miércoles, 21 de julio de 2010

Pimkye y Dogger (parte VI)

“A Pete J. Hawks no se le escapa nadie vivo…”, se dijo a sí mismo el agente mirando por la ventana de su despacho. Usó todas sus influencias y medios a su alcance para dar caza a los tres fugados y al traidor que los había ayudado, respuesta habitual de los que son presa de obsesiones enfermizas, que ven al demonio detrás de cada esquina, en cualquier lado excepto en ellos mismos. Siete dotaciones de hombres, tres helicópteros, dos vehículos acorazados y toda una red de espías formaban el equipo a su mando para la solución del problema, un verdadero ejército, armado y entrenado, para capturar a tres personas indefensas, esta es la desmesura del imperio…
“Winchester Old Tavern, 9:30 a.m.”. Pimkye, Dogger y Preciosa esperaban sentados a una de las mesas del local. A las diez en punto, diez y cinco minutos por el reloj de la pared del pub, entraba por la puerta el agente “bueno”. Michael B. no dio ningún rodeo, se sentó y fue directo al asunto manteniendo la misma cara inerte que, anteriormente, habían visto en el hombre del pelo blanco y les miraba con los mismos ojos inquisidores.
_ Supongo que no sabeís leer, no? Es igual, podeís escuchar… …prestad atención.
Cuando los españoles descubrieron América, encontraron una fuente de riqueza ilimitada con la que financiar el avance sobre el resto de lo que luego fue Europa y del mundo conocido hasta el momento. Cegados por una leyenda sobre una ciudad de oro, exploraron intensamente todo el continente en su búsqueda. No obteniendo resultados a corto plazo, tomaron la decisión de exprimir a los nativos. Las torturas fueron habituales. Un gran jefe inca, destrozado por el dolor y el sufrimiento de su pueblo, reveló el secreto de unas piedras mágicas, herencia del antiguo imperio maya. Esas piedras generaban hombres y mujeres a partir de animales. Para los españoles, esas piedras eran un tesoro de incalculable valor, mucho más valiosas que el mismo oro, con ellas podrían “fabricar” un ejército infinito para la guerra y tener mujeres fértiles con las que aumentar la población del imperio.
En el traslado a España, el galeón que las transportaba fue atacado por la piratería inglesa que se apoderó del botín. En la isla tardaron algún tiempo en descubrir el uso de las piedras, pero terminaron por comprender su valía.
Años más tarde, Inglaterra llevó de nuevo las piedras a América para aumentar su ejército y aplastar la sublevación independentista. Aún así, no lo consiguieron, ese tipo de guerras se ganan o se pierden en función de la pasión, no del número de hombres que formen los batallones. Vencidos, los ingleses se retiraron del continente dejando las piedras.
Tiempo después, estalló la guerra civil entre el norte y el sur. Fue una guerra cruenta y salvaje y las bajas, militares y civiles, ingentes, hasta el punto que la población disminuyó tanto que amenazaba seriamente la continuidad del joven estado de estados. Abraham Lincoln decidió recuperar las piedras de su escondite y repartirlas por todo el país para incrementar el censo de manera rápida, todo esto en el mayor de los secretos para no tener problemas con sus detractores, que eran muchos, todo hay que decirlo. A este respecto, existe una anécdota que cuenta que fue un gato persa transformado en hombre el que mató al presidente cuando descubrió el secreto.
Desde entonces, han estado por ahí dispersas las piedras hasta que la CIA encontró el modo de localizarlas para retirarlas de circulación. La de Paradise Hills ha sido la última. Muchos años han sido los que han estado las piedras generando contribuyentes a partir de animales. Este es el verdadero origen de nuestra nación y la única manera de entender nuestro presente.
_ Joder! Oírte hablar es como si escuchara chino…_ dijo Dogger, que de historia humana andaba un poco escaso, la verdad.
_ No importa, tú no tienes que entender nada, quien ha de entenderlo, si llega el caso, es el redactor jefe del Washington Post. Aquí teneís un informe completo con todo lo que acabaís de escuchar y un dossier con decenas de casos reales en el que se incluye el relato de Elvis, que, no sé si lo sabeís, seguro que no, era un pavo.
_ Y esto, para qué?_ preguntó Preciosa.
_ Os he ayudado, ahora espero que me ayudeís vosotros a mí. Teneís que volver a la granja y hablar con el agente Pete, el que os interrogó, bueno, por decir algo… Debeís obligarle a declarar sus delitos presionándole con llevar estos papeles al periódico.
_ Y qué ganamos nosotros con esto?_ volvió a preguntar Preciosa.
_ Vivir! Y con suerte, algo más…
Aquel hombre misterioso salió del local inmediatamente después de terminar la conversación dejando, prácticamente intacto, el té con limón que había pedido. No podía permitirse el lujo de estar más tiempo fuera del cuartel. Si por algún casual, alguien allí lo echaba de menos en pleno despliegue por la búsqueda de los fugados, no tardaría mucho en relacionarlo directamente con el hecho y eso supondría su “pasaporte” definitivo.
Tardó escasos diez minutos en regresar y fingir sorpresa por lo sucedido, pero esos pocos minutos son muchos cuando al mando hay una mente retorcida que sospecha hasta de sí mismo cuando se mira al espejo. El agente Michael fue llamado al despacho de su superior. Allí le esperaba un gabinete de crisis que evaluara la situación y fijara los operativos pertinentes, o al menos eso fue lo que le dijeron. En la sala estaban el jefe de grupo, el agente Pete, su lacayo y sombra el agente John y un cuarto hombre vestido con traje caro, sin duda alguna un halcón de Washington. Michael B. entró con claros gestos de preocupación y dispuesto a aportar ideas con las capturar de nuevo a los fugados, pero su iniciativa y su ímpetu no sirvieron para evitar la tormenta desatada por un “traidor” fulminante que gritó Pete Hawks. “Lo sabemos todo, Michael, nunca fuiste una lumbrera… …olvidaste la micro cámara del techo del almacén… No encontraremos impedimento para acusarte de alta traición y condenarte por ello!”.
El plan del agente Michael se hundió. No solo no había conseguido su principal objetivo, que era acabar con Pete, sino que además le había encumbrado delante del hombre de Washington, sumando a esto que sería ejecutado. Solamente un milagro podría salvarle de aquel destino injusto, un milagro como que tres perros gestionen con éxito un chantaje a toda la inteligencia americana.
Aún en la vieja taberna, Pimkye, Dogger y Preciosa permanecían sentados a la mesa intentando asimilar todo lo escuchado. No era algo simple y todo adquiría un matiz tenebroso al tener que añadir el desarrollo de un plan muy arriesgado. Muchas mentes criminales e inteligentes habían intentado sin éxito una empresa así, por qué ahora tres mentes inmaduras iban a conseguirlo? También podrían olvidar el tema y desaparecer para vivir una vida humana, cosa poco probable cuando la CIA te está buscando como si fueras el enemigo público número uno. Fuera como fuese, las probabilidades de morir eran muy altas y cuando esto es así, lo mejor es hacerlo en plena acción y no con el plomo por la espalda mientras se huye.
Pimkye, seguro de sí mismo y apoyado en su contundente liderazgo, dijo “ya está, iremos allí, hablaremos, bueno, hablaré yo, y ya está…”, aunque esa no era idea que sedujera a su amigo Dogger. Éste quería elaborar un poco más el plan. Su idea fue copiar el informe y distribuir las copias por distintos lugares para no perderlo nunca, tal y como solía hacer cuando era perro y su familia le regalaba un hueso que lo troceaba y lo repartía por todo el jardín. Una vez hecho esto, encararían al tipo del pelo blanco con cierta seguridad de que no les mataría, no al menos sin pensárselo un par de veces antes. Sin argumento alguno, tan solo porque no había salido de su boca, Pimkye ridiculizó el plan de Dogger. Era inadmisible que la expedición liderada por él siguiera planes que no se hubieran cocido en su cabeza. Burlándose de su amigo y sin pensar mucho, desestimó la actuación y les obligó a seguir su idea, “no hay más que hablar…”, dijo, “vamos a solucionar esto!”.
El interfono del despacho del jefe de grupo sonó. Un “están aquí otra vez” se escuchó. La orden fue clara y concisa, “que suban inmediatamente!”. Fueron escoltados y dirigidos hasta allí.
La tensión se mascaba en el interior de la sala. Los hombres de negro miraban con desprecio a los tres elementos peligrosos, con el mismo desprecio que se mira a una cucaracha o a una rata. Dentro de un silencio sepulcral, Pimkye dio un paso al frente y habló con una autoridad que él mismo se había otorgado: “tenemos algo que les podría hacer daño… Si lo quieren, han de darnos lo que pidamos!”. El tipo del pelo blanco levantó una ceja, dibujo una sonrisa en su cara y dijo “Eso que tienen en su poder, por casualidad, no serán esos papeles que lleva en la mano…?”
_ Sí, estos son!_ respondió Pimkye con orgullo.
_ Dígame algo, amigo_ continuó Pete_ por qué razón yo no podría, ahora mismo, pegarle un tiro en la cabeza y recuperar mis papeles?
Toda la altivez y la prepotencia del líder se vinieron abajo. Pimkye, tan seguro, tan valiente y decidido, se tornó en un muñeco de trapo, débil e indefenso, sin argumento alguno con el que contestar. Dogger le miró y sonrió. A pesar de tener la muerte muy cercana fue toda una satisfacción ver cómo su “líder” sentía todo el peso de su torpeza y de su ignorancia sobre sus hombros, torpeza e ignorancia perdonables en errores domésticos, pero nunca cuando la vida está en juego o cientos de millones de dólares.
El agente Pete y sus compañeros también sonreían. Era más que claro, cristalino, que eran ellos los que manejaban la situación y que tenían solucionado el problema sin tener que gastar el dinero del contribuyente en un despliegue masivo. Fue en el momento idóneo, justo cuando el agente John se disponía a coger su arma reglamentaria de la cartuchera, cuando Dogger habló: “esperen un momento señores! Una copia de estos papeles están en poder una persona que los llevará a cierto periódico si no salimos vivos de aquí… Como ves, Pimkye, yo también hago cosas a tu espalda…”
Esa frase cambió el panorama radicalmente. Revisados los papeles que obraban en poder de los tres perros, la situación no era para actuar a lo loco, habría que medir mucho cada movimiento. El hombre de Washington, desde el fondo del despacho, visiblemente enfadado por tener que hacerlo, claudicó, “qué quieren?”, preguntó. Pimkye fue a hablar y exponer sus peticiones pero Dogger le paró con su brazo y dijo, de manera arisca, “no, tú no, ahora hablaré yo!”, cosa que Preciosa, como mujer inteligente, supo apreciar.
_ En primer lugar_ expuso Dogger_ queremos que liberen al agente Michael y que escuchen todo lo que tiene que decir sobre los métodos de su colega aquí presente, el agente del pelo blanco. Investíguenlo y comprobarán que este hombre es un vulgar delincuente…
El agente Pete Hawks, fuera de sí, a punto de ser descubierto, con un movimiento realmente profesional, agarró a la mujer por el cuello y le puso su pistola en la sien. “ Atrás, ni un paso… …todo lo he hecho por la patria, por la bandera! No pueden prescindir de mí porque tres tarados me acusen, no pueden!!” Fue una declaración de culpabilidad en toda regla que el hombre del gobierno supo leer. Bastante mala fama soportaba ya la inteligencia como para tener que cargar con un escándalo así. Miró al jefe de grupo que, a su vez miró al agente John. Éste, sin esperar orden alguna, disparó a la cabeza de su colega.
Era una situación muy complicada el tener que seguir negociando con personas que no dudaban en apretar el gatillo, aunque Dogger continuó. “Hay más. Queremos saber si hay posibilidad de retroceder la acción de la piedra. Quizá deseemos volver a ser perros… En cualquier caso, queremos total inmunidad. A cambio, ofrecemos la devolución de los papeles y de la copia y nuestro silencio absoluto”.
El halcón del gobierno sacó un cigarrillo de su chaqueta, lo encendió y, con resignación dijo “jefe Whitaker, su turno. Hable!”
_ Sí, señor_ obedeció el jefe de grupo_ Existe un programa, “Silencio seguro”. Nuestros científicos han desarrollado una máquina que deshace el camino de transformación…
_ Y eso, por qué, si puede saberse…_ preguntó el halcón.
_ Señor, en caso de conflicto bélico complicado, transformaríamos a miles de animales. Luego volverían a sus estados originales para que no pudieran hablar nunca de la órdenes que recibieron y para evitar el molesto problema de los veteranos descontentos. Tengo que informar de que el proceso es largo y doloroso, así que les sugiero a ustedes se lo piensen con calma.
Tratados con mucha amabilidad, fueron llevados a otra sala donde no faltaba de nada, comida, bebida, sofás cómodos, televisión por cable… Allí podrían meditar tranquilamente. Después de mucho pensar y de sopesar todas las posibilidades, Dogger, al que Pimkye ya no miraba a la cara, se levantó de uno de los sofás y habló:
_ Yo no volveré a ser perro! Como perro mi vida era fácil, pero siempre he tenido que estar a tu sombra Pimkye. Como humano, he descubierto que se me da bien eso de pensar y que lo hago mucho mejor que tú, por lo que es una vida nueva, sí, pero libre de tu egocentrismo y solamente eso ya merece la pena. A tu lado, Pimkye, solo existe una manera de estar contento y es estar siempre por debajo de ti. Eso ni es amistad ni es nada y he decidido que ya no quiero compartir nada contigo. Además, amo a Preciosa y deseo, necesito pasar con ella miles de años juntos siendo consciente de ello y eso solamente es posible viviendo como humanos…
_ He de decir algo_ interrumpió Preciosa_ y es que yo también te amo. Eres mil veces más hombre que otros… Me tratas con cariño y te has preocupado por mí… Sí, yo también te quiero.
Pimkye rompió a llorar. La graduación superior que ostentaba había desaparecido y ya no tenía nada que mandar ni nadie a quien mandar, que era lo que realmente le hacía sentir bien. “Y qué coño hago yo ahora? Qué hago yo…??”, preguntó con rabia mirando al techo.
Cuatro horas después, por la puerta principal y una vez devueltos los papeles y la copia, una pareja salía, con la cabeza bien alta y cogidos de la mano, mirando con alegría a un pastor belga risueño que jugueteaba a su alrededor con devoción.

