martes, 23 de febrero de 2010

El manicomio (parte IV)


Mr. Keagan hizo todo tal y como se lo habían mandado. Era un tipo habilidoso con las manos y no le costaba ningún esfuerzo el tener que correr o saltar o lo que fuera, ya lo había hecho muchas veces, en el barrio, delante de jaurías de vecinos que querían lincharle, así que tuvo su número en la cabeza, Número cinco su satisfacción por el bochorno del director y la gobernanta un hilo del que ir tirando hasta deshacer el ovillo.
No hay que decir, pero lo voy a hacer, que esa noche, Bob durmió con una maravillosa y asfixiante camisa de fuerza por expreso deseo del director, además de llevarse un buen número de golpes que hicieron que se orinara encima. Pero todo pasa y esa noche pasó y llegó el día y el patio con Número cinco en esa sombrita…
_ Vaya… Bob, lo siento de veras…
_ No te preocupes Cinco, no es la primera vez y esos sádicos lo hubieran hecho de todos modos… Dime algo de lo mío y se me pasarán las penas…
_ Tienes las pastillas que te dije que tenias que robar? De qué color son?
_ Sí, las tengo. Son rojas.
_ Joder, Bob, eres bueno… Mira, las pastillas rojas son calmantes y las azules, excitantes. A ti te dan azules porque quieren que te aceleres, a ver si tienes un brote…
_ Un brote de qué…
_ De soja… Pues de qué va a ser, psicótico!!… Bueno, a lo que iba. Intercambia el contenido, vamos, que las rojas sean excitantes y que las azules calmantes y se las das al Gritos ese y al Patton, a cada uno su color. Ahí sabrás por qué le llaman gritos. Lo del Patton es para nota. Toma excitantes para que no se hunda y se suicide, así que, ya ves lo que vas a provocar. Muy importante, esto has de hacerlo la noche en que te vayas de aquí, nunca antes, entendido?
_ Entendido! Y cuando será esa noche?
_ Aún no, aguanta! Bueno, ahora me toca a mí. Tienes que volver a hablar con los celadores a solas, con los dos. Has de hacer de “correveydile”. Vas a uno y le dices que el otro lleva un micro cada vez que hablan; Luego vas al otro y le dices que el uno ha escrito una declaración para la poli que guarda en una caja de seguridad de un banco; Vuelves al primero, y le dices que el otro tiene sífilis y que, por ende, él también, ya que violaron juntos a la misma interna, Carol Ann no, otra; de nuevo con el otro y le dices que su compañero visita su casa cuando él no está pero su esposa sí… Parece todo increíble, pero es verdad, así no has de temer nada.
_ Esto no es una misión, son muchas… Quiero algo más de fuga!
_ Es justo… La gobernanta de la nota se lo monta con el vigilante de pasillo de noche, un jovencito medio tonto que no sirve para nada… Casi todas las noches, se ven en el cuarto de la limpieza y allí follan como si fuera la última vez que lo fueran a hacer. Vas allí y te haces con la llave maestra de las celdas (siempre hay una llave maestra, qué de problemas soluciona una llave de ésas…) de los pantalones del vigilante. No es difícil, que se desnudan y todo como si estuvieran en un hotelito… Hazlo rápido, así que no te quedes mirando mucho rato, que te conozco y la gobernanta, aunque madura, está muy buena… Por cierto, si quieres que mañana nos riamos un poco, pilla también las bragas de la mujer y se las metes al directorucho ese en un bolsillo de la chaqueta… Va a ser el descojone…!
Era algo increíble, inusual, sorprendente y extraordinario, pero todo sucedía exactamente como lo disponía Número cinco, como si fuera un vidente o un brujo de alguna tribu, de esos que toman una raíz o fuman de un palo y ven todo lo que ha de venir, gurús, éstos últimos, a los que no hay que tomar muy en serio porque si vieran el futuro de verdad, creo yo que sus tribus, o ellos mismos, no estarían como están. Pero el tal Cinco era distinto, ése no fallaba nada, nunca, siempre tan seguro de sí mismo, tan tranquilo y pausado. No es de extrañar que, para esas alturas, Bob confiara en él más que en sí mismo, consiguiendo que ese chico de barrio se superara cada día en su inventiva para desarrollar ingenios con los que llevar a cabo las misiones que se le ordenaban. Era tal su habilidad, que una vez robó el tabaco del celador fumador y le escribió en los cigarrillos lo que le tenía que contar. La verdad es que formaban un equipo perfecto Bob y su amigo Número cinco, un equipo al que nada se le resistía y, así, tuvieron la llave maestra de las celdas y la ropa interior de la gobernanta viciosilla. Bob lo hizo tan bien y tan rápido, que tuvo tiempo incluso para observar un buen rato a los dos amantes en el cuarto de la limpieza, cuarto éste al que sacaban todo el partido del mundo, todo sea dicho de paso, porque no había rincón que no usaran ni utensilio de limpieza que no les hiciera “los coros”. Y sí, la gobernanta estaba realmente bien y mejoraba mucho desnuda, tanto que Bob pensó en posponer su huida e intentar ligársela él para poder disfrutar de aquellas carnes en ese mismo cuarto. Una vez hubieron terminado de jadear, aunque fuera simplemente para tomarse un respiro o fumarse un cigarro, Bob desechó su última y lasciva idea ya que pensó, esta vez con la cabeza, que fuera de allí también había mujeres así e incluso mejores, la dependienta de la frutería del barrio, una latina maciza con la voz muy dulce y un acento que quitaba el sentido, sin ir más lejos…
Y qué decir del viejo psiquiatra y del regalo en su chaqueta… De nuevo Número cinco acertó y ese día todo el centro pudo reír a carcajadas durante un buen rato. Hubo quien lloró de risa… Y es que no pudo ser más cómica la situación. La gobernanta fue al despacho del director para hablar con él y cuando entró _sin llamar, por cierto. No le tenía mucho respeto._ pilló al viejo con las bragas en la cara poniendo a prueba sus fosas nasales. Ella las reconoció rápidamente, al fin y al cabo, eran las bragas que llevaba el día anterior y, además, pocas mujeres de cuarentaymuchos, cincuentaypocos según las malas lenguas, vestirían unas bragas de diseño tan provocativo. Los gritos llegaron hasta el último rincón de centro y no hubo pasillo que no recorriera el director con la gobernanta detrás empuñando una de las porras de los brutos, detalle éste que provocaba un espectacular rejuvenecimiento en las piernas del director que corría como un adolescente. Al final recibió.
