falto el respeto, solamente me la follo… es buena clienta… por eso sonrio.
_ Eres todo un personaje… Y dime, cuál es ese plan??
_ Porno! Créame, soy una máquina. Ganaré un montón de dinero y me haré famoso y mi familia no tendrá que aguantar a cerdos como ese tendero o como mi jefe nunca más… Hay hermanos que juegan al baloncesto, otros al futbol (americano), yo me lo montaré con blanquitas delante de una cámara… “el gran rey africano” me llamaré…
_ Suena bien… No veo mucho de eso, pero intentaré encontrarte…
Continuaron el viaje en la lenta camioneta del padre postizo de superman y Leroy fue contándole a Horatio todas las mujeres que pagaban por sus servicios y qué hacía con cada una de ellas, cosa que hizo sonrojar al blanco en más de una ocasión, porque escuchó descripciones de posturas y prácticas que nunca habría imaginado por sí mismo que se pudieran llevar a cabo. En la larga lista de mujeres, las había escandalosamente pervertidas, como la esposa del reverendo de la iglesia metodista de Richfield, que no sólo quería a Leroy dentro de ella, sino que usaba un juguete erótico al mismo tiempo por otro orificio, juguete éste que competía con el chico en tamaño; o Mary McGillys, esposa del agente de policía de Chinagroove, una mujer oronda pero muy guapa, cuya obsesión era montar situaciones en las que un supuesto desconocido, interpretado por Leroy, la pillaba desprevenida y se lo hacía salvajemente al estilo “el cartero siempre llama dos veces” en la versión con Jack Nicholson y Jessica Lange; la señora Putwell, octogenaria ella, solamente buscaba una cosa que, al parecer, se llama “mouthfull” pero que Horatio no quiso ni escuchar de qué se trataba. También le dijo al blanco que no dijera nunca a nadie, en el estado de Carolina del Norte, todo aquello que estaba escuchando de su boca porque, literalmente, como no podía ser de otra manera cuando hablamos de que se están beneficiando a las esposas de otros, le iba la vida en ello.
A los dos se les hizo el camino hasta Maiden muy corto, entretenidos como estaban uno hablando y el otro escuchando. Parecía un buen lugar para apearse de la camioneta, pero la verdad es que Leroy era un gran muchacho y sus relatos muy amenos y excitantes. Además, no todos los días uno tenía la ocasión de escuchar intimidades de señoras intachables, lo que abría la puerta a otra actividad aún más interesante que era imaginárselas en esas situaciones y en esas posturas gritando como decía Leroy que gritaban. Hacía mucho tiempo que Horatio no excitaba tanto como haciendo aquel ejercicio de imaginación, y el hecho de que nunca, nunca, hubiera escuchado a su esposa gemir (lo cual puede que fuera culpa del esposo) era algo que aumentaba su excitación al grado máximo. Así que se quedó. De Maiden a Connover y de Connover a Lenoir, final de reparto.
_ Amigo Horatio, aquí me doy media vuelta… vuelvo a Chinagroove… Mire, siga aquel camino, siempre recto, y llegará a Blowingrock, Virginia.
_ Muchas gracias, hijo! Ha sido un verdadero placer compartir contigo estas pocas millas… …y mil gracias por el estofado, lo recordaré toda la vida.
_No, gracias a usted, señor, por no denunciarme… Es muy buen tipo, blanco, pero buen tipo… Quisiera regalarle algo más. Antes de volver, he de cubrir un servicio… más bien, lo que cubriré será a una blanca…(risas) Si quiere, le invito. Ella accederá seguro, es de las más viciosas, y yo podré cobrarle doble… qué me dice?
Horatio Beetle no dudó. Excitado como nunca y después de haber perdido la oportunidad que la señora Pathwick le ofreció, no podía dejar escapar ese regalo, contando también con que, a su edad, no iba a encontrar otra ocasión igual para vivir un sexo que jamás había imaginado. Por la señora Beetle no se preocupó mucho. Nunca lo sabría y, después de todo, seguramente tendría un negrito dotado cerca de su cama desde hace tiempo, por qué no? Quizá el joven Billy, que saludaba siempre con mucho cariño a Sarah, o el jardinero, Mike, que con lo grande que era, si lo tuviera todo en proporción, podría ser el hermano mayor de Leroy… En cualquier caso, aquel maduro hombre blanco, ante la posibilidad que se le había presentado, hubiera emparejado a su esposa con Lucifer con tal de justificarse a sí mismo. Todo menos rechazar!!