jueves, 15 de julio de 2010

Pimkye y Dogger (parte V)

Para obtener algo de alguien se puede hacer como hizo Preciosa, pero me temo que la CIA no usa esos métodos. Tampoco golpea, no sea que se enfaden los demócratas amantes de la falacia esa de los derechos humanos. Su arma es mucho más temible y demoledora: juega con el tiempo. Uno puede ser o no partidario o fanático de ellos, pero, seguidor o detractor, hay que reconocer que dominan a la perfección el arte de manejar el tiempo que usan como un peso ingente que presiona las conciencias de sus objetivos. Pimkye, Dogger y Preciosa permanecieron en aquella sala vacía el tiempo suficiente como para que desapareciera cualquier rasgo de cordura o dignidad antes de que alguna persona les dirigiera una sola palabra. Esa persona fue Pete Hawks, un agente de la vieja escuela, alto, no guapo pero atractivo, con el pelo blanco muy poblado, un individuo temido incluso entre sus colegas que, según decían, sabía tantos secretos que el mismísimo presidente, fuera el que fuera, le rendía pleitesía. La desestabilidad emocional de los perros junto con la altivez del agente hicieron que la entrada en la sala fuera, en sí misma, ya un triunfo. No tuvo la necesidad de tener que preguntar o de usar datos confusos y manipulados para hacer hablar a sus presas. Es cierto que el tal Pete no sabía por qué estaban allí aquellos tres individuos, solamente conocía el hecho de que habían golpeado a un agente para obtener información y eso, para un granjero, es síntoma de que eres un ente indeseable y peligroso al que hay que exprimir hasta las últimas consecuencias. Apartó la silla de la mesa con desprecio y se sentó delante de ellos con los brazos apoyados en el borde y los dedos de ambas manos cruzados entre sí, en una clara actitud de espera de declaraciones.
Ese hombre provocaba mucho temor en los encerrados. Les miraba como si pudiera ver más allá de sus cuerpos, más allá de la carne y los huesos y observara directamente sus almas. De ser esto posible, ya sabría que no se trataba de personas sino de perros, lo que le abriría las puertas a cualquier brutalidad que se le pasara por la cabeza con la impunidad que proporciona el vacío legal entorno a la violencia contra los animales. Seguramente terminarían sus días tirando de un carro en alguna mina, rodeados de pit bulls sanguinarios, todo ello sin haber cambiado de cuerpo… Estaban desvariando. Lo que decía, el aislamiento al que fueron sometidos hizo que tuvieran miedo hasta de lo más insignificante, que tuvieran miedo incluso de ellos mismos.
En un alarde de cordura, algo totalmente inusual en ese tipo de salas, Pimkye supo que no tenían más opción que mostrar sus cartas y esperar consecuencias. Aún dentro del peligro que conllevaba, siempre era eso mejor que seguir devanándose los sesos con visiones de realidades ficticias. Miró a sus compañeros, miró al hombre del pelo blanco, tomó aire, exhaló con fuerza y se autoproclamó portavoz de la expedición. Entonces, se incorporó en la silla y habló.
El soliloquio se alargó durante horas. Narró, con todo lujo de detalles, todos y cada uno de los segundos transcurridos desde el encuentro con la maldita piedra y el momento en que pusieron un pie en Virginia: habló de su casa en el jardín, del magnífico muslo de su ama, de los mil y un usos de la mano humana, de la casa abandonada y embrujada, habló de Paradise Hills, de la mujer del motel y de todo lo que hizo con ella, del viejo, de lo buena que es la comida de los hombres, del bicho volador… Incluso, en un ataque de sinceridad, llegó a contar, delante de él, que mintió un par de veces a Dogger para poder disfrutar de Preciosa a solas, antes y después de ser mujer. Ya estaba todo dicho, solo restaba esperar las reacciones del agente allí presente. Éste ni se inmutó, no movió un solo músculo de su cara después de haber escuchado el relato. Así era imposible descifrar qué impresión podría haber causado la experiencia relatada en él o qué pensaba al respecto. Lo único claro era que aquel tipo, y la organización a sus espaldas, estaban al tanto de la existencia de la piedra y no lo ocultaban. Para él hubiera sido realmente fácil reírse de Pimkye para ridiculizarle y poder tildarle de loco, deshaciéndose así de un pequeño problema, pero no se rió, no dijo nada, simplemente se levantó de la silla, miró a un gran espejo en un lateral de la sala y salió de allí cerrando de nuevo la puerta detrás de él. El agente Pete se dirigió a una sala contigua donde tres compañeros suyos, dos agentes y el jefe de grupo, observaron todo lo sucedido. El jefe, como responsable, preguntó a Pete “bueno, tú dirás… qué hacemos con ellos?”
_ Sin duda alguna, jefe, matarlos…_ respondió, impasible.
_ No creo que sean una amenaza, Pete_ intervino uno de sus colegas.
_ No? Son ingenuos, sencillos e inocentes, eso les convierte en la mayor amenaza para esta asociación y para el país!
_ Y desde cuando esos rasgos son una amenaza?_ repitió pregunta su colega.
_ Desde siempre! Un ingenuo pregunta sin reparo alguno a cualquiera que se cruza en su camino, incluso al mismo diablo, sin importarle, por ignorancia claro, el riesgo que pueda correr; un hombre sencillo piensa con sencillez y ése es el principal camino para entender el sistema que nos mantiene en lo alto de la pirámide. Esto no nos conviene; un inocente no tiene nada que perder, es fuerte y seguiría husmeando hasta el final; todo esto combinado en una misma persona es un misil directo a nuestro corazón… Hay que matarlos, jefe, los muertos no meten sus narices en ningún asunto…
_ Y tú John (el cuarto en la sala), qué opinas?_ preguntó el jefe.
_ Yo… …yo estoy con Pete, inyección letal y a Sonora!
_ Bien!_ dijo el hombre al mando_ decidido por dos votos a uno. Dispónganlo todo, ha de hacerse hoy mismo.
Los cuatro tipos salieron de la sala y avanzaron por el pasillo rápidamente para atender con prontitud las órdenes recibidas. Uno de ellos, el agente discrepante, un tal Michael B. mostraba claros signos de pesadumbre. Él había visto lo mismo que los demás, tan solo a tres individuos asustados que habían tenido la mala suerte de toparse con la piedra. Sí, eran perros, pero también personas, matarles era un asesinato en toda regla… Pero ahí estaba Pete y su sed de sangre sin límite y su lacayo John apoyando todo lo que salía de la boca de su amo, más por temor que por otra cosa. Pobres diablos, buscando ayuda se encontraron con la muerte porque nadie que ha sido condenado oficiosamente en la granja ha salido con vida.
En algún otro lugar del monstruoso edificio, el agente Pete Hawks, encargado de dirigir el operativo, solamente tuvo que mirar a uno de sus subordinados para que éste supiera lo que había que hacer. Sí, amigos, en la granja las formas son idénticas que en la mafia, nada de papeles, nada de órdenes por teléfono, todo se hace de palabra o a través de miradas si lo que se está ordenando ya está cocido de antemano. El subordinado, sin cuestionar ni una sola coma de la orden recibida, fue a un departamento cercano y cogió tres jeringuillas llenas de un líquido espeso y amarillento. Podría decir que, para llegar hasta ese departamento, ese chico tuvo que pasar dos controles de seguridad, introducir sus huellas digitales en un artefacto sofisticado anclado en la pared y poner uno de sus ojos en un lector de retinas para abrir la última puerta que daba acceso a la habitación donde se guardaban las jeringuillas aquellas y más de quinientos utensilios, químicos o no, que servían para acabar con la vida de forma silenciosa y sin dejar rastros que el FBI pudiera seguir, pero no fue así. La habitación no estaba vigilada por nadie y, una vez dentro, con abrir un cajón bastaba para tener camino libre al líquido letal. Del mismo modo que uno guarda la ropa interior en un lugar cómodo y accesible de la casa, en la CIA, las “cosas de matar” se guardan en lugares de rápido acceso. Es una cuestión de pragmatismo, lo habitual y cotidiano ha de estar “a mano”…
Con las inyecciones dispuestas e incluso etiquetadas con los nombres “perro I”, “perro II” y “perro III”, se activó el protocolo de operaciones de segundo grado referente a intervenciones con resultado de muerte en las propias dependencias, artículo cuarto, párrafo décimo del reglamento interno, de conocimiento obligatorio para agentes y operarios de la CIA. Esto conllevaba dos hombres fuertes que sujetaran al condenado, dos hombres armados que vigilaran a sus acompañantes, un médico que suministrara la química y cuatro mozos provistos de bolsas de plástico que almacenaran los cuerpos a la espera de traslado. Yo me pregunto por qué se empeñan estos agentes tan secretos y tan eficientes en el arte de matar en hacer las cosas tan difíciles. Digo yo que hubiera sido más fácil que el propio Pete hubiera sacado su pistola y les hubiera pegado un tiro, no? Supongo que actuar de manera tan protocolaria les hace creerse más profesionales. Aún así, sigo pensando que es absurdo comportarse como los malos en las películas de James Bond, que tardan una eternidad en liquidar al bueno narrando sus maléficos planes lo que les hace perder una oportunidad de oro que no volverán a tener. Con tanto reglamento y tanto artículo, la comitiva de la muerte también perdió su oportunidad. Cuando abrieron la puerta de la sala hermética donde se encontraban los elementos peligrosos a eliminar, éstos ya yacían inertes en el suelo.
_ Agente P.! Alguien ha hecho el trabajo por nosotros antes de que llegáramos…_ dijo el médico hablando al reloj que llevaba en su muñeca izquierda.
_ Bueno, el camino no importa, sólo el resultado y es el esperado… Deshaceos de los cuerpos!
Los tres cuerpos, fríos y pálidos, fueron metidos en las bolsas de plástico y llevados al almacén. Una vez allí, habría que activar el protocolo de actuación de tercer grado, traslado de deshechos incómodos a lugar seguro e ilocalizable, artículo quinto, párrafo primero del reglamento, lo que tardaría alrededor de diez minutos, el tiempo necesario para que la orden descendiera por la cadena de mando. Nueve minutos, treinta y ocho segundos, luz verde al traslado. Lo usual era usar el vehículo frigorífico de doble fondo con publicidad de industrias cárnicas “Jones”, un pequeño trayecto hasta el helipuerto secreto a las afueras de Virginia y de ahí, por aire, a Sonora. Se dice que, en unos diez años aproximadamente, ese desierto dejará de ser yermo y pasará, paulatinamente, a ser un bosque debido al numeroso “abono” humano que hay enterrado en su subsuelo, contribución generosa de los servicios secretos americanos y de los narcotraficantes mexicanos.
Todo se desarrolló con minuciosidad justo hasta el momento de descargar la “carne” para pasarla al helicóptero. Fue ahí donde, por caprichos del destino o por torpeza de los mozos, una de las bolsas cayó al suelo rompiéndose la cremallera que la cerraba. El agente John, al mando de ese protocolo por expreso deseo del agente Pete, pudo ver el contenido de la bolsa. Sí, era un muerto_ en la granja guardan muchos_ pero no era el muerto que debía ser. Se comprobaron los otros dos bultos y tampoco coincidían. Sin tiempo que perder, había que informar al mando, “Mr. Pete, tenemos un problema…”.
Una hora antes, la puerta de la sala hermética se había abierto y el agente Michael había cruzado su umbral. Michael B. llevaba años trabajando para los servicios secretos americanos. Desde su ingreso siempre mantuvo la fe en el sistema y en que su empleo servía para proteger el modo de vida americano, hasta que se cruzó con Pete Hawks. Sus métodos sanguinarios no cuadraban con el concepto que Michael B. tenía de seguridad del estado y esto sirvió para que se le cayera la venda de los ojos y pudiera ver con objetividad la realidad de la asociación para la que trabajaba. Ese día, hastiado ya de ver morir a gente, inocente y no inocente, su conciencia dijo “hasta aquí” y decidió actuar conforme a lo que su corazón dictaba, que no era otra cosa que parar los pies a su odiado y despreciado colega, Pete. Así que entró en la sala. Antes se había encargado de las cámaras de seguridad interna. Con premura, explicó a los tres detenidos la situación y les convenció para suministrarles una inyección, otro tipo de inyección, una que quitaba la vida igualmente pero que la devolvía pasados unos minutos, una herramienta diseñada para facilitar la huida de políticos en caso de que se vieran comprometidos por los pesados esos de los defensores de los derechos humanos. Luego salió de allí y fue al almacén donde esperó. Tuvo nueve minutos y treinta y ocho segundos para dar el cambiazo. Para cuando se descubrió el engaño, los chicos ya habían “resucitado” y, vestidos de operarios de la granja, salieron del edificio por la puerta principal sin mirar atrás. En sus cabezas revoloteaba el miedo y unas palabras que su salvador les había dicho antes de dejarles: “Winchester Old Tavern, 10:00 a.m.”.