Robert Keagan sentía que el final estaba cerca. Las ayudas de su amigo del patio eran inconexas y no podía aún hilvanarlas en su cabeza, pero los acontecimientos ocurridos en contra del Mr. Director y lo siguiente que sucedió, le hacían percibir ese final como algo cercano. La misma noche de las risas a costa de “Women´s secret” estalló una bomba dentro de uno de los celadores que, con los ojos inyectados en sangre, golpeó hasta la muerte a su querido compañero del alma. Era algo previsible y justamente lo que Número cinco buscaba con esos mensajes que Bob extendía. Si uno tiene pensado delinquir, lo mejor es hacerlo solo para no hundirte en la desconfianza ni ser esclavo de nadie. Esto fue algo que ninguno de los dos animales pensó como no piensan aquellos que necesitan del amparo del grupo para sentirse importantes o fuertes y hacer así el mal a otros más débiles que ellos. Con uno de los brutos sin cabeza, el otro no dudó un instante, se subió a la azotea del edificio y se lanzó al vacío, final muy usual en todos esos que quieren evadirse de sus responsabilidades penales una vez han sido descubiertos, convirtiéndoles en unos cobardes. Nadie los echó de menos.
A la mañana siguiente, Bob se despertó en su celda antes del timbrazo por el alboroto que había en el pasillo a causa de la muerte de los celadores. Podía haber salido a echar un vistazo ya que tenía la llave maestra, pero era mejor no levantar ninguna sospecha. Esta lucidez le duró muy poco. Los seres humanos somos bastante curiosos y si ocurre algo en alguna parte, que no sabemos pero queremos saberlo, haremos lo que sea para enterarnos, incluso poner en peligro lo más preciado que tengamos. Esto fue lo que le sucedió a Bob. Con el “qué pasará” en su cabeza, abrió desde dentro la puerta de la celda y sacó la cabeza. Miró a un lado, miró al otro y vio policías, camillas, médicos, un tipo vestido con traje negro, muy serio, que debía ser el juez y a Número cinco sentado en un banco de los que hay para las visitas. “Pero qué haces insensato…! dijo Número cinco empujando a Bob hacia dentro de la celda y cerrando detrás de él.
_ Pero estás loco??
_ Joder Cinco…! Tenía curiosidad…
_ Estamos muy cerca del final… Yo ya he conseguido uno de mis objetivos…!! Han caído los dos cabrones esos…!! Muertos!!
_ Muertos?? Joder….
_ Venga, hoy mismo terminará todo esto… Mira, tu terapia de esta mañana será definitiva. Escribirás una nota que entregarás, en mano, de nuevo a la gobernanta. Cuando estés con el nazi, le dices lo mismo que escribiste en la nota. Si la cosa se pone fea, que se pondrá, empieza a hablar en voz alta, muy alta y sin parar, diciendo lo que yo te diga… Escucha…
El día era raro, siempre son raros si hay dos muertos cerca, pero los trabajadores del centro intentaron aislar lo más posible a los internos de todo aquel asunto feo, así que el desayuno se celebró, si es que se le puede llamar celebración a ese café y a esas tostadas, con total normalidad. Fue ahí donde la gobernanta recibió la nota. La leyó, levantó su mirada del papel hacia Bob, la volvió a leer y dijo con voz muy dulce “gracias nuevo, muy amable…” En ese momento, mirando los ojos de esa mujer, Bob supo que, de haberse quedado allí, hubiera tenía su ración de cuarto de la limpieza con ella… maldita sea…!
Del desayuno, al patio y de ahí, a la terapia. Esta vez se dirigía a ella realmente nervioso, no en vano, aquel viejo despeinado era un delincuente cualquiera, un violador asqueroso y sin piedad capaz de cualquier cosa con tal de salvar su culo de doctor en psiquiatría. Entró en el despacho y notó cómo se le clavaba la mirada asesina del hombre que estaba detrás de la mesa. Sintió un escalofrío que le recorrió el cuerpo y por un momento se quedó paralizado. Los pensamientos se agolpaban en su cabeza, pasaban a toda velocidad y no podía reaccionar, pero se sacudió el pánico del cuerpo y acertó a decir “me gustaría leer Crimen y castigo… me lo deja??” El psiquiatra frunció el ceño y sacó los dientes como un lobo amenazante y dijo “cómo, cómo sabes tú tanto, cabrón??
Inmediatamente después, la puerta del despacho se abrió sin llamada previa. La gobernanta entró y con su voz dulce, no tan dulce cuando se dirigía al cerdo que, según ella había robado sus ropa interior, dijo “me han recomendado Crimen y castigo, especialmente la copia que tú tienes en tu estantería…”
El doctor, con los ojos fuera de las órbitas, abrió un cajón de su mesa y sacó un cuchillo con un filo que daba escalofríos, y se abalanzó sobre Bob. Éste, que ya había sido prevenido por su amigo, dando un salto hacia atrás, se apartó y comenzó a correr alrededor de la mesa. El viejo le seguía, cuchillo en mano, muy de cerca y en algún momento llegó a cortar la ropa del paciente. La gobernanta estaba en el umbral de la puerta, atónita por lo que estaba presenciando. Bob, recordó y se puso a hablar en voz alta al mismo tiempo que corría: “Doctor Michael B. Bayley, doctor en psiquiatría, colegiado número noventa y tres mil novecientos cuarenta y cinco, director de este centro, ha violado y golpeado, repetidas veces, a varias internas, Carol Ann Dixon, Sarah Connors, Rachel Parker y Melysa Jones… Además, ha probado fármacos experimentales en internos masculinos, Paul Groove, James Taylor, Maurice… … no se vaya gobernanta, por lo que más quiera, que me mata…!!!”.
Varias vueltas alrededor de la mesa después, el viejo no puedo con su corazón y tuvo que parar. Jadeando como un perro, con la lengua casi en los tobillos y con el cuchillo aún en la mano, le dijo a la gobernanta que no iba a creer a un loco, que deliraba, que era un paciente peligroso, pero la mujer no dudó. Entre un paciente y un viejo con un cuchillo, que le robó las bragas, no había color… “Ni se acerque a mí, cerdo!!” le gritó y, estirando el brazo, tomó de la estantería el famoso libro. El viejo quiso reaccionar, pero no pudo, estaba agotado, exhausto, apenas podía ni levantar la cabeza de entre sus piernas. Bob no andaba mucho mejor, físicamente, que el doctor, pero al menos le quedaron fuerzas para coger una silla y estampársela en la cabeza para evitar cualquier acción suicida u homicida. El libro se abrió en las manos de la mujer y cayeron al suelo tres “dvd´s”. Días más tarde, la gobernanta y todo el centro, supieron que era grabaciones de seguridad del centro que el doctor había escondido. El por qué lo había hecho era algo evidente. Llegó la policía, se llevaron al médico y dijeron que volverían al día siguiente para tomar declaración a la gobernanta y a Bob, que asintió sin revelar en ningún momento que, para entonces, él ya no estaría en su celda, ni el comedor, ni el patio, ni en las duchas, ni en ningún lado.