Fueron a una casa a las afueras de Lenoir, llegando hasta ella con los faros de la camioneta apagados para no levantar sospechas. En el interior, una mujer de unos cuarenta y muchos esperaba sentada en el único mueble que vestía la casa: la cama. No se alteró ni se puso nerviosa al ver a dos hombres en vez de a uno, y tampoco hizo un mal gesto al saber que tendría que pagar cien en vez de cincuenta. Simplemente se agachó antes ellos y se aplicó con lo que encontró debajo de sus pantalones, alternando uno con el otro. Hoartio se prometió a sí mismo antes de llegar a la casa que no miraría la herramienta de Leroy cuando estuviera erecta, por las comparaciones más que nada, pero no pudo evitar que sus ojos bajaran su mirada hasta ver la enormidad negra. Un sentimiento de inferioridad de apoderó de él consiguiendo acabar con la excitación que traía desde Maiden, aunque no del todo, ya que pronto le llegó de nuevo su turno ahí abajo y aquella mujer se encargó de hacerle olvidar el sentimiento de inferioridad, a Leroy, a su esposa Sarah e incluso su propio nombre.
Los detalles de lo que ocurrió en esa cama me los voy a ahorrar porque ya sabemos todos, a estas alturas, lo que hubo y no quiero que esto, que es una simple historia de un hombre simple, se convierta en un relato erótico o incluso pornográfico, y si alguno que esté leyendo lo que escribo no sabe lo que sucedió y necesita que se lo cuente, que me permita decirle que tiene un problema serio en cuanto a relaciones se refiere si no sabe todo lo que pueden hacer un hombre y una mujer (o dos hombre, o dos mujeres) en una cama, simplemente porque no tiene imaginación y sin ésta, todo se vuelve rutinario y oscuro. Simplemente apuntar que, como es lógico, esa mujer agotó a Horatio mucho antes de que quedara satisfecha y tuvo que esperar a que fuera el “profesional” el que terminara el trabajo. Es cierto que no tenía por qué esperar y que se podía haber ido antes de que Leroy saliera, pero la verdad es que cobraría el doble gracias a él y albergó la esperanza de obtener algunos dólares, que no le vendrían nada mal. Y así fue. El dinero se repartió en un setenta-treinta y a Horatio le pareció bien, ya que estuvo dentro un tercio del tiempo nada más. Después de despedirse y cuando Leroy se hubo marchado en su camioneta, el hombre blanco pensó que podría dormir en esa cama si la mujer le daba permiso. Entró de nuevo y le preguntó a la mujer, que aún estaba terminándose de abrochar la blusa, si podría usar la cama cuando ella se fuera de allí. La mujer le miró, levantó una ceja, paró de abrocharse y le dijo “si, pero con una condición: que me des más antes de dormirte…” Horatio durmió allí.
El despertar en Lenoir no tenía comparación con el despertar en las afueras de Aberdeen. Aquella mujer era insaciable y Horatio ya no estaba para tanto ajetreo, por eso incluso echó de menos los martillos percutores texanos cortesía de la cerveza ingerida. Cuando la tigresa desnuda de la cama exigió el segundo asalto matinal, el cowboy de media noche improvisado cogió su ropa y salió corriendo en busca del campo que Leroy le indicara el día anterior. Sin pantalones, al menos en su lugar natural, de adentró en él sin mirar atrás, no fuera a ser que la hembra corriera con el mismo aguante que demostraba en la cama (y sobre el suelo, contra la pared, de pie…) y entonces sí que estaría perdido, como la presa delante del lobo, condenada de antemano a la morir o por cansancio o por asesinato. En el caso del hombre, sería por agotamiento o por infarto de miocardio y, aunque también dicen que morir entre las piernas de una mujer es dulce, no era una opción que, en ese momento, le sedujera. Mejor correr, fuera esa mujer detrás o no, que no iba todo sea dicho, que más vale un sofoco a tiempo que tener que lamentar después.
Sin darse cuenta, se vio en medio de la nada. El campo, que desde Lenoir parecía fácil de cruzar, era insospechadamente inmenso y le llevaría mucho tiempo atravesarlo. Cayó en la cuenta de la gran paradoja en la que se encontraba: había pasado pueblos y pueblos sin dinero y, ahora que lo tenía, sus treinta dólares ganados con esfuerzo sobrehumano, no había nada dónde gastarlos. Horatio era como el multimillanario que, una vez esquilmado el océano y arrasada la tierra, se dé cuenta de que el dinero no se come y que, sin los demás y sus manías, su dinero, su tesoro, no vale para nada. Treinta dólares, una fortuna en comparación a su saldo en los últimos días, para nada, inservible, inútil… Se quedarían en el bolsillo a la espera de mejor ocasión, si es lograba salir de aquel campo con vida.