martes, 6 de julio de 2010

Pimkye y Dogger (parte IV)

Efectivamente, no se equivocaron y la zona residencial donde antes vivían no había cambiado, lo que, por otra parte, es totalmente normal porque unos pocos días no dan para mucho, pero, teniendo en cuenta que eran perros y que su esperanza de vida, en el mejor de los casos, es de catorce o quince años, también es normal pensar que su percepción del tiempo es radicalmente distinta a la humana y que esos pocos días que llevaban fuera del hogar y lejos de sus amos para ellos fuera como toda una estación.
Todo estaba en su sitio: la casa de los Morrows en la esquina de Oak Ave con Moonlight Terrace; el viejo Nero, el san Bernardo de los Giggs, tumbado en el jardín delantero viendo el mundo pasar; el caserón embrujado con la misma maleza cubriendo la fachada; la señora Baltimore barriendo, seguramente por enésima vez en el día, el porche que su marido le construyó en su vigésimo aniversario… Era enriquecedor pasear por esas calles y sentir la armonía estable y segura que reinaba en aquel lugar y que lo hacía el mejor lugar del mundo. Pimkye pensó que, de finalmente tener que quedarse como humano, que era más que probable después de lo que el viejo del campo les dijo, buscaría un trabajo cerca y se compraría una casa en ese lugar de la que hacer su hogar. Pensó también que, ya que sería vecino suyo, con disimulo y sin levantar sospechas en su amo macho alfa, se haría amigo de su ama para poder estar cerca de ella. Era muy buen pensamiento, uno de esos que te hacen dar gracias por estar vivo, aunque lo mejor sería, no sabía cómo, volver a ser perro en cuerpo y alma y no tener que enfrentarse a problemas humanos que no eran suyos.
Hacia el final de Moonlight Terrace, Preciosa se separaría de sus amigos (amigos, por decir algo, porque solamente la quieren para una cosa). Ella debería tomar Rose Ave a la derecha para llegar a su antiguo hogar mientras que los otros dos deberían tomar, un poco más adelante, Butterflies Ave a su izquierda. Antes de esto, acordaron volver a encontrarse en la casa abandonada una vez hubieran visto a sus familias.
Habiendo dejado atrás a su compañera, los dos amigos siguieron adelante con la excitación creciendo en su interior a medida que se iban acercando a sus hogares. Era por la tarde y los niños estarían jugando en el jardín delantero, con lo que podrían verlos desde la distancia de la calle, sin tener que llamar a la puerta con alguna excusa nimia. Inconscientemente, frenaron sus pasos, sin duda alguna a causa de los nervios, pero es igual, porque despacio también se llega a todas partes, así que, llegaron hasta la linde y se pararon detrás de un viejo árbol que separaba las dos parcelas de los chicos. Y sí, los niños corrían por el jardín, los amos niños de Pimkye y los de Dogger, juntos, como buenos amigos y vecinos. Sus papás charlaban en el porche entre mirada y mirada a sus pequeños. La visión era justo la que esperaban ver, aunque algo no marchaba como ellos esperaban, había algo diferente, una pieza que no terminaba de encajar en el puzle familiar, un no sé qué que les hacía sentir como si estuvieran en una realidad paralela, en otro universo donde existía ese mismo barrio pero donde no había ni vestigio de ellos. Los niños reían como nunca lo habían hecho y el suelo estaba lleno de juguetes caninos nuevos. De la tristeza, el llanto amargo, los carteles recompensando la información del paradero, ni rastro. Todo esto no se da cuando el lugar que alguien dejó ya no está vacío. Dos cachorros de bóxer, preciosos y graciosos, correteaban torpemente entre las piernas de los niños, ése era el algo extraño, esas dos “cosas” pequeñas…
La punzada en el corazón fue letal, únicamente comparable al pinchazo profundo y doloroso que se siente (o que se debe sentir, nunca tuve la desgracia) cuando uno sube la escalera de su casa y, al entrar en su habitación, ve a su mujer “retozando” con ese tipo que conoces y que odias. Paralizados, desearon la muerte. Estaban olvidados, muertos y enterrados, ellos, que eran parte activa de esas familias, ellos, que eran los mejores amigos de sus críos, ellos, los mejores guardianes, liquidados, eliminados, borrados de sus vidas a las primeras de cambio. El cruel destino, no contento aún con lo que les había reservado, tuvo un último gesto desagradable para con los muchachos, gesto éste que precipitó el llanto desconsolado tan habitual en estos casos de “desamor”: los pequeños bóxer se llamaban Pimkye y Dogger. El mundo, ese mundo del que tuvieron consciencia en el mismo momento de tener cerebro humano, se les vino encima, sin casa, sin familia, sin nombre… …sin su cuerpo canino, tan atlético y lleno de pelo… Era tan salvajemente doloroso que no habría postura que practicar con su amiga Preciosa que les pudiera quitar esa pena del corazón. Por haber perdido, habían perdido hasta la misión que se traían entre manos, porque, para qué iban a volver a ser perros, para terminar en una perrera a la espera de inyección letal? Todo se vino abajo, todo perdió la importancia. Entonces, Dogger, no el cachorro, el hombre, inusualmente maduro y entero dijo “no, me niego!! Yo volveré a ser el perro que era y recuperaré a mi familia! Recuperaré mi lugar!”, y fue tan emocionante que Pimkye lloró de alegría, aunque no se notó porque como ya estaba llorando de pena y las lágrimas son iguales en ambos casos…
Como dos novios abandonados, dieron media vuelta y dejaron su escondite detrás del árbol con la esperanza de hacer suyo ese lugar, otra vez, en un futuro, pero la esperanza es como un orgasmo, en un determinado momento te proporciona una subida excitante que te hace tocar el cielo para después bajarte de golpe a la más profunda desolación terrenal. En la casa abandonada, ya desaparecida la emoción, no había ningún motivo para seguir soñando, tan solo había pesar de corazón y vacío. Además, era absurdo pensar en que podrían deshacer el camino de transformación, ya lo dijo bien claro el viejo. Deberían aceptar la situación con entereza, pero ahora explícales tú a dos perros qué es la entereza… Aún llorando hundidos en la más profunda y oscura de las miserias, lejos de asumir las cosas y mirar hacia delante, una vocecita suave todavía insistía en intentar volver a ser perros dentro de sus cabezas. Lástima que estos dos no conocieran a Marco Aurelio, “perseguir imposibles es de locos…”
Preciosa llegó un poco más tarde que ellos a su cuartel. Ella no lloraba ni se la veía triste, razón ésta por la cual se asombró mucho al ver a sus compañeros cabizbajos. Se conoce que no debió sentir el olvido por ninguna parte en su antiguo hogar, muy al contrario, vio a su amo sentado en el porche con la mirada fija en el infinito envuelto en un manto de melancolía, sin duda a causa de la pérdida de su magnífica perra labrador. Preciosa, enternecida por la visión, se dejó llevar por el profundo amor que profesaba a su amo y, no reparando en su aspecto actual, se acercó hasta él y le abrazó cariñosamente. Yacieron. Yacieron sólo un poco, pero yacieron. Si a un hombre de cincuenta y tantos se le acerca una jovencita de muy buen ver y con sus carnes muy bien repartidas y abundantes y le abraza estrujando el rostro del hombre en su turgente pecho, teniendo en cuenta que ella no es ni su hija, ni su sobrina, ni su vecina, ni siquiera la hija de un amigo lejano, sino una perfecta desconocida que entra en ebullición con tan solo oler la testosterona y que es mayor de edad (porque Preciosa es mayor de edad), lo normal es que yazcan aprovechando que el ama, la esposa del amo, que además hace siglos que no deshace la cama, está fuera del hogar en alguna reunión de señoras de la iglesia local. Habida cuenta de la extraordinaria experiencia, entra dentro de lo normal que ella no entendiera la postura deprimida y deprimente de sus compañeros de aventura, que continuaron llorando hasta que no soportaron más el dolor de cabeza.
Horas más tarde, ya no había tiempo para llantos autocompasivos y tampoco había lágrimas que soltar. Era el tiempo de hacer algo, de moverse, de salir del agujero, y lo más inmediato, lo que tenían más al alcance era seguir con el plan establecido de recabar información sobre las tres letras, después, claro está, de escuchar el relato de la experiencia de Preciosa con su amo y actuar su la representación en tres actos. El objetivo, el macho alfa amo de Dogger, mejor dicho ex amo de Dogger, un tipo corriente, con barriga de cervezas a destiempo y calvicie galopante, al que, aparentemente, no sería difícil sonsacar información, pero a Pimkye le daba en la nariz que esa cosa de las tres letras no era algo con lo que uno puede andar jugando, nada de juegos con gente que tiene un bicho volador… No podían correr ningún riesgo innecesario, por lo que propuso ser contundentes, nada de ir a preguntar con educación, nada de “por favores”, secuestro “express” y punto, rápido y limpio. Así lo hicieron.
Esa misma noche, ya casi de madrugada, volvieron al antiguo hogar de Dogger, en el que no encontraron obstáculos para entrar, y raptaron al tipo. Nadie en la casa se dio cuenta, ni siquiera su mujer que cuando dormía pareciera que moría. De vuelta en la casa abandonada, sentaron al hombre en una silla y le ataron fuertemente a ella. Un par de bofetadas ayudaron a que terminara de despertar. La pregunta fue concisa, “CIA, dónde?”. El tipo no respondió, no se sabe si por no entender la pregunta o por esconder bajo la facha de vulgaridad a un experto agente de esos que aguantan todo antes de soltar alguna palabra, que, generalmente, suele ser un “que te jodan” muy sonoro seguido de un esputo ensangrentado. Frente a un muro así, no es de extrañar que llegaran los golpes. Tuvieron que hacerlo, la violencia es lo que aparece cuando alguien no consigue lo que se propone y está cegado por la desesperación de no avanzar. Así que fueron cayendo primero las bofetadas, luego los puñetazos, más puñetazos en las piernas, un cabezazo en la cara (eso es rotura de nariz segura…) pero el calvo no decía nada. Sería posible que no supiera nada? Algo así debió preguntarse Dogger porque no era muy normal que un tipo corriente, su ex amo, alguien que lamía el tomate kepchup del plato después de chorrear de su hamburguesa, pudiera aguantar tal castigo sin siquiera emitir un grito de queja… “Este tipo no sabe nada de nada, Pimkye”, dijo. Exhaustos y vencidos, los dos amigos ya no sabían qué hacer. Su condición de macho les decía que si después de hacer daño no se tiene lo que se quiere, ya no hay más que hacer. Afortunadamente para ellos, en la sala había una hembra. Ellas, cuando quieren algo, lo consiguen sí o sí y sin usar violencia física (la psicológica es otra cosa). Preciosa sabía perfectamente que aquel tipo protegía algo y se propuso sacárselo, “dejadme ahora probar a mi…” les dijo a los muchachos. Se plantó delante de él, le miró fijamente a los ojos, se abrió la camisa y sonriente dijo “si me dices lo quiero saber, te daré todo lo que tú quieras…”. El tipo aquel, dolorido y ensangrentado, plantó sus ojos en la gloriosa visión y se dejó llevar por la lascivia. Aceptó. Hay que decir que hubiera aceptado incluso si Preciosa no se hubiera abierto la camisa porque, en realidad, estaba encantado con todo lo que estaba sucediendo, golpes incluidos. Él era un agente de la CIA y siempre pensó que correría aventuras, que le perseguirían espías rusos y que compartiría habitaciones de hostales en Berlín Oeste con guapas agentes dobles… pero lo que único que había visto en veinte años de profesión era una oficina gris y un teletipo que soltaba papeles encriptados todo el tiempo con absurdos mensajes de algún enviado a Sri Lanka o por ahí. Ese día, Dios le vino a ver. Le raptaban, le golpeaban, él no decía nada y, además, le seducía la jefa mala del comando comunista_ porque eran comunistas, todos los malos son comunistas_. Era genial, maravilloso, una historia triunfante que contar en la oficina y vacilar frente a los compañeros. Claro está que no contaría nunca que terminó hablando y diciendo mucho más de lo que los chicos necesitaban saber. Entre algunas “prendas” que el calvo soltó por la boca se encontraba lo del micro pene de su hermano Paul, que su esposa Susan escondía una botella de vodka en la planta del hall de la que él también bebía a escondidas y que un día tuvo que “descomer” en la oficina y limpiarse con lo primero que salió del tele tipo que resulta que eran unos papeles que decían algo de no sé qué de un Palacio de la Moneda y que, por su culpa, Henry Kissinger tuvo que retrasar lo de Chile. Lo importante también lo dijo, fue lo primero de todo: Pete Hawks, Virginia. Pimkye y Dogger aprendieron dos cosas esa noche: que si uno no golpea bien se puede hacer más daño que el que espera hacer al golpeado y que más vale ingenio que fuerza bruta, que se consiguen más cosas con rosas y vino que a golpes.
El siguiente paso en su empresa era evidente, desplazarse hasta Virginia y preguntar por el nombre que habían obtenido pensando que les sería de ayuda, influidos, sin duda alguna, por la antigua y trasnochada creencia de que una institución gubernamental está ahí para ayudar y servir al ciudadano y, aunque eran perros y no ciudadanos su aspecto era como el de uno de ellos y podrían pasar inadvertidos.
Pisando ya suelo de Virginia, a la que llegaron sólo Dios sabe cómo, únicamente tuvieron que pronunciar la palabra “granja” para que algún vecino les indicara el camino al cuartel general de la CIA. En los Estados Unidos se conoce como “granja” a ese cuartel y, por lo tanto, los agentes son los granjeros. Cuando algún enemigo escucha que los granjeros de Virginia acabarán con él, generalmente se echa a reír pensando que le atacarán paletos desdentados armados con útiles del campo, pero la sorpresa es mayúscula en el momento en que se ve acorralado por los mismos paletos pero con subfusiles UCI.
Los muchachos tenían miedo, no por las armas de fuego sino por el simple hecho de que fueran granjeros, habida cuenta de que es sabido que cualquier animal doméstico los teme porque son personas que los obligan a trabajar hasta la extenuación y que no dudan en matarlos cuando la eficiencia baja, exactamente igual que los empresarios.
La granja era un edificio brutalmente grande, descomunal, que impresionaba solo con verlo de lejos. Dentro era aún peor. Había miles de personas de un lado para el otro, todas ellas con una pistola bajo la axila, recepcionistas incluidas. Era un lugar temible, un sitio de esos que es mejor no saber que existe, lleno de ambición y amor al poder, donde todas las miradas escondían sospechas y desconfianza. Estar allí, para los chicos, era como estar en pleno ártico, entre orcas, siendo una foca pequeña y desvalida, o, mejor dicho, no era como, es lo que era en realidad, estar entre granjeros siendo tres perros desvalidos.
Cruzaron el amplio hall hasta llegar a un mostrador. Allí preguntaron a una señorita por el tal Pete Hawks. “Esperen un momento ahí sentados, por favor…”, les respondió la jovencita que, inmediatamente después, cogió un teléfono rojo y, sin marcar número alguno, dijo “están aquí”. No más de treinta segundos más tarde, siete hombres vestidos de negro les rodearon y le “invitaron” a acompañarles. Fueron metidos en un ascensor tan silencioso que no pudieron saber si subían o bajaban. Caminaron por un pasillo largo y se les empujó a una sala fría y hermética donde fueron encerrados.