Esa noche, Bob estuvo muy entretenido. Cuando los hubieron metido en sus celdas, el nuevo salió de la suya con sigilo y fue a hacer una visita al Gritos. Le dio “sus pastillas” y de ahí, a la celda de Patton para lo mismo. Volvió a su celda y cerró la puerta con llave. Esperó a la toma nocturna y a que las píldoras hicieran efecto. No se hizo esperar. Los alaridos y bramidos del Gritos eran como juntar a trece cantantes de ópera en una misma garganta y no había fuerza humana capaz de parar ese chorro de voz salvaje. Los dos nuevos celadores, que no eran ni la mitad de grandes que los anteriores, eran como peleles, como marionetas intentando sujetar a “la voz” y no sabían lo que aún les esperaba, porque con los locos sucede como con los lobos, que cuando uno aúlla, los demás también lo hacen. Todo el ala masculino gritaba al unísono, cada uno con su tono particular, interpretando una pieza coral que no se estrenaría ni en el infierno. Patton murió, suicidio, una pena… El escándalo era salvaje, cosa que Bob aprovechó para salir de su celda sin que nadie se diera cuenta, e ir a la garita de los celadores. No sabía por qué, pero Cinco le dijo que fuera y memorizara otra serie de cifras debajo de la palabra “caja”. Una vez lo hizo, enfiló el pasillo a su izquierda, justo en sentido contrario del pasillo que llevaba a su, hasta entonces, “suite”, llegó a unas escaleras, las bajó y continuó por otro pasillo unos cuantos metros. Al final de éste, se topó con una puerta, bastante gorda, con un cartel en lo alto que decía “manicomio” y un teclado a su derecha. Parecía claro, y así lo vio Bob, que tecleó el primer número que memorizó en la garita. Exacto!! La puerta de abrió y dejó ver otro pasillo, esta vez más corto y con otra puerta en su otro extremo. Lo recorrió y abrió la puerta, que, por suerte, era antipánico, de esas que se pueden abrir de dentro hacia fuera con toda comodidad, tampoco era plan de complicarle más las cosas a ese chico de barrio, que bastante había pasado ya. Detrás de la puerta, la calle, el aire fresco, la luz, de las farolas, pero luz al fin y al cabo. Tenía ya un pie fuera cuando escuchó que le llamaban por su espalda. “Vaya, por Dios… demasiado fácil parecía esto…” pensó, pero se equivocaba. Era su amigo, Número cinco.
_ Te vas a ir sin despedirte??_ le dijo con una sonrisa en la boca.
_ Claro que no Cinco… venga un abrazo, compañero!! Oye!! Y por qué no vienes conmigo?
_ No Bob, no, yo allí ya no hago nada… no te sería útil..
_ Un amigo como tú siempre es útil.
_ Muchas gracias por considerarme tú amigo!! Pero no, de aquí no puedo moverme… Por cierto, memorizaste el número que te dije?
_ Sí… … bueno, como tú quieras… Dime, antes de irme, una cosa. Por qué no llevas tú pulsera como yo y los demás??
_ Muy simple. Tu cabeza no puede crear ciertos detalles… Déjame darte un consejo: Vete lejos de aquí, no vuelvas a tu barrio. Y juégate esos números a la loteria...

sábado, 13 de febrero de 2010

El manicomio (parte III)

_ Hola, buenos días Bob!_ dijo el psiquiatra desde el otro lado de la mesa una vez tuvo a su paciente delante, justo después del desayuno.
_ Buenos días! Y hoy, qué toca?_ preguntó Bob con desgana.
_ Me puedes explicar qué hacías anoche, antes de dormirte?
Bob se quedó helado, no por lo que hubiera hecho, que no hizo nada punible, sino porque en aquel instante se dio cuenta de los vigilaban con cámaras. No le duró mucho la sorpresa y respondió:
_ Escuchar música…
_ Música? Y cómo? Y por qué movías los brazos?
_Sí, música, aquí, en mi cabeza… Y movía los brazos porque estaba dirigiendo a la orquesta, a la Filarmónica de Berlín. No querrá usted que dirija parado?
_ Y veías tú a la orquesta?
_ Ya entiendo lo que ocurre aquí… claro, sus espías me ven mover los brazos en el silencio de la noche y, como llevo este pijama feo y estoy en una de sus celdas, es porque estoy loco, no es eso? Pero si le hubieran visto a usted, con su traje, en este despacho, hubieran dicho que es usted un melómano…
_ Bueno, no te pongas así, no eres el primer paciente que dirige orquestas, sabes?
_ Pero sí soy el único que sabe que no hay orquesta y que no es director…
_ Mira, creo que me estás vacilando y no me gusta nada esa actitud… No creas que eres más listo que yo o que cualquiera que trabaje aquí!
_ Que usted, no sé, quizá… Que muchos de los trabajan aquí, sí que lo creo, estoy convencido de ello, empezando por esos dos sicarios suyos…
_ No vas por muy buen camino. Quieres estar aquí mucho tiempo? Porque te puedes hacer viejo aquí si sigues por ahí…
_ Y que se supone que debo hacer?? Debo decirle que sí, que veo tipos raros que me hablan?? Que usted me ha curado…? Mire, lo que le voy a decir es esto, escuche bien: la interna Carol Ann Dixon tiene el pijama manchado de semen y la gobernanta lo ha visto.
El rostro del viejo palideció. Se podría decir que envejeció veinte años de golpe, incluso las arrugas de su cara parecieron hacerse más profundas. Un temblor recorría su cuerpo hasta el punto de no dejarle controlar sus propias manos y el cuello de su camisa y de su bata de doctor se empaparon de sudor, de un sudor frio, helado. Bob tuvo miedo porque, era evidente, que lo que le había dicho, aquello que Número cinco le dijo que dijera, era verdad. De no haberlo sido, no hubiera reaccionado así, y pensó que el director podría tomar represalias contra él, pero tampoco le importó mucho, podría soportar cualquier cosa simplemente pensando en la cara de susto del malnacido ése.
_ Se puede saber qué has dicho… Quién coño te ha dicho eso?
_ Yo sé muchas cosas, hablo con tanta gente…
_ Venga cabrón, dime quién te lo ha dicho o verás…!!