Para ello, tendría que fijar una dirección en la que andar y evitar así perderse o andar en círculos, que es el principio de toda muerte en los bosques, desiertos o campos inmensos. Pensó en Troy Brooks. Él sí que habría sabido encontrar algo en el cielo para hallar el camino, siempre y cuando hubiera salido del coma etílico en el que, seguramente, entró. Horatio era otro tipo de hombre. Cómo lo haría él? Cómo haría un ciudadano de Jacksonville que la primera semana que vivió en su nueva casa de casado se perdía para ir del salón a su habitación? “Sencillo”, pensó, “andaré y andaré y dormiré ni descansaré hasta que salga de este lugar”. Ocurre que, cuando uno está solo, todo lo que pasa por la cabeza parece ser muy buena idea sin argumentos en contra, habida cuenta de que no hay nadie cerca que pueda aportar dichos argumentos en contra, que siempre los hay, aunque lo que pase por nuestra cabeza sea inventar el celular… Estando solo se planean atracos perfectos, seducciones románticas a mujeres imposibles, el moso de convertirse en una estrella del rock, suicidios… cosas de esas que se ven equivocadas justo cuando te han puesto las esposas, cuando la mujer te está abofeteando, cuando te están abucheando en el karaoke de la esquina o cuando estás al lado de Jesús o de Satanás. Horatio estaba solo y llevó a cabo su idea maravillosa que nadie le rebatió. Anduvo y anduvo, y siguió andando, y más aún, hasta que no pudo más. Se tumbó con los pies en la dirección que había elegido para que, cuando se despertara, poder saber hacia dónde andar. Otra gran idea solitaria! Los picores le despertaron antes del amanecer y, sin tiempo que perder, hizo caso a sus pies y tomó el camino que le indicaban. Seis horas caminando y aquel campo no enseñaba el final por ningún lado. De nuevo exhausto, fue a tumbarse otra vez cuando le pareció ver algo en la lejanía. Mirño fijamente con los ojos achinados y ahí estaban: casas. Corrió hacia ellas felicitándose por el plan que él solito había desarrollado. Virginia estaba al alcance de la mano y él ansioso por llegar, no solamente por el hambre, también por comprobar de primera mano lo que, no sé cómo ni por qué, siempre había pensado del estado de Virginia. Quizá por el nombre o por las historias de la guerra, Horatio siempre pensó y creyó que en Virginia seguían vistiendo con esos atuendos horrorosos e incómodos, sobre todo para los amantes, del mítico y glorioso sur confederado. Pensaba en las mujeres, con esos corpiños y las faldas gigantes arrastrando por el suelo, los paraguas quita sol y las pamelas de circunferencias inauditas. Y que todas eran virginales y educadas, como Escarlet O´hara.
Llegó a una de las casas y vio a un tipo. Era normal, quiero decir, no vestía como el General Lee. Se acercó a él y con voz pausada (no estaba seguro de que en Virginia entendieran su acento de Carolina del Norte) le habló:
_Buenas tardes, amigo! Puede decirme dónde estamos?
_Lenoir!
_ Lenoir, Carolina del Norte?
_ No, Lenoir, Francia… Usted que creé?
Dios santo! Maldito plan de orientación! Debió moverse mientras dormía, cosa que hace el noventa por ciento de loas personas. Dos días perdidos en ese campo infernal. El mal menor fue que salió con vida y que tenía sus treinta dólares en el bolsillo, que habían recobrado su valor virtual que sólo el asfalto poblado le otorga. Entró en un bar no sin mirar antes por el ventanal a las personas que estaban dentro. Sería terrible encontrarse con la mujer insaciable y más aún estando tan débil como estaba. Por fortuna, no estaba. Hamburguesa de pollo, patatas francesas y una Pepsi gigante entraron por su esófago sin masticar apenas, todo por siete dólares. Con quince más, consiguió cama para dormir y un baño donde lavarse. Los ocho restantes, desayunó y fue a afeitarse. Saldo actual, cero, pero era un hombre nuevo. Pensó por un instante en los indigentes y en por qué no se lavan aún teniendo, en las ciudades, lugares gratuitos para hacerlo: “seguramente no lo hacen, justamente por esto, por no convertirse en hombres nuevos que tengan que volver a sentir la desesperación en sus carnes…”
Saliendo de la barbería, pasó por delante de un escaparate y vio una brújula. Maldijo su mala cabeza por no haber pensado en ella antes de gastar todo su patrimonio. Con ella podría haberse enfrentado al campo aquel con alguna garantía. Sonó un claxon y una camioneta casi le atropella de nuevo. “Leroy”, grito Horatio contento de encontrarse de nuevo con su amigo negro, pero éste no parecía muy alegre.
_ Pero qué hace usted aquí?_ preguntó_ ha de irse ya mismo de Lenoir…
_ pero qué ocurre, amigo?
_ Qué ocurre? Que nadie dice no a la mujer del juez, eso ocurre!!
_ Pero si casi acaba conmigo….!
_ Ahora es cuando acabará con usted! Le ha contado a su marido que un forastero la forzó antes de ayer… y si el juez le pone la mano encima, deseará no haber nacido…
_Pero esa mujer está loca…
_ Claro que está loca!! Pero ahora demuestre usted delante de un tribunal que no estuvo con ella y que no se la folló!! Vaya, y dígales que ella, la esposa decente del juez Rossmond, consintió… Mire, coja el primer bus para Blowingrock y desaparezca.
_ No tengo dinero…
_ Joder!! Y los treinta dólares?? Tome, compre el ticket… Lo nunca visto en el sur, un negro dando limosna a un blanco… Suerte señor Horatio!! Lárguese ya!!
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