martes, 22 de junio de 2010

Pimkye y Dogger (parte III)

Contadas ya todas las andanzas nocturnas y habiéndose lamido todo el cuerpo a modo de aseo personal_ el baño de la ducha, pagado y sin usar_ salieron del motel hacia el campo de recreo. Tenían todo el día por delante y la ayuda de la perra, nada podía fallar, a excepción de que ésta se distrajera con algo, una mariposa, una deposición de otro macho. Para que eso no ocurriera, compraron un buen saco de alimento canino, calidad “deluxe”, para tenerla bien contenta y agradecida. Creyeron que sería suficiente pero lo cierto es que Dogger tuvo que aplicarse de nuevo con ella detrás de un matorral para apagarle el celo. Los labradores son perros listos, no hay nada como estar bien comido y mejor fo… para afrontar un duro día de trabajo con garantías de éxito.
Cinco horas después de haber llegado a Paradise Hills y habiendo peinado ya un buen montón de acres, pulgada por pulgada, Preciosa, que así era como llamaba Dogger a la perra desde que intimaron, encontró algo junto a un riachuelo a los pies de alcornoque medio seco. Los dos muchachos corrieron hacia allí y, arrodillados, escarbaron en la tierra humedecida con la uñas, llenos de ansiedad. Entonces, una voz profunda y grave habló:
_ Yo, en vuestro lugar, no haría eso…!
Un viejo decrépito y sucio estaba sentado en una piedra, bajo una sombra, justo detrás de ellos. Tenía una gran barba grisácea, muy enredada, y las manos cuarteadas y encallecidas, como alguien que ha vivido largo tiempo a la intemperie. Su ropa no se puede decir que fuera ropa, más bien eran harapos, restos de prendas que otrora fueron, seguramente, el orgullo de algún hombre pero que ahora no pasaban de simples trapos sucios y raidos. El viejo mantuvo su mirada clavada en los dos hombres arrodillados una vez dijo lo que dijo, esperando claramente que la curiosidad hiciera efecto en alguno de ellos y preguntara el “por qué” de rigor, pregunta esta que, a un cerebro humano que siempre fue humano hubiera llegado al instante, tardó en aparecer más de tres minutos en los cerebros de los chicos, tres minutos, ciento ochenta segundos en los que los tres individuos permanecieron en silencio mirándose fijamente, Justo en el segundo ciento ochenta y uno, Dogger, otra vez él, por delante de su líder, preguntó por qué.
El viejo misterioso, lleno de satisfacción por saber algo que otros no sabían y tener la oportunidad de contarlo y ser escuchado, sacó una pipa vieja como él de un agujero que seguramente usaba a modo de bolsillo, la golpeó contra la roca en la que se sentaba, la llenó de unas hiervas que sacó de otro agujero y las prendió fuego chupando con insistencia al mismo tiempo. Efectuado el ritual del nuevo personaje en escena que se dispone a revelar al lector un secreto que arroje algo de luz sobre el cuento, el anciano habló:
_ La roca es caprichosa… Hace lo que quiere y es totalmente impredicible…
_ Y qué quiere decir con eso?_ replicó Dogger muy excitado y enfadado.
_ Quiero decir que si volveís a exponeros a su luz rosácea, es posible que, esta noche, os convirtaís en a saber qué…
_ No volveremos a ser perros??
_ Ah…!! Sois perros…!? Muy curioso… si señor, muy curioso… Os puedo decir que yo era un toro. En mil novecientos veinte esto era un campo de pasto para ganado vacuno y yo era el semental. Un día, pastando, me topé con esa cosa salida del mismísimo infierno y me transformé en lo que soy ahora, mucho más joven, claro está… Pensé como vosotros, que exponiéndome de nuevo podría dar marcha atrás… Qué iluso…! Lejos de volver a ser el toro fuerte que fui pasé a ser hurón… Repetí y repetí la operación hasta dar con la solución… Nada. De hurón a cabra, de cabra a cerdo, luego gallina, ornitorrinco, caballo percherón, gacela Thomson, cucaracha… Por fortuna, algo en mi cabecita me decía que no debía moverme de al lado de la piedra, porque después de pasar por el cuerpo de cientos de animales, la maldición hizo que fuera una cuchara de madera, luego exprimidor, billetera usada, vacía por más señas, y espumadera, cualquier cosa que os imagineís excepto toro. Un día, no sé ni cómo ni por qué, ni si mucho tiempo después o poco, volví a ser hombre y decidí quedarme en ese estado, que más vale ser un humano que no una cabra o un exprimidor, no? Llevo sesenta años cerca de la roca intentando descifrar el misterio que la envuelve para encontrar el modo ser toro semental de nuevo…
_ Dios Canino Santo, Pimkye…!!_ exclamó Dogger_ nunca volveremos a ser perros…!
_ Nunca, lo que se dice nunca, tampoco, amigo mío_ dijo el viejo_ Quiero pensar que hay un modo, necesito creer en ello para poder seguir viviendo… Ahora bien, que tardará, eso dalo por hecho, así que, lo mejor que se puede hacer es intentar divertirse lo más posible mientras se es hombre.
_ Yo ya me divierto mucho solo _interrumpió Pimkye.
_ Ya, comprendo… pero solo no lo óptimo. Sé que es bueno y satisfactorio, pero amigo, con compañía femenina es glorioso…!
_ Ahí tienes razón, abuelo…_ aseguró el belga dibujando una media sonrisa pícara en su cara_ Pero de dónde sacaremos hembras con las que pasarlo bien?
_ Todavía no usaís el cerebro humano como debeís, no? Tenemos la piedra, tenemos una perra… me seguís?
Pimkye entendió al momento la propuesta del viejo y era de su agrado, estaba muy bien pensado y era absolutamente lógico que mucho mejor era pasarlo bien en esas circunstancias que estar llorando o lamentándose, que no les conducía a ninguna parte. Y para esas alturas, él ya sabía que lo mejor de ser hombres, mucho mejor que el calor de la ropa o los sabores de las comidas variadas residía en yacer con una hembra.
Casi aceptada la propuesta, hubo un pequeño inconveniente. No todos los machos estaban en la misma sintonía. Dogger se levantó del suelo, puso a Preciosa bajo sus piernas y con furia gritó “a Preciosa ni tocarla…!!” Su postura era coherente, él no había catado hembra humana, tan solo hembra perra y hasta ese momento, para él, eso era lo mejor que existía en la faz de la Tierra, unido esto a que realmente le había cogido afecto a su querida labrador. Era un problema tal actitud, pero ya digo que pequeño. Dogger no tardó mucho en ceder, se conoce que no debía tenerle tanto afecto como yo pensaba, o eso o que su deseo sexual humano era infinito. Más bien lo segundo porque fue a lo que apelaron los dos otros dos machos para convencerle. Una última frase del viejo terminó por hacer caer la furia celosa de Dogger: “y no te preocupes por mí, amigo, a mi edad, casi con mirar me conformo…” La diversión estaba a punto de llegar. Ordenaron a la perra que escarbara en la tierra en busca de la piedra y así lo hizo, obediente ella como la habían educado, sin mucho esfuerzo, acostumbrada como estaba, y como están todos los perros, a excepción de esos que parecen ratas y que alguna mujer con aires de grandeza lleva siempre en brazos, a enterrar y desenterrar objetos valiosos para ellos y algún resto de comida. Pocos segundos después apareció la piedra, reluciente, resplandeciente por tener cerca a Preciosa que permaneció allí el tiempo que los machos estimaron suficiente para que las radiaciones hicieran su trabajo.
Ya solamente restaba esperar. Y como el que espera, desespera, los tres hombres desesperaron lo suyo sintiendo cada segundo como si fuera una eternidad. Bien es verdad que podrían haber practicado su “hobby” mientras la noche llegaba y, ciertamente, fue algo que pasó por la cabeza de los dos jóvenes, no por el hecho de estar esperando y desesperando sino porque era algo que siempre pensaban, estuvieran en la situación que estuvieran, pero el viejo, sabio como el diablo, supo refrenar el ímpetu juvenil con un argumento definitivo: la autosatisfacción agota el cuerpo y lo conveniente era aguantar y guardar fuerzas para cuando la perra fuera mujer. Ante un planteamiento así, nadie, ni aún dos sacos de testosterona en ebullición, puede decir “no”.
Con las doce en el reloj llegó el esperado resplandor que traería el regalo, una mujer guapa y gordita, de carne blanca como la leche y pelo rojizo, completamente desnuda. Quizá por el recuerdo de lo último que su olfato olió, estupefacta y asustada, Preciosa corrió a los brazos de Dogger. La tranquilizaron como buenamente pudieron y, con premura, la pusieron al tanto de lo que había ocurrido. También le contaron cosas que podría hacer de ese momento en adelante con su nuevo cuerpo humano, cosas buenas y agradables, para que no se deprimiese, Lejos de hacerlo y como si el celo canino aún hiciera efecto en ella, se puso manos a la obra con una de las cosas que le habían dicho hasta que los machos jóvenes no pudieron más. Y sucedió lo normal en estos casos, ella quiso más, pero hay un punto en el que ya no hay nada que hacer por mucho que el cerebro diga que sí. Enfadada y decepcionada, Preciosa fijó su mirada lasciva en el viejo. Éste había estado mirando con atención el espectáculo desde la roca en la que le encontraron y al ver acercarse a la mujer desnuda se dijo a sí mismo sin pensar mucho en ello “qué carajo! Voy a intentarlo…!”. Muy animado, quiso emular a sus compañeros y se tumbó en el suelo dejando que ella se pusiera encima. Aquellas caderas comenzaron a moverse suntuosamente y fueron demasiado. El viejo falleció, y falleció, permítanme, por gilipollas, porque hay veces, y con ochentaymuchos es una de esas veces, en las que hay que escuchar al corazón en vez de a la cabeza, y si el corazón, por agotamiento o por lo que sea, dice que no, es que no y punto. Es duro, incluso cruel, que la cabeza, tenga la edad que tenga, mantenga su lívido activa, por eso es recomendable que los ancianos se centren en le dominó y en la brisca, para que no piensen en lo que ya no deben pensar. No obstante hay que decir que, aún muerto, el viejo no dejaba de sonreír.
El cuerpo inerte del anciano no fue algo que asustara o que desanimara a la audiencia allí presente. Para los perros la muerte no tiene el mismo significado que para nosotros, ni siquiera se llama muerte, simplemente se llama “nada”, el viejo se fue y ya está. No lloraron o lo lamentaron, se limitaron a lamerle un poco en señal de afecto. Preciosa por su parte siguió encima de él contoneándose, lo que se empieza hay que terminarlo…
Un par de horas después del incidente, el justo y necesario para recobrar el empuje que les permitiera retozar con la mujer una vez más, Pimkye y Dogger se disponían a repetir, por décima vez, pero algo les hizo replantearse su decisión. La piedra empezó a emitir un pitido agudo y desagradable. Qué era eso? Estaría llamando a alguien? Quizá a sus dueños, unos extraterrestres malvados o una bruja malhumorada de cuento de hadas? Fuera lo que fuese, ese ruido era, claramente, una señal, un reclamo, un aviso dirigido a alguien. Los tres se escondieron rápidamente detrás de un matorral, no fuera a ser que ese pitido fuera el modo por el cual la roca esa actuara a distancia y terminaran sus días como plato hondo o como colibrí. No tuvieron que estar mucho tiempo allí acurrucados esperando a descifrar qué era el sonido aquel porque, detrás de un estruendo ensordecedor, apareció en el cielo una especie de mosquito gigante que escupía luz y se posó en el suelo. El bicho ese daba mucho miedo y no dejaba de hacer ruido. De su interior salieron dos tipos embutidos en unas armaduras blancas y cogieron la roca con unas pinzas muy largas. La metieron en una caja de hierro de paredes muy gruesas y volvieron al estómago del mosquito. Igual que aparecieron, desparecieron en el aire dejando detrás de ellos oscuridad y silenciosa paz.
“Qué coño era eso?”, se preguntaban entre ellos. Nadie tenía una respuesta, ni siquiera alguna ocurrencia, por loca o absurda que fuera, que les diera un indicio de lo que esa cosa pudiera ser. Tan solo Preciosa pudo aportar algo de interés. Ella había visto, entre la polvareda que se había formado, algo inscrito o pintado en un lateral del bicho volante, quizá fuera una información útil. La inscripción eran las letras “C”, la “I” y la “A”, con puntos entre ellas.
Ahora, creo que debo de dar una explicación, al menos hacer un comentario. Que una perra labrador recién transmutada a mujer reconozca caracteres humanos admito que es cuando menos improbable. Hay tomarlo como un misterio que, en este cuento donde hay una piedra que transforma animales en humanos, es totalmente posible. Además, necesito que la perra sepa leer o que sepa que ciertos símbolos son letras porque, la verdad, no se me ocurre otro modo de que tres perros con cuerpos de hombres, entendiendo “hombre” como especie, tengan un hilo del que tirar a raíz de haber visto al helicóptero del gobierno. Le he dado vueltas y vueltas, pero nada, solamente encuentro este camino, así que lo dicho, Preciosa sabe leer o reconoce las letras y no hay que darle más vueltas al tema. Si en Hollywood pueden hacer que un tipo, diez años después, haga mella en Vietnam con un fusil y un cuchillo de campo, cosa que no pudieron hacer más de medio millón de soldados con maquinaria pesada, o si pueden amenazar primero la Tierra con un meteorito gigantesco para luego salvarla con un puñado de artificieros de la minería al frente, si ellos pueden hacer eso, yo me permito el lujo de hacer que una perra sepa leer y me quedo tan tranquilo…
“C”, “I” y “A”, “C.I.A.” fue exactamente lo que Preciosa vio. Qué significaría eso? Estaba claro que era algo que seguir, un hilo del que tirar (aquí está el hilo) para llegar hasta el lugar donde resolver todas sus dudas e inquietudes. Ahora bien, dónde irían? A quién preguntarían? No hay un lugar en los barrios donde se pueda leer en su rótulo exterior “C.I.A.” para ir y preguntar por la solución de enigmas, “hola buenos días, quisiera información sobre el asesinato de JFK…”, “Buenas… …sería tan amable de enseñarme los dosieres acerca de la invasión de Panamá…?”. Esto no existe, como es lógico. Debería, si es que eso de la democracia y de que el pueblo es soberano es cierto, que ya queda claro que no es cierto, al menos en la práctica. Así que, no existiendo ese lugar, iba a ser un problema grande el encontrar información de esas tres letras. Preciosa las escribió en la arena para que sus compañeros pudieran saber de qué estaba hablando cuando nombraba a las tres letras y eso fue determinante. Dogger cerró sus ojos para estrujar mejor su memoria buscando algo en algún rincón de su cerebro. Permaneció así varios minutos, procesando datos, haciéndolos pasar a toda velocidad por delante de sus ojos y, de repente, dijo suavemente “sigue, sigue…” y todo lo que estaba viendo en su recuerdo se desvaneció. Cómo recordar algo con Preciosa agachada frente a uno…!! No hay problema, por grande que éste sea, que impida a dos o más humanos tener sexo, mucho menos si la hembra está receptiva o si, mejor aún, es ella quién lo propone_ todos sabemos ya, excepto algún Casanova fanfarrón, que hay sexo si ellas quieren_.
Entretenido en la tarea, justo en el clímax, en el momento en el que empiezan a salir palabras de la boca sin que necesariamente el cerebro lo haya ordenado, Dogger gritó “mi amo, mi amo…” y terminó. Luego, mucho más relajado y visiblemente satisfecho, aclaró sus palabras: “Mi amo adulto, él tiene papeles blancos con esas cosas que Preciosa vio. Hemos de volver!”.
Solventado el pequeño problema de la desnudez de Preciosa (hasta ahora la muchacha había estado un buen número de horas como Dios la trajo al mundo, mejor dicho, como la piedra la trajo al mundo), los tres pusieron rumbo a su ya antiguo barrio. Se les veía nerviosos por el hecho de ver de nuevo a sus amos y sus hogares, como un muchacho que ve a su ex tiempo después. Habría pocos cambios. Sus familias seguirían allí, haciendo las cosas habituales y mostrando claros síntomas de tristeza por la pérdida de sus “amigos”, que era lo que el trío consideraba que eran para sus amos, amigos más que mascotas o animales de compañía. Sí, sería bonito verles, aunque también sería duro porque tener delante a seres queridos que sufren y no poder correr hacia ellos a estrecharles en tus brazos para aplacar su pesar es algo que necesariamente marca el corazón.