_ No me lo ha dicho nadie, aquí no conozco a nadie… Simplemente, lo sé…
El botón de la mesa de madera trajo a los celadores y éstos, sus correas, y las correas el castigo del paciente. Estuvo atado el resto del día y fue golpeado. Los dos sicarios esa vez sí que lo fueron de verdad e intentaron sacarle la información para su jefe, pero no consiguieron nada, Bob era un tipo de barrio y allí se aprenden muchas cosas y una de ellas es no chivarse nunca de nada ni de nadie, nunca, aunque te peguen.
Con el nuevo fuera de juego por el resto del día, parece ser que hubo bastante movimiento en el centro. Los dos celadores (es curioso, pero en este centro sólo hay dos celadores, de mañana y de noche… lo que decía, los dueños son europeos, españoles para más señas…) buscaron a Carol Ann y, con algún pretexto barato, consiguieron cambiarle el pijama y ponerle uno nuevo y limpio. El viejo fue pasto de las llamas en las calderas del manicomio, aunque el trabajo no terminó ahí. Junto con el director, estuvieron viendo las cintas de seguridad de los últimos días, desde que Bob llegó al centro, para ver con quién había hablado. Vieron al Gritos y a la élite, pero era imposible que esos pobres diablos pudieran saber algo. Aún así, tuvieron su ración de correas, por si acaso… En la última cinta, localizaron de nuevo a Bob en el patio, pero estaba solo. Movía la boca, gesticulaba y miraba repetidas veces hacia su derecha, pero allí no había nadie más que él, él y su sombra.
Al día siguiente, Bob fue el centro de atención del comedor en el desayuno. Su cara presentaba un ojo hinchado y morado y todo el mundo allí sabía quién se lo había hecho, todos, excepto las que servían el desayuno y las gobernantas, tanto la del ala masculino como la del ala femenino, que, o no lo sabían o no querían saberlo, pero aquí sucedía como en las películas de miedo o de intriga, como en “Brubaker” por ejemplo, que los más cercanos a los “malos”, sus compañeros, son los últimos en enterarse del lio. De cualquier manera, fue la segunda vez en tres días que Mr. Keagan era el foco de todas las miradas, la primera fue por nuevo y ésta por magullado, claro que no duró mucho la expectación del auditorio sobre él. Duró justo hasta que entraron el Gritos y su banda, que también tuvieron su momento “warholiano”.
En el patio, era ya la hora de que sonara el altavoz y anunciara la terapia, pero ese día no sonó. Bob pensó que el director no quería verle y así fue mucho mejor, porque él tampoco estaba de ánimo para sentarse delante del viejo, mucho menos después de lo que ordenó hacerle. Así que se encontró con la mañana entera para él solito, para su plan de libertad, que podría seguir desarrollando en el mismo lugar del primer día, en su lugar. Se sentó y empezó a pensar: “necesito la llave de la puerta… y una escalera alta para la verja… y resolver lo de salir de la celda por la noche…” Los pensamientos no fluían bien por su cerebro, no sabía si por el ojo hinchado y morado o porque la noche anterior se tuvo que tomar las malditas pastillas, pero estaba muy espeso. Se golpeó un par de veces la cabeza con la mano pero nada, no se espabilaba. En eso, que llegó Número cinco al rescate. Sin saludarle, le preguntó si había cumplido con su parte del trato, a lo que Bob respondió que sí y le contó la cara que había puesto el viejo y lo que le habían hecho los celadores. Su nuevo amigo sin pulsera disfrutó con aquello, aunque se disculpó por el resto del relato. “Debí advertírtelo antes” le dijo.
_ Bueno, ahora te toca a ti. Dime algo de lo mío…
_ He deseado durante años poder emular al caníbal y decir esto… “Quid pro quo…” está bien Bob, escucha: has de fijarte muy bien en el color de las pastillas que toma ese tal Gritos, y cuando lo sepas, procúrate tres o cuatro y escóndetelas, ok?
_ Y?
_ Shhhhh… quieto…! Tú, yo, tú, yo… así es el juego… Tu siguiente trabajo será peligroso, atento: tienes que ingeniártelas para hablar con uno de los celadores, da igual uno que otro, y tienes que decirle que el otro, su compañero, guarda una porra con sus huellas llena de sangre del “Sapo”.
_ Y quién es el Sapo, si puede saberse?
_ Un pobrecillo al que dieron una paliza, por diversión, y se les fue la mano, más bien la porra… Infarto dijeron al resto de reclusos… Cuídate mucho tú de no acabar igual!!
Esta nueva misión era mucho más complicada que la anterior, no sólo había que separar a los celadores sino que había que hablar, cara a cara, con uno de ellos, que venía a ser como si Kunta Kinte tuviera que hablar con su capataz… Un golpe (o dos) seguro que se llevaría… Se puso manos a la obra con ello: primero, separarlos. Iba a ser igualmente difícil porque esos dos parecían siameses, así que habría que hacer de detective y observar mucho para encontrar algo que le sirviera.
Tardó tres largos días pero, finalmente, tuvo resultados muy satisfactorios. Cada tarde-noche, después de la cena y cuando aún los locos permanecían sentados, los dos celadores salían del comedor juntos. Poco después, volvía uno solo y el otro tardaba más. Bob, que era un tipo de barrio y que había hablado y visto a mucha gente, imaginó que el que volvía pronto salía fumar un cigarrillo y que el otro, el que tardaba más, o bien iba a evacuar (o mandar unos troncos al aserradero, como decían en su barrio) o bien aprovechaba para ir a ligar un poco con la recepcionista que, según decían, era una chica fácil, lo cual es algo peligroso, porque las que suelen decir de ellas que son fáciles, generalmente, cuando uno se lo cree, le resultan de los más difíciles, pero bueno, el celador sabrá, si es que es ésta la opción que tomaba y no la de ir retrete.
Esa misma tarde, Bob se la jugó. En los postres, pidió permiso a su gobernanta para ir al váter. Dos sonoros y olorosos gases ayudaron a que se lo concedieran y acudió corriendo para que creyeran que realmente tenía la urgencia. Una vez allí, en las letrinas, se metió en una y esperó. Podía ser que el celador eligiera la opción de la fácil que, as u vez, era la más difícil para Bob, pero, Bingo!! El animal aquel no iba a ligar, sino a cagar, seguramente porque ya se habría cepillado a la recepcionista, lo que demostraba que, efectivamente, no sólo era fácil sino que, además, no tenía escrúpulos.
Se sentó en el retrete de al lado y cerró con el pestillo. Bob, muy hábil, espero a escuchar los primeros gemidos que acompañan a cada empujón y entonces habló:
_Escucha bien!! Parece que tu amigo, tu siamés, anda un poco nervioso, no lo has notado??
_ Quién cojones eres tú? Qué cojones dices?
_ Que tu amigo está nervioso por algo y ha guardado la porra con la que matasteis al Sapo, manchada de su sangre y con tus huellas… por si le traicionas supongo…
_ Quién eres?? Chico, vas a recibir una buena tunda…!!
Para cuando el bruto pronunció el “chico”, Bob ya estaba entrando por la puerta del comedor y sentándose en su lugar, incluso antes que el bruto fumador volviera. Se felicitó por la hazaña que había conseguido, alegrándose de tal modo, que hasta la gelatina con tropezones que tenían de postre le supo bien.
El bullicio del comedor paró cuando dos hombres empezaron a discutir con violencia fuera. No hay que ir a Yale para saber que aquellos dos hombres eran los celadores, que se pedían explicaciones el uno al otro y el otro al uno sin reparar en que los estaba escuchando hasta el último mono del centro, incluso las gobernantas, a no ser que llevaran tapones, que es muy probable. Después de un “bueno, bueno… ya hablaremos…” entraron de nuevo al salón, muy enfados y dirigiéndose miradas recelosas a distancia.
Con el timbre infernal de la mañana, que sonaba justo después del milagro, llegó un nuevo día en el manicomio, un nuevo día que de nuevo no tenía nada, porque, si la rutina es algo soporífero y alienante, allí dentro se convertía en algo maligno, que volvía más locos a los cuerdos y más cuerdos a los locos, generando un desorden digno del mismísimo Satanás y provocando que el número de locos en la sociedad no descendiera nunca, porque donde se regeneran unos, se convierten otros. Desayuno, patio, terapia. Para ser sincero, terapia, lo que se dice terapia, Bob, no tenía, porque desde que le dijo lo que le dijo, Mr. Director del centro y su psiquiatra no hacía más que intentar sonsacarle quién le había dicho lo de Carol Ann, lo cual era un alivio para él, dado que mantenía su postura de que no estaba loco.
El patio era otra cosa. Allí ocurrían cosas, bueno, en realidad, ocurría sólo una cosa, ocurría Número cinco. Hacía unos días que no le veía, ni en el patio, ni en el comedor, ni en las duchas, ni en ningún lado, pero aquel día apareció donde siempre, en el sitio de Bob.
Sin saludos previos, sin un “qué tal” de cortesía, el amigo del patio entró directamente al tema que se tenían entre manos. Le dijo a Bob que con la siguiente misión que tenía para él, matarían dos pájaros de un tiro, porque servía también para su plan. Habló muy despacio y claro, pues esta vez había que entrar en terrenos de acción y no podía fallar absolutamente nada. Le dijo que escribiera una nota con muy mala letra, como si la hubiera escrito un niño, y que se asegurase de que llegara a manos de la gobernanta del ala de las mujeres. Al día siguiente, cuando estuviera en la terapia o lo que fuera aquello, era cuando debía emular al Mr. Jones, a Indiana, y entrar en el templo, llevarse el ídolo de oro y salir de allí sano y salvo. Su trabajo no era tan lucrativo como los del héroe de película, pero le ayudaría mucho. Debería decirle al viejo que la gobernanta sabía, con pelos y señales, lo de la interna, Era de suponer que el afectado en el caso, saldría corriendo despavorido en busca de la gobernanta, lo que aprovecharía Bob para buscar un libro gordo, cualquiera pero gordo, que se hallase en las estanterías del despacho, libro que debería lanzar desde la puerta sobre la mesa, justo encima del famoso y terrible botón. Eso traería a los brutos de Paulov, que, tan solícitos como eran con ese botoncito, dejarían su garita vacía. Bob tendría que darse mucha prisa porque debería ir a esa garita y buscar un panel con nombres escritos y números debajo de cada nombre. Debería aprenderse de memoria los números debajo de la palabra “manicomio”.El plan era perfecto, al menos teóricamente, aunque faltaba un pequeño detalle, detalle que todos nos hemos dado cuenta que falta, por otro lado. Eso es, faltaba el texto de la nota a la gobernanta. El mansaje debería decir “mañana, un delincuente correrá hacia usted con el rostro desencajado. No le pierda de vista”

lunes, 8 de febrero de 2010

El manicomio (parte II)


_Y tú quién eres?_ preguntó un tipo bajito y con gafas de culo de vaso que tenía sentado al lado.
_Yo? Robert Keagan, Bob_ respondió él con mucha naturalidad.
_Y qué haces aquí, Bob? _ Volvió a preguntar el bajito de gafas.
_ Nada, poca cosa... que dicen que veo personajes y que los escucho...
_ Y las ves de verdad?
_ A ti te estoy viendo y te estoy escuchando, no?
_ Bueno, supongo que si… De cualquier manera, yo soy “Gritos”_ extendió su mano en busca de la mano del nuevo_ claro, que no me llamo a sí de verdad, es un apodo que me han puesto aquí… En realidad me llamo Paul.
_ Y lo de gritos? Gritas mucho?
_ Sí, tengo muy buena voz y me gusta mucho hacerlo, pero no puedo, porque cada vez que practico aparecen los dos animales de blanco y me pinchan para dormirme…
_ Por desgracia ya los conozco… Menudos gilipollas!!
_ No!! No les insultes Bob, que como te tomen manía es mucho peor!!
Después del desayuno y del encuentro de su primer “amigo”, Bob y todos los demás fueron conducidos al patio, como si fueran colegiales, al recreo. Allí, un lugar, la verdad, bastante agradable, con muchos árboles que daban muy buenas sombras donde sentarse a tomar el fresco, los dejaban totalmente sueltos y cada uno hiciera lo que le venía en gana, dentro de un orden. Había algunos que daban vueltas alrededor de la fuente del centro del patio; otros, simplemente, se quedaban quietos, parados, mirando al cielo, como si estuvieran haciendo la fotosíntesis; y el resto buscaba a los demás para hablar de cualquier cosa que habían visto la noche anterior en la televisión o que habían visto únicamente en su cabeza. Bob anduvo de aquí para allá, miró las plantas, los árboles, observó a otros reclusos como él. Le llamó mucho la a tención uno que nada más que gruñía si alguien se le acercaba, excepto cuando lo hacía otro individuo que llevaba pañales por encima del pijama feo (horroroso) y que le pasaba la mano por el pelo como si acariciara a un perro. No era un buen panorama y mucho menos para estar allí como cliente, pero como ya no quedaba otro remedio que aguantar, Bob se sentó en un rincón aparte de todos los demás e intentó abstraerse de todo aquello. Ni modo! Apareció el llamado “Gritos” como su banda, otros cinco locos más que miraban al recién llegado con cara de desconfianza. “Mira Bob, estos son mi grupo, la élite del centro, los mejores, los putos amos…”_ dijo el Gritos guiñando su ojo derecho_ “los demás están todos como cabras. Te voy a presentar: mira, éste es el “General”, éste “Tony”, que no se llama así, es el apodo, se llama Anthony, y éste otro “Juan”…
El último en ser presentado giró su cabeza hacia el Gritos y, muy enfadado, le dijo que no volviera a llamarle “Juan” a secas, que dijera su nombre completo que si no, perdía cachet. El gritos se disculpó inmediatamente y corrigió la presentación_ “perdón… …”San Juan Bautista”… y aquí Robert, Bob para los colegas. Bob dice que los animales son unos giliyloquesigue…”
_ Y por qué les insultas de ese modo tan gratuito?_ gritó el General.