jueves, 10 de junio de 2010

Pimkye y Dogger (parte II)

De vuelta en su casita del jardín, esperó a Dogger. Eran pocos minutos los que restaban para la salida del sol y su compañero aún no había regresado. Estaba nervioso, la incertidumbre le tenía consumido como lo haría con cualquiera. El no saber si se va ser hombre o perro puede desestabilizar la mente más estable. Y Dogger que no llegaba…
_ Pero Dogger, cuánto tardas!! Estás loco?
_ Es que he tenido que evacuar…
_ Y dónde lo has hecho??
_ Dónde lo voy a hacer? En el jardín!
_ Ahora eres humano capullo!! Has de usar lo que ellos usan!
_ Uff…! Demasiado difícil… Me hubiera equivocado de mueble blanco seguro…
El primer rayó de sol apareció y con él, el momento de salir de dudas. Será perro? Será hombre? Los dos amigos se miraban con los dedos cruzados, “que sea perro, que sea perro…!”, repetían en voz baja como si de una letanía se tratase. La luz natural iluminaba ya todo el vecindario haciendo que las farolas de la calle se apagaran y no ocurrió nada. Era absurdo seguir esperando, ya tenían respuesta: hombres.
Dogger no pudo contenerse y lloró. Tampoco demasiado, no había tiempo para lamentos, tendrían que salir de allí antes de los amos adultos o los amos infantes descubrieran a dos tipos desnudos en la casita del perro. “Llora todo lo que quieras pero llora corriendo”, le dijo Pimkye a Dogger y corrieron como locos, desnudos, con la ropa de sus amos en las manos, en busca de un lugar seguro donde poder refugiarse, al menos hasta que pudieran vestirse, a salvo de alguna voz que dijera “maricones” y que les condenara. Ese lugar tenía nombre, el viejo caserón, una casa abandonada al final de la calle donde nadie entraba nunca porque decía la leyenda que allí habitaban los fantasmas de tres niños asesinados por el antiguo dueño. Fuera verdad o no la leyenda, ellos se metieron allí porque son mucho más temibles los vivos armados que cualquier ánima. Una vez dentro, se enfrentaron a sus verdaderos enemigos, el terrible pantalón y la despiadada camisa. Los niños tardan en aprender a vestirse solos, la pregunta es, cuánto tiempo tardarían en aprender dos perros? Hay respuesta para esa pregunta, treinta y cinco horas seguidas usando el método “ensayo y error” hasta la desesperación. Lo que quedará para la leyenda junto con los tres niños y el dueño asesino es el cómo aprendieron a abrocharse los botones de las camisas. Quizá sí hubiera fantasmas en la casa abandonada y les echaron una mano en vez de asustarles, tres pequeños “Casper”, amables y risueños, que no dudaron en ayudar a dos hombres en apuros. La verdad, no sé cómo fue, lo que sí sé es que a las veintisiete horas de haber empezado a intentarlo, los dos hombres se volvieron hacia una de las paredes del salón y comenzaron a ladrar, lo que me lleva a pensar que, efectivamente, allí había fantasmas que fueron percibidos por el sentido canino aún latente dentro de esas cabezas humanas. Me imagino a los espíritus desesperados, diciéndose entre ellos “joder, qué animales…! Anda, vamos a ayudarles que me están dando pena…”. Aunque, cuando sí que debieron desesperarse de verdad fue en el momento en que Pimkye y Dogger, ya vestidos correctamente y hasta con la camisa por dentro del pantalón, volvieron a desnudarse para dar rienda suelta, una vez más, a sus manos, a ambas manos. Y como allí estaban tranquilos y anochecería en poco tiempo, decidieron hacer noche en aquel salón.
El despertar la mañana siguiente fue todo un calvario. Esos cuerpos humanos que ahora usaban estaban consumidos después de un gran número de horas sin alimentarlos, así que la prioridad, muy por encima de cualquier otra cosa, era comer. Tenían los papeles verdes, solamente restaba encontrar un buen lugar. El supermercado del centro comercial era una opción aceptable, con su surtida sección de alimento canino dispuesto en sacos industriales tan pesados que bien podrían hacer volcar los carritos, pero era muy posible que ese alimento no fuera el adecuado para sus nuevos cuerpos, qué humano necesita que su pelaje del lomo brille o ser desparasitado? Además estaba el tema del aparato digestivo que podría dañarse ingiriendo comida para perros, aunque, después de todo, cuando hay hambre, hay hambre, y no creo yo que ningún estómago humano vacío vaya a hacer ascos a cualquier cosa que le llegue por el esófago, ni siquiera si lo que llegara fueran tuercas de acero inoxidable de paso ancho. Pero, la verdad, teniendo dinero y la posibilidad de ir a cualquier sitio, para qué liarse con las opciones. Lo mejor sería acudir a un lugar de alimento humano y comer allí lo que les sirvieran, por mal que supiera. Después de llenar el estómago ya tendrían tiempo de buscar el camino para resolver el embrollo en el que se habían metido.
El lugar escogido fue Buddy´s. Era el mejor de la zona, un montón de comida al más puro estilo inglés, que bien serviría como única toma del día, por poco más de cinco dólares, cinco cuarenta y cinco para ser exactos. Los chicos tomaron dos desayunos cada uno sin que se notase demasiado su poca habilidad con los cubiertos entre la clientela del local, más aún, se podía decir que los usaban incluso mejor que algunos de los clientes, este es el país de la hamburguesa y del perrito caliente, aquí se usan las manos hasta para la sopa china… Pimkye y Dogger probaron el café. No les gustó en absoluto, cosa ésta normal cuando no se añade azúcar, pero bueno, tampoco vamos ahora a exigir a dos perros en cuerpos de hombres que conozcan todos los protocolos a la hora de tomar café. Aunque lo hubieran añadido, igualmente no les hubiera gustado porque alteraba sus corazones y los hacía sentir como si el mundo girara un millón de veces más rápido de lo que lo hace. Aparte de esto, el balance como humanos se puede decir que era bueno: los huevos fritos, bien; el calorcito de la ropa, bien; sus hábiles manos llenas de dedos, muy bien…
“Pimkye, he pensado…”, dijo Dogger mirando al infinito a través del ventanal del local de Buddy. Esto dejó perplejo a su compañero que desde que eran humanos no había visto a su amigo actuar o decir nada con un mínimo de sentido, pero lo cierto es que realmente había hecho un ejercicio mental totalmente lógico y coherente que no suponía comportarse como un animal e ir orinando por todos los árboles del barrio para marcar el territorio. Dogger habló: “mira, el día que encontramos la roca también estuvo allí la labrador aquella con la que flirteabas, lo recuerdas? Con un poco de suerte, ella sigue siendo perra y nos puede ayudar a buscar con su olfato, no? Qué te parece?”.
A Pimkye lo costó reconocerlo_ a los líderes, y Pimkye lo era, como humano y antes como perro, les incomoda mucho que sus supuestos subordinados piensen, mucho más que lo hagan mejor que ellos_ pero la ocurrencia de su amigo era brillante. La perra es cierto que estuvo allí y que merodeó cerca de la piedra, pero no lo suficiente como para que las radiaciones le afectaran, con lo que era más que probable que mantuviera su estado canino original. Y además estaba localizada. Era la perra de los Smith, un matrimonio mayor de un par de calles más para allá de donde vivían ellos. Simplemente tendrían que ir allí y raptarla. Luego le dirían el “busca, busca…” tan efectivo con los perros para que les llevara hasta el lugar donde habían enterrado la maldita piedra.
No tardaron mucho en llegar a la casa de los Smith. “Mira, Dogger, está ahí…”, dijo Pimkye. La labrador correteaba por su parcela detrás de una pelota de tenis. El hecho de que Pimkye, cuando era perro, estuviera a punto de copular con ella_ de no haber sido por el descubrimiento lo hubiera hecho con total seguridad_ no suponía que supiera su nombre, algo que sucede también entre algunos humanos. Silbó, gritó, chasqueó los dedos, pero nada, la muy perra no hacía ni caso, maldita fidelidad canina!! Los métodos “limpios” estaba claro que no servirían, así que se vieron obligados a usar el método “sucio” o “callejero” que consiste en agarrar, sujetar el hocico para que no ladre o muerda y correr. Era algo fácil, pero también peligroso. Si tuvieran la mala fortuna de ser vistos por el amo de la perra o por algún vecino metijón tendrían que salir corriendo de allí, y correr muy rápido, mucho más que las balas que les precederían (sé que uso demasiado esto de disparar pero esto es América, aquí las cosas se arreglan así y el más tonto hace blanco en una lata de Pepsi a seiscientos pies). Pero tendrían que arriesgar, no tenían otra opción, bueno, no tenían otra opción hasta que a Pimkye se le encendió una lucecita. Le pidió a su compañero que se fuera, que le dejara solo delante del la parcela de los Smith y que le esperara en su cuartel general, la casa abandonada. Quince minutos después, el pastor belga encerrado en un cuerpo humano apareció con la perra caminando a su lado como si él fuera su verdadero amo. También quince minutos después, la señora Atkinson, que miraba por la ventana de su cocina enfrente de la casa de los Smith, cayó al suelo víctima de un infarto.