_Gratuito? Nada de gratuito, ya he tenido mis más y mis menos con ellos… Además, nosotros somos muchos más que ellos. Son ellos los que deberían temernos a nosotros…_ respondió Bob al que parecía ser el listillo de la élite.
_ Ya hijo, ya sé que somos más, pero como en Francia, atacan en Bliztkrieg, como esos alemanes nazis malnacidos…
_ Parece que lo conoce bien… estuvo allí? Muy joven para haber estado allí, no?
_ Muchas gracias por el cumplido de “joven”, hijo pero veo que no ha reparado en las cicatrices que me delatan… Yo soy el general Patton, hijo, para servirle a usted y a los gloriosos Estados Unidos de América, especialmente a su magnífico y gran Sur! Y sí, estuve allí… Qué desembarco!! Qué aguerridos eran mis muchachos!! Lástima que llegaran esos comunistas a Berlín antes que yo…
Bob miró a un lado, miró al otro y pensó “ qué demonios hago ya aquí!” Una sensación de desasosiego le invadió, pero no se dejó vencer por ella y su cerebro alcanzó a auto-imponerse una misión, una meta, algo en lo que ocuparse de forma muy activa para no tener que relacionarse mucho con el General y compañía y tampoco con ninguno del resto de reclusos, porque sabía que si lo hacía, acabaría igual o peor que ellos.
Pensó un poco e inventó una excusa para zafarse de la élite. “Discúlpenme, pero he de prepararme para mi encuentro con el “Marqués de Sade”, que hace ya rato que aceptó mi súplica de audiencia” _les dijo y le resultó. Ahora que estaba solo, desde el primer día, podría emplear tiempo, primero en dar forma a su nueva meta y segundo en pensar cómo llevarla a cabo, pero una voz metálica que salió de un altavoz y que dijo su nombre, le interrumpió.
Un pasillo, giro a la derecha, otro pasillo, puerta a la derecha. Allí estaba el despacho del director del centro. Le sentaron en un sillón delante de una mesa inmensa de madera y, muy poco después, llegó el viejo, que se sentó enfrente de él, al otro lado de la mesa.
_ Buenos días Bob! Hoy vamos a empezar tu terapia. Dime, cómo te encuentras? Cómo encuentras este lugar?
_ La verdad, he estado mejor y hay lugares mejores… por ejemplo, mi casa. Y no me gusta este vestido, quiero mis vaqueros, que no creo que le hagan mal a nadie que yo los lleve puestos, no? Ah! Y las pastillas, no me gustó nada lo de las pastillas de ayer!
_Pero Bob, amigo… son necesarias, créeme… Ves personas que te hablan…
_ Usted me está viendo a mí y yo le estoy hablando… Tómeselas usted!!
_ Ya, pero las personas que yo veo son reales, Bob.
_Y las que yo veo no? Usted no es real? Los locos ésos no son reales?
_ Sí, ésos sí, pero tú ves a otros que no lo son…
_ Ah, claro…! Supongo que se refiere a personas como el verdugo que estoy viendo ahora mismo detrás de usted con ánimo de cortarle el pescuezo…
_ Ves un verdugo detrás de mi ahora mismo, Bob?
_ Que no, hombre! Cómo voy a ver n verdugo? Pero bueno, para ser sinceros, sí es verdad que ha habido veces que he visto a gentes un tanto extrañas que me han dicho cosas más extrañas todavía.
_ Qué personas? Qué cosas?
_ Pues verá, un día que estaba yo en mi casa, llamó a mi puerta una mujer, bastante fea por cierto, y me preguntó si yo querría estar entre los ciento cuarenta y cuatro mil elegidos… Verdad que es raro!? Otro día, un tipo se me acercó en la calle y, con mucho misterio, me dijo si quería caballo. Yo le dije que prefería una moto, porque para la ciudad es mucho mejor y más práctica. Y otro día, estaba yo sentado en un banco del parque que está enfrente de mi casa y se sentó una mujer que me dijo que la niña que estaba en el columpio se iba a caer y, acto seguido, se cayó. Pero lo raro no es esto, lo raro es que, siendo la mujer muy guapa, se sentara a mi lado y me hablara…
_ Ya, ya… Y nada más?
_ Joder! Tengo treinta y cinco años, fíjese usted si he visto y hablado con gente… Como le tenga que contar todos, me estoy aquí cien años…
_ Y qué me dices de Tirso de Molina?
_ Muy buen literato!! Hablo mucho con él, es un gran amigo.
_ Y sabes que Tirso…
_ Don Tirso, por favor, don Tirso… un poco de respeto!
_ Ya, don Tirso… sabes que está muerto, que murió hace cientos de años?
_ No…! No puede ser! Los genios son eternos.
_ Su obra es eterna, Bob, su obra…
_ Y ellos en su obra, don Director del centro y mi psiquiatra. Don Tirso me habla cada vez que le leo, y Lope de Vega, y Shakespeare, y Oscar Wilde…
_ Bueno, por hoy vale… venga, sal de aquí!
El psiquiatra apretó un botón de su mesa e, inmediatamente, aparecieron los animales de blanco para devolver a Bob al patio. Se le vino a la memoria Paulov y su perro y es que esos sicarios se comportaron como el can cuando el viejo tocó ese botón. Pensó en que, posiblemente, hasta salivarían también.
En el patio todo seguía igual que cuando se fue, cada loco con su tema pero, dentro de lo malo, el sitio que dejó en la sombra, estaba aún libre y era un buen sitio, alejado de los demás y de la visión de las cuidadoras. Allí retomó su trabajo de desarrollo de un plan para no volverse loco, aunque no avanzó mucho ya que no tardó en arrimarse otro huésped del centro.
_ Hola, qué tal? _preguntó el arrimado muy alegre.
_ Y tú quien eres? Perdóname, pero estoy pensando…
_ Yo soy “Número cinco”. Esos dos animales de blanco se ríen de mí y me dicen “Chanel”… hijos de puta…!
_ Yo Bob, pero es que estoy realmente ocupado, de veras.