_ Pero Pimkye, cómo lo has hecho?_ preguntó Dogger totalmente sorprendido y lleno de admiración por su líder.
_ Mira, amigo_ respondió_ desde que tengo este cuerpo, estoy en celo continuo… Tú también, debe ser un rasgo del macho humano… Me baje la tela que llevamos en las piernas de atrás y dejé que la perra me oliera el trasero. Sus hormonas han hecho el resto…
Sin un segundo que perder, obligaron, ordenaron más bien, a la perra que buscara. “Busca, busca…”, le decían una y otra vez los dos al unísono. Insistían e insistían y el animal únicamente les miraba y ladraba un par de veces como queriendo decir, supongo yo, en su idioma perruno un más que coherente “pero qué coño busco??”. Fue dos horas más tarde cuando a uno de los dos compañeros de aventura se le ocurrió añadir la palabra “piedra” a uno de los “busca” disipando con ella cualquier tipo de duda que pudiera, y que de hecho estoy seguro que tenía, la labrador. Por cierto, es de justicia decir que el que tuvo la idea de pronunciar “piedra” fue Dogger y sí, eso irritó de nuevo al líder belga al ver que era buena y que funcionaba.
“Paradise Hills”, hasta allí condujo el olfato al animal, ese era el lugar donde antes, como perros, jugueteaban algún domingo que otro y donde estaba enterrada la cosa ésa que les había traído la desgracia, ahora bien, la pregunta del millón de dólares era dónde estaba enterrada? Aquel lugar era inmenso, una gran parcela verde que daba cabida cada fin de semana a miles de familias y sus monovolúmenes. Los dos transformados no es que tuvieran muchos recuerdos de su etapa canina y la perra tampoco era un robot al que podían exprimir sin que su físico lo notara. Además, el sol empezaba a retirarse cansado ya de iluminar y dar calor a aquella parte del mundo. Lo mejor, lo más sensato, dentro de lo que dos perros puedan considerar sensato, era irse y volver al día siguiente con fuerzas renovadas y con muchas horas de luz por delante para cometer la ardua tarea de encontrar la roca. Sin más, dieron media vuelta y volvieron a la ciudad.
Ya en el asfalto civilizado, el hambre poseyó de nuevo a los muchachos y una brisa fresca les invitó delicadamente a buscar un lugar cálido y bajo techo donde dormir. Tenían su cuartel, pero les quedaba un tanto retirado y, después del día que habían tenido, estaban realmente cansados como para seguir caminando hasta allí. Era posible que cerca de donde estaban hubiera alguna otra casa abandonada o que alguien estuviera interesado en coger unos cuantos papeles verdes por cobijarles una noche, los humanos estaban locos por ese tipo de papel y hacían cualquier cosa por tenerlos, no era tan descabellado. Preguntaron a un tipo que pasaba paseando por el lugar que no les contestó y que, además, salió corriendo. Esperaron a otra persona a la que poder preguntar. Tardó exactamente veintidós minutos en pasar. Era un hombre joven que olía realmente mal, cosa esta que no alteró ni lo más mínimo a ningún miembro de la expedición, acostumbrados a oler de muy cerca heces de sus congéneres. También estaba sucio, pero aún así, mal oliente y sucio, no huyó como el anterior y, amablemente, les indicó el lugar donde había un pequeño motel. La amabilidad fue porque a cambio de la información les pidió un dólar y Pimkye, antes de que hablara, sacó de su bolsillo un papel y se lo dio, un papel de cien. Les hubiera arropado si se lo hubieran pedido…
El motel estaba bien, habitaciones por horas, ducha, se podía decir que estaba limpio y contaba con dos locales cerca de comida casera pero donde las patatas francesas son congeladas. Solamente encontraron algo que no era de su agrado pero que tuvieron que aceptar porque no les quedaba otro remedio. Eso que tanto les dolió fue un cartel en la puerta que decía “Perros no permitidos”. Después de esconder a la labrador, entraron y cogieron una habitación doble con dos camas y baño. Podían haber cogido la misma habitación con una sola cama por medio dólar menos, pero eso no es dinero para nadie y mucho menos para alguien que no es consciente de lo que es medio dólar y contando que el acompañante era Dogger, mejor dormir separados…
“Quédate aquí y no te muevas…”, le dijeron a la perra y salieron de la habitación para dirigirse a uno de los dos locales a cenar, tres hamburguesas dobles cada uno y un puñado de patatas que Dogger recogió del suelo caídas de las otras mesas. La verdad es que los humanos comían mucho mejor que ellos cuando eran perros. Su comida tenía sabor y era mucho más variada que el pienso ese que ingerían antes, que sí, tenía tres millones de vitaminas y un montón de cosas más beneficiosas para los perros de cualquier edad, pero todo eso no era nada en comparación del placer que supone paladear tres o cuatro sabores a la vez en la boca. Este era otro aspecto bueno de ser hombres.
Terminada la cena, la suya y la que dejaron en las mesas los demás comensales, la camarera, sonriendo, le ofreció una copa. “Una copa? Qué cojones es eso?”, pensó Pimkye, pero como era belga y eso conllevaba ser abierto a nuevas experiencias y aventurero_ si no lo creeís, preguntad en el Congo_ no dudó y dijo que sí a esa “copa”, fuera lo que fuera. La camarera, al no recibir orden acerca de qué sería la copa, decidió servir la que a ella le diera la gana: whiskey_ había un cincuenta por ciento de posibilidades de que fuera whiskey. La otra opción era vodka. Estas son las bebidas de este tipo de locales, tampoco queramos ahora que además de servir comida a las doce de la noche también sirvan “Babana Split” o “Daiquiri”_
El líquido estaba fuerte, quemaba la garganta pero tenía algo que hacía que no pudieran dejar de beberlo, por eso hubo una segunda y una tercera copa. Entonces fue cuando una mujer sentada en la barra del local miró a Pimkye a los ojos y sonrió.
A la mañana siguiente, pronto y con la cabeza a punto de explotar, Pimkye salió de la habitación de la mujer de la barra y fue hasta la suya a buscar a su amigo.
_Dogger! Venga, vámonos al campo ese…
_ Espera, espera…! Qué prisas son esas? Antes tendrás que contarme qué tal con esa humana, no?
_ Sinceramente, fantástico!! Este cuerpo humano está lleno de posibilidades…!
_ Pero dime, cómo fue? Qué te dijo? No sé, cuéntame…
_ Pues tomamos más copas de esas… Por cierto, que tuve que ser yo el que soltara los papeles verdes… Luego fuimos a su habitación y allí, sin mediar palabra, metió su lengua en mi boca. Eso me aceleró el corazón. Agarró mis manos y las hizo coger dos bultos que tenía en el pecho, bultos magníficos!!. En ese momento pensé en preguntarle si querría lamerme tal y como solíamos hacer antes entre nosotros, pero no hizo falta, ella misma, a voluntad, se agachó y lamió.
_ Uff…! Y qué tal?
_ Superior!! He aprendido que no sólo se lame, sabes? También hay que metérselo en la boca entero y moverse hacia atrás y hacia delante… Yo con esto ya estaba más que contento, la verdad, pero se ve que ella no y me ordenó que hiciera yo lo mismo con ella… Por supuesto que lo hice, pero eché de menos mi antigua lengua…
_ Sigue, sigue, qué más?
_ Gritaba mucho. Yo me asusté pero, al parecer, eso hacen algunas mujeres humanas. De repente me dijo “házmelo por detrás, estilo perro” y yo le dije “nena, esa posición la bordo…”
_ Y qué hiciste?
_ Hacérselo, copular!! Sabes? Siendo humano es mucho mejor que siendo perro. Los gritos de las hembras son por placer, incluso yo llegué a gritar… y lo hacen por gusto, no para procrear… Pero lo mejor de todo es que cuando terminas no te quedas enganchado a ella, sale solita y, escucha, un rato después, puedes repetir!!
_ Sí, ya sabía que se puede repetir…
_ Lo sabías? Cómo?
_ Bueno, verás… …estaba aquí solo… …la labrador me miraba, yo la miraba a ella… …y es que está buena… qué te voy a contar que tú no sepas ya…!

lunes, 31 de mayo de 2010

Pimkye y Dogger (parte I)

Desde pronto en la mañana, Pimkye, el pastor belga de los Whitten, estaba en la puerta del porche esperando a alguno de sus tan amados amos agitando el rabo y balanceándose de un lado a otro. Era buena familia la suya, no podía tener queja alguna, le limpiaban, le alimentaban bien y jugaban con él posiblemente hasta más de lo que él mismo desearía. Le querían tanto que incluso le habían preparado una buena casa en el jardín amplia y caliente, donde podía dormir tranquilamente y recibir visitas, especialmente la de Dogger, su gran amigo pastor alemán de la familia de al lado, que le visitaba muy a menudo para disfrutar juntos del fantástico placer que supone el rascarse detrás de las orejas.
Una vez se habían levantado y desayunado la familia, Pimkye recibía los primeros mimos del día por parte de los niños justo antes de que Albert, su padre, les llamara desde el coche para acercarlos al colegio. Corto pero intenso, era un buen momento de su día, muy feliz a pesar de que el macho alfa humano no tuviera ningún gesto amable para con él. Con ella, con la hembra alfa, era distinto, otra cosa absolutamente opuesta. Bethany era una esposa clásica, de las de estar en casa y ocuparse de las flores entre copa y copa de vino blanco. Ella sí que le mimaba y le acariciaba, le llamaba “amor”. Para Pimkye Bethany era su ama por encima de los demás, después de todo era con ella con quien pasaba casi todo el día y era ella quien ponía la comida en el cuenco, gesto éste que los perros observan y aprecian mucho.
Las tardes eran más divertidas que las mañanas jugando con los niños en el jardín. La pelota y perseguirse en círculos era lo que más le gustaba al belga y lo pedía con insistencia ladrando sin parar hasta que se lo concedían. Por cosas como esta era por lo que los Whitten presumían en el vecindario de mascota inteligente. Su Pimkye era casi una estrella en la zona, para muchos incluso por encima de algunas personas.
Cuando llegaba la noche, se despedía de su familia y se tumbaba enfrente de la puerta del salón en el porche con el modo “alerta” conectado un par de horas. Comprobado el perímetro y que todo estaba tranquilo, se retiraba a su casita a descansar.
Así un día y otro y otro y otro más… …todos iguales, todos perfectamente parcelados y totalmente dependientes de sus amos y sus horarios, todos excepto uno a la semana en el que las estaciones del día cambiaban radicalmente. En ese día de oro, toda la familia salía junta de casa en su monovolumen con Pimkye embutido en el maletero. Se hacía duro estar ahí metido pero el sufrimiento merecía la pena. Cuando se abría el portón trasero y la mascota volvía a tener espacio libre, se le daba la oportunidad de correr por lugares extraordinarios, por campos verdes y amplios donde también encontraba tiempo para relacionarse con perritas guapas que olían fenomenal, muchas de ellas con disposición por encima de lo normal por no cumplir sus amos con los periodos de celo. Su amigo Dogger solía estar allí también y juntos disfrutaban como críos aprovechando su condición de pastores de la que se valían para gobernarlos a todos, principalmente a todas. Esos días eran los mejores días.
Fue en uno de esos días excepcionales cuando Pimkye, jugando a hacerse el remolón con una labrador muy receptiva, encontró la piedra. En realidad no la encontró, más bien se topó con ella por mera casualidad, es decir, que la piedra le encontró a él. Aquello tendría que ser algo fuera de lo normal, algo maravilloso, y no dudó en llamar con un ladrido especial a su amigo, es bueno compartir con ellos las cosas buenas que se encuentran, así como se comparte con ellos, cuando son amigos de verdad, las cosas malas. La roca brillaba como el sol, emitiendo rayos luminosos rosados solamente cuando alguien o algo se arrimaba mucho a ella. Los dos pastores nunca habían visto nada igual, ni aún en el “megastore” del centro comercial “Pets´r´us” donde había utensilios asombrosos como el acariciador automático para familias con poco tiempo o el set de manicura francesa para mascotas queridas como a un hijo no apto para gatos ariscos. Esa piedra rosa brillante era mejor que todos los juguetes del mundo, mejor que le peluche de la niña, ese que era grande y que daba buena talla para…, mejor que la goma larga del jardín de la que sale agua de vez en cuando, era mejor que todo eso, era un tesoro y como tal, debían enterrar. Y así lo hicieron los dos amigos, la enterraron para no tener que compartirla con nadie inadecuado o incómodo como la labrador aquella, que era buena perra y que incluso llegó a ver la roca pero no disfrutaba de la confianza suficiente como para dejar que la olisqueara. Permanecería allí enterrada para que sólo ellos pudieran poseerla.
En el camino de vuelta a casa, Pimkye no emitió ningún sonido. Permaneció quieto en su lugar, en parte por lo impresionado que estaba con el descubrimiento, en parte porque, aunque quisiera, no podía moverse en aquel maletero infernal. Tampoco reaccionó como solía cuando le acariciaron al llegar a casa, Se fue directo a beber agua y a ocupar su lugar nocturno en le porche. El sol se fue yendo poco a poco y con la oscuridad sus ojos brillaron de un modo especial al recordar el tesoro que tenía escondido. Esa noche no esperó el tiempo habitual de vigía sino que, despreocupado, se retiró a sus aposentos mucho antes de cerciorarse de que ningún maleante merodeaba por el vecindario.
En la quietud más absoluta de la noche, cuando el reloj marcaba la hora de las brujas, un resplandor proveniente del interior de la casita iluminó todo el jardín por un par de segundos para luego desvanecerse entre las sombras. La casa del jardín pasó de tener dentro un perro a tener un hombre estupefacto que se tocaba todo el cuerpo, incrédulo, y miraba sus manos grandes llenas de dedos con asombro. Era inexplicable, fuera de lo común. Pimkye, el pastor belga más famoso del vecindario de había convertido en un ser humano. Intentando asimilar lo que acababa de ocurrir, si es que se puede llegar a similar algo así, escuchó ruido en el exterior de la ahora pequeña e incómoda casa, unos pies que se movían rápido. Súbitamente, como salido de la nada, un tipo rubio se asomó por la puertecita con la misma cara que seguro tendría alguien que hubiera visto al diablo, asustando mucho al anfitrión, tanto que incluso le hizo gritar. Los dos tipos, uno rubio y otro moreno, se quedaron mirándose como si fuera la primera vez que veían un humano.
_Do… Do… Dogger?_ preguntó el moreno.
_Pimkye?
_Sí, Pimkye…_ dijo con resignación.
_Joder, Pimkye! Qué nos ha pasado? Qué es esto? Dios Canino santo! Qué hemos hecho? Por qué a nosotros?
_Cállate Dogger! No te pongas histérico!
_Pero cómo que no me ponga histérico? Sabes qué nos ha pasado? Sabes qué? La maldición del perro hombre, eso nos ha pasado… …que no me ponga histérico dice…
_Ni hablar! Ni perro hombre ni nada! Eso sucede si te muerde otro perro hombre y yo no he visto a ninguno nunca… Además, quién te ha dicho que volveremos a ser perros por la mañana? Quizá nos quedemos así…
_Joder! Eso es mucho peor! Tener que trabajar, no poder volver a montar a la dulce Lassie… Yo quiero volver a ser perro, necesito volver a ser perro…!
_No grites, coño! Sólo nos faltaba que alguien nos viese…!
_Ok, ok, no grito… pero dime qué cojones hacemos??
_No lo sé! Ha debido de ser la maldita piedra que enterramos, algún rayo o algo parecido… Menudo tesoro…!
_Muy bien! Correcto!! La piedra…. Pues volvemos allí, la desenterramos y le pedimos que nos vuelva perros…
_Ya, y quieres ir ahora, en plena noche, a oscuras y justo cuando acabamos de perder nuestro antiguo olfato, no?
_Tienes razón, Pimkye… Iremos cuando seamos perros de nuevo por la mañana!
_Vale, y en el caso de que eso suceda, que volvamos a ser perros digo, cómo te libraras de tus amos? Qué les dirás? Guau guau, guau guau…??
_Joder Pimkye, eres un pastor belga pero tienes la ironía de un buldog británico…
_Mira, escúchame. Lo primero que vamos a hacer es ponernos alguna tela de esa que usan los amos porque yo estoy helado, no sé tú…
_Y de dónde la sacamos?
_De los amos…? De dónde la vamos a sacar…!! Entramos en silencio y cogemos algunas cosas de los machos alfa. Y ya que entramos, por lo que pueda pasar, cogemos también papeles verdes de esos que tiene ellos para conseguir cosas. Es posible que lo necesitemos…
_Qué listo has sido siempre, Pimkye!!
_Es porque soy belga. En Bélgica somos todos muy listos…