_ Y qué piensas? Si me lo dices, me voy.
_ Joder…! Pienso en un plan que tengo que desarrollar…
_ Y para qué?
_ Para no volverme loco aquí dentro… Para mantener mi cabeza distraída de todo esto.
_ Ah…! Y en qué consiste?
_ Pues consiste en… …no se lo cuentes a nadie… …consiste en escaparme de aquí y volver a mi barrio.
_ Wow!! Escaparte de aquí!! Es posible que pueda ayudarte, siempre y cuando tú me ayudes a mí.
_ Bueno… y qué tendría que hacer? Si es sexual, olvídate, que a mí me van las mujeres… y mucho además…
_ No, nada de sexo… Sólo quiero vengarme de esos cerdos de blanco y del nazi del director.
_ Y por qué?
_ Porque se ríen de mí, ya te lo he dicho!! Y además, golpean a la gente y la pinchan y la atan… y sé de buena tinta, que ese director nazi visita mucho, por las noches, el ala de las internas…
_ Eso es muy grave Número cinco!! Dime, cómo te puedo ayudar yo?
_ Mira Bob, yo sé que tú no estás loco y que lees mucho y que eres muy inteligente. Quiero que les digas, al director y a los brutos, ciertas cosas que yo te iré contando… Con eso, ya verás cómo me vengo de esos salvajes!!
_ No parece muy difícil… pero, por qué no se las dices tú?
_ Porque yo no puedo acercarme a ellos y tú sí… Mira, escucha bien Bob, lo primero que has de decir al director, mañana, cuando estés en terapia con él, es que la interna Carol Ann Dixon tiene una mancha de semen en su pijama y que, además, la gobernanta del ala femenino se ha dado cuenta. No olvides decírselo, ok?
El día continuó su curso con la comida (igual de mala que el desayuno), la siesta, unos juegos de mesa aburridísimos, un poco de caja tonta y la cama. La hora de acostarse era muy pronto, mucho más de lo que Bob solía hacer en su casa y eso hizo que estuviera un buen rato con los ojos como platos, tumbado encima de la cama, hasta que llegó el momento de las pastillas. Era sólo la segunda noche, pero el nuevo estuvo listo ya, y se las tomó, sin rechistar, delante de los animales de Paulov, que, orgullosos del miedo que infundían, no repararon en que no llegaron a pasar de su boca hacia su garganta. Después, las machacó con los pies y las espolvoreó por la ventana. Igual de despierto que antes de la visita, comprobó cómo eran las noches en ese lugar. Ya son duras cuando uno está fuera de su casa contra su voluntad, pero allí eran un verdadero infierno, lleno de alaridos, de golpes de cabezas contra las puertas, de rozar porras en las paredes del pasillo y de risas de voces feroces que provocaban la humillación de los que estaban dentro de las celdas, porque eso es lo que eran, celdas blancas en una cárcel blanca. Bob, finalmente, se durmió, más por aburrimiento que por sueño.Unas horas después, abrió los ojos, un poco antes del milagro. Bob llamaba así a los amaneceres, “el milagro”, porque pensaba que, efectivamente, lo era, ya que nadie, absolutamente nadie, podía asegurar que el sol fuera a salir cada mañana. Simplemente sale y no caemos en la cuenta de que han de suceder un montón de cosas extraordinarias para que eso suceda, pero Mr. Keagan si pensaba en ello, de ahí que observara los amaneceres como si fuera un ciego que acaba de recobrar la vista y el milagro de aquel día no fue distinto a los demás. Mirando el naranja del cielo, pensó en Número cinco. No era un tipo como los otros que había en aquel sitio, era distinto, le faltaba en su expresión la inocencia que se puede ver a los locos. Es cierto que la locura llega a dar miedo, pero los que la padecen, son, se quiera o no, inocentes, y eso se nota en sus ojos cuando se los mira detenidamente. Número cinco tenía cara y mirada de resabiado, de hombre experimentado y curtido por la vida y había algo especialmente peculiar en él, y es que no llevaba la maldita pulsera. Sería, acaso, un trabajador del centro? Un voluntario de alguna organización de ayuda? Las preguntas llegaban solas a Bob, pero tampoco puso empeño en intentar responderlas porque, realmente, no importaba ni lo más mínimo. Lo que importaba es que Número cinco le ayudaría a salir de allí.

martes, 2 de febrero de 2010

El manicomio, parte I

Después de treinta y cinco años, Bob Keagan ingresó en un centro psiquiátrico. Decía que veía y hablaba con personas que le contaban cosas, secretos de todos aquellos que le rodeaban. Una vez, hacía ya un par de años, subió al ático de su edificio y, sin motivo alguno, le dijo a su vecino que su esposa le engañaba con otro, así, sin más. Él no lo sabía con seguridad, simplemente vio a un tipo sentado en su sofá después de comer que se lo contó. Ese día recibió una buena mano de bofetadas, pero ya estaba acostumbrado porque no era la primera y, de seguir así, no sería la última vez que contara aquellos "secretos" que, por otra parte, resultaba que eran verdad, porque la esposa del vecino del ático era más fina que el coral y hacía ya unos cuantos meses que andaba beneficiándose a un repartidor del mercado...
Bob no sabía por qué le llevaban a aquel lugar, no se sentía mal, no era violento, no se comportaba como el típico loco, pero bueno, ya se sabe, las cosas de los vecinos de los barrios pequeños... " que si ese tipo mira mal...", "que si juega sospechosamente con los niños en el parque...", "que si su casa huele mal...", "que si vive solo y nunca recibe a nadie..." Este último rumor Bob nunca lo entendió, porque a su casa llegaban montones y montones de personas para charlar pero se conoce que debían subir justo cuando nadie los veía.. De todos modos, Bob aceptó sin quejas el ir al centro municipal, incluso se podría decir que con alegría, porque pensó que sería como vivir una aventura lejos de su barrio del que nunca salió.
No tardaron mucho en llegar al centro, no hay nada como una buena sirena para ir rápido por Nueva York. Le hicieron esperar en una sala fría y desangelada, escoltado por dos hombres, realmente grandes y fuertes, que vestían de blanco de los pies a la cabeza. La espera no fue larga y, de un golpe en la puerta, apareció otro hombre, también vestido de blanco, aunque éste era delgado y viejo, con la nariz aguileña, como un gancho de colgar cerdos, y con los cuatro pelos que le quedaban muy despeinados. Éste sí que tenía cara de loco y fue algo que puso realmente contento a Bob que por fin podría decir que una vez vio un loco de verdad.
El viejo loco y despeinado, con desprecio, le plantó unos papeles a Bob delante de las narices con un bolígrafo que los sujetaba. Aunque no dijo ni una sola palabra, Bob pensó que era evidente lo que el "zumbao" quería y firmó. Una vez lo hubo hecho, el viejo hizo un gesto a las dos torres aquellas que no perdieron ni un solo instante y agarraron al recién interno por los brazos y lo arrastraron hasta otra sala, igual de fría y desangelada pero además, con duchas y una camilla que, la verdad, daba grima solo de verla. Le desnudaron, le ducharon con una manguera_ "como el acorralado..." pensó Bob_ y le examinaron a fondo. Ese " a fondo" fue un complemento circunstancial de modo que ya no le gustó tanto a Bob porque, hasta donde él había visto, en "Acorralado" no le practicaron a Silvester un tacto rectal tan... tan... tan rectal... Pero lo que más le molestó no fue eso, que, a final de cuantas, tan sólo duró unos segundos. Lo que le molestó, lo que le enfadó es que no le devolvieron su ropa, sus Levi´s que tanto amaba y, en cambio, le vistieron con un pijama de abuelo color, yo que sé qué color, que además era feísimo, con el que se encontraba muy incómodo, y mucho más incómodo que se sintió cuando le pusieron una pulsera de plástico con un código de barras en la muñeca, como si fuera un grillete. Cuando acabó ese ritual de higiene, vestimenta y esclavitud, los hombres grandes de blanco empezaron a soltar carcajadas y, entre bromas y miradas cómplices, preguntaron "qué? Y a ti, cómo quieres que te llamemos? Napoleón o Ben Franklin?" Bob los miró con cara de muy pocos amigos y en un tono muy sobrio les dijo " para vosotros Mr. Keagan".
Ya en la habitación que le asignaron, observó que la diminuta ventana de la que podía disfrutar, tenía unos barrotes gordos pintados de blanco. Se giró hacia los dos animales aquellos y, esta vez en un tono sereno y educado, les dijo que los barrotes los podían quitar, que no tenía ninguna intención de escapar, que nunca escapó de aquello que tenía delante y que no iba a ser ésa la primera vez. Uno de los celadores, también muy amable y sereno, respondió "mire Mr. Keagan, esos barrotes los mandó instalar el último inquilino de esta "suite", nada más y nada menos que el general Lee y no querrá usted desairar al general Lee.." e inmediatamente después rompieron a reír como si estuvieran en un circo o en el show de Letterman. Fue ahí cuando Bob Keagan supo que no se iba a llevar nada bien con aquellos dos negreros y mucho menos aún después de que escucharan lo que les contestó: "Miren, si quieren y disponen de tiempo, yo creo que, por las tardes, les puedo dar unas lecciones de historia americana, que creo que las necesitan... El general Lee... hay que joderse...!! Fue también ahí cuando Bob Keagan conoció las correas de cuero con las que le amenazaron y que, desde ese momento, estarían como la espada de Damocles, sobre su cabeza.
Sólo llevaba unos minutos a solas en su habitación, cuando se abrió la puerta después del ruido de tres cerraduras. Era el viejo loco de nuevo. Le saludó y le dijo que era el director del centro y su psiquiatra, que charlarían todos los días una hora o así por las mañanas y que debía tomarse un par de pastillas que dejó caer en su mano.
Bob se negó. Nunca le habían gustado los medicamentos, decía que tanta química en el cuerpo no podía ser buena, así que, con su tono sereno, ya casi famoso en aquel centro, dijo " no se moleste Mr. Director del centro y mi psiquiatra, no me las voy a tomar, no creo que las necesite en absol.." Una mano gigante le agarró la cara y, a base de apretar, consiguió que Bob abriera la boca lo suficiente como para que el Mr. Director del centro y su psiquiatra lanzara esas dos bombitas químicas directamente al esófago. Este último episodio dejó muy intranquilo al nuevo huésped, que apenas pudo pegar ojo dándole vueltas una y otra vez al concepto que se había instalado en su cabeza: cárcel! No importaba que fuera educado o tranquilo o amable, siempre sería tratado como un recluso más, mucho peor de como le trataban los vecinos de su querido barrio, ese mismo barrio al que esa noche echó de menos más que nunca, no por acordarse mucho de él, sino porque era la primera vez que lo había dejado, por lo tanto era la primera y única vez que lo echaba de menos, de ahí el "más que nunca".
Un timbre ensordecedor sonó muy pronto, demasiado pronto, porque apenas despuntaba el sol y, aunque aquel estruendo hubiera despertado a los muertos del cementerio, a Bob no le causó ningún efecto, dado que no había dormido... En cualquier caso, le despertó aún más. Estaba muy demacrado, se conoce que el sufrimiento nocturno había sido intenso pensando en que se iba a encontrar en aquella aventura que sus queridísimos vecinos le habían proporcionado totalmente gratis y lo primero que se encontró fue una nueva toma de "Acorralado" en las duchas, esta vez, con otros nueve tipos más que únicamente soltaron por la boca unos alaridos espeluznantes. Bob quizá estuviera loco, pero de tonto no tenía nada de nada y se fijó en que los otros nueve reclusos tenían también pulseras, pero ellos de distinto color que la suya... Serían peligrosos? Serían sodomitas y los animales de los celadores se querían vengar por lo del día anterior? Éstas y otras preguntas se agolparon en la cabeza del nuevo y allí se quedaron, porque ese nuevo ya aprendió a no decir ni "esta boca es mía" delante del escuadrón de la muerte de Mr. Director del centro y su psiquiatra, así que, calló, se frotó bien detrás de las orejitas, vigiló su retaguardia por si la respuesta era afirmativa a alguna de sus preguntas y se volvió a poner el pijama de preso que le habían dado, uno igualito que el de los otros nueve. "Qué desgracia...!"_ pensó_ "parecemos los judíos en Auschwitz..."Fueron llevados al comedor del centro. En realidad, fue llevado Bob solamente, que los otros ya sabían de sobra el camino. El comedor estaba atestado de gente y el ruido de las cucharillas en las tazas hacía que no se oyera ni una sola voz humana ni nada que pueda salir de la boca de un humano. El menú era simple: Zumo de naranja de bote (malísimo), taza de café descafeinado medio aguado con leche desnatada (peor aún que el zumo) y unas tostadas a medio hacer, ya untadas de una pasta violeta. Bob se hizo fuerte y comió, aunque pensó que los dueños de aquella cárcel-centro debían ser europeos porque un americano nunca desayunaría tan poco ni tan malo... Bueno, posiblemente alguno de Georgia sí, que allí con beber y masturbarse pensando en sus hermanas tienen bastante. Rumiando un bocado de la tostada que le tocó en suerte, tuvo el primer contacto con un igual, con un preso, con un loco con pulsera del mismo color que la suya.