Los dos amigos pasaron algunas horas más hablando y explorando su nuevo cuerpo. Llegaron a la conclusión de que era un mal cuerpo, muy limitado físicamente, sin apenas pelo y un pozo sin fondo en lo que a alimentación se refiere porque no tenían ni cuatro horas como hombres y ya tenían hambre, y sin haber hecho ejercicio… Además, había que sumar a la larga lista de defectos el peor de todos, el defecto que más coartaba su libertad individual: no llegaban a lamerse los genitales. Pimkye, muy aficionado a esto, bastante más que los demás perros, pensó que, no llegando él mismo, su amigo Dogger le podía echar una mano, una lengua mejor dicho. “No sé, chico, esta mañana no me lo hubiera pensado, pero ahora que soy humano me da un poco de grima…”, respondió Dogger sumido en un mar de dudas a causa del conflicto interno al que se enfrentaba. Por un lado, eran perros en cuerpos de hombres y querían actuar como perros; por otro lado, el cerebro humano que ahora ocupaba sus cabezas vertía galones y galones de encimas que provocaban sentimientos de lo más extraño en sus corazones, sentimientos humanos que les impedía disfrutar de lo antes era su pasatiempo. Era cierto que Dogger había lamido infinidad de veces los genitales de Pimkye y que lo había hecho con todo el placer del mundo perruno. Siendo hombre, la cosa cambiaba. Solamente el hecho de pensar en pasar la lengua por aquel pingajo encogido por el frio le producía náuseas. No obstante, Pimkye, que era belga y como belga, según él, era listo porque en Bélgica todos son listos, resultó ser también bastante obstinado y descubrió, a base de probar, el sucedáneo que suponía su hábil mano derecha, que ya sabemos todos que no es lo mismo ni de lejos, pero es mucho mejor que nada. Dogger, que para ser alemán era un poco, digamos, lento, que más que alemán parecía francés, no tuvo impedimento intelectual en aprender el gran descubrimiento, lo que hace verdad aquello de “querer es poder”, ya que, hasta la más ardua tarea, como que un perro maneje sus recién estrenadas manos humanas con habilidad en pocas horas, se aprende con facilidad si uno quiere. Y como el aprendizaje requiere tanto teoría como práctica, después de haber observado cómo se hacía, el rubio practicó un par de veces más que su maestro, descubriendo a su vez que el exceso de práctica duele.
Había noche por delante para explorar caminos nuevos, pero no tanta como pensaban. Es verdad que “practicando” el tiempo vuela y ya sólo quedaban un par de horas para el amanecer y el despertar de los amos. Y no se podían descuidar. Tenían que llevar a cabo el plan del belga y agenciarse los útiles humanos por si su caso no era el típico.
Para Pimkye no fue difícil entrar, la puerta corredera del salón siempre quedaba abierta, cerrada junto al tope pero sin el pestillo, con lo que un pequeño empujón servía para hacerla deslizar. Es algo peculiar de este país el que las personas, por motivos de seguridad, prefieran dormir con un magnun cuarenta y cinco bajo la almohada en vez de cerrar con llave las puertas de las casas. Supongo yo que en el subconsciente colectivo americano prima el deseo de liarse a tiros por encima del deseo a proteger a la familia. Por el motivo que sea, el caso es que Pimkye se valió de tal peculiaridad y accedió sin esfuerzo alguno. Ya dentro observó a su alrededor. Todo parecía distinto, más pequeño, y con el cambio de perspectiva descubrió muebles y rincones qie anteriormente no conocía. Fue a la cocina e intentó beber agua como un humano. Misión fallida. Había aprendido a usar su mano para satisfacerse a sí mismo pero no para abrir el grifo del fregadero, menos aún para desenroscar el tapón de las botellas de agua mineral de la nevera. Sin ruborizarse o avergonzarse lo más mínimo, se puso de rodillas y bebió de su recipiente habitual con su lengua. También pensó en comer algo pero no tenía tiempo para ello. Con sigilo, subió arriba, a la habitación de sus amos adultos. Era arriesgado y peligroso, pero no quedaba más remedio que hacerlo, allí estaba el armario con la ropa de él y un cajón que guarda papeles verdes. Entró. Sus amos dormían como niños. Él estaba boca abajo y bufaba como un bisonte; ella, boca arriba, semitapada con las sábanas, dejando al descubierto una de sus piernas. Pimkye se quedó un rato al pie de la cama observándola. Para él, aquella mujer era su verdadera ama, la persona con la que estaba la mayor parte del tiempo, la mujer que le servía la comida. Cuando estaba con ella, el perro sacaba su lengua perruna y agitaba el rabo con alegría. Ahora que era hombre y la miraba con ojos de hombre, también. Como humano, deseaba a esa hembra y su cuerpo se lo indicaba enviando sangre por galones a la zona sur. Tuvo la tentación de ejercitar aún más su mano allí mismo, mejor aún, tuvo la tentación de ejercitarse con ella allí mismo, pero, inexplicablemente, Pimkye supo refrenar su instinto sexual salió de la habitación antes de cometer alguna tontería no sin antes agenciarse lo que iba buscando.

martes, 18 de mayo de 2010

La hora

Corrían las diez de la mañana en el reloj cuando entró por la puerta. Era un tipo alto, moreno, de mirada profunda y manos grandes, vestido con un abrigo negro cruzado que le llegaba hasta los tobillos. Todos en la cafetería se quedaron mirándole fijamente un buen rato, el mismo rato que tardó aquel hombre en avanzar y dejar que la puerta se cerrara detrás de él. Se extendió la sensación de que el hombre en el abrigo negro era alguien conocido, alguien familiar, pero no por ello bien recibido, como uno de esos primos o tíos que se tienen y que viven lejos y que un día aparecen para fanfarronear acerca de sus vidas aventureras llenas de peligros maravillosos que no solo te cuentan sus hazañas sino que, al mismo tiempo, te están diciendo lo desgraciado y pobre que eres. El recién llegado no hizo caso de las miradas y mantuvo sus ojos en el frente, hacia ninguna parte. Avanzó y se sentó en un taburete del final de la barra, al lado de otro tipo que estaba allí y que daba vueltas a la cucharilla de su café con insistencia.
La cafetería era grande y fría, con un gran botellero enfrente de los clientes que les invitaba a consumir los licores que exponía, consiguiéndolo en la mayoría de los casos, cosa que agradecía el dueño del local, el mismo tipo que servía y que barría el suelo cada noche.
El hombre del abrigo permanecía erguido en el taburete, mirando al botellero, en especial a una botella de Justerini and Brooks medio llena, la primera de una fila de botellas iguales. “Ya picó otro encandilado por mi maravilloso botellero…”, pensó el tendero dueño, nada más lejos de la realidad. En un tono bajo y plano, sin llegar nunca a mirar al camarero, el tipo nuevo dijo “café con leche templada en un vaso de cristal, largo de café… Y no tardes Joe…!” Era sorprendente. Aquel hombre nunca había entrado allí y sin embargo conocía el nombre del dueño, algo que verdaderamente le asustó. Quién podría ser? Un inspector de hacienda? Un sicario de la mafia por no pagar el impuesto del capo del barrio? Un detective pagado por su ex mujer? Tembloroso, sirvió el café tal y como había sido ordenado y se fue a su rincón de esperar las peticiones de los clientes, casualmente muy cerca de una pequeña pantalla donde se podía ver lo que grababan las cámaras de seguridad del local, principalmente, la instalada en el lavabo femenino.
El tipo nuevo se sirvió dos cucharadas de azúcar y empezó a dar vueltas al café con la misma velocidad y mismo sentido que su acompañante de barra, siempre mirando al frente, impasible. Como es natural, el tipo de la barra se empezó a poner nervioso, como nerviosos se ponen todos los que son imitados, no se sabe muy bien si por la incomodidad que supone el saberse “no únicos” o por ver lo ridículos que son sus actos cuando los pueden observar desde fuera. Por una razón u otra, o por las dos a la vez, el imitado paró de remover su café y miró a su izquierda buscando una explicación. “Y qué…?”, preguntó con muy malas pulgas a aquel que había venido a interrumpir su cafetero momento de paz. Éste, el hombre de abrigo oscuro hasta los tobillos, bebió un sorbo pequeño, dejó el vaso en el plato y lo agarró con toda la amplitud de su mano aprovechando el calor que despedía para volver a tener movilidad. Con la misma postura, sin mirar a su derecha (ni a su izquierda), en voz baja y muy despacio respondió la pregunta: “Ha llegado la hora… …Sabes de qué te estoy hablando, no?”.
_ Pues no señor, no sé de qué está hablando…
_ De tu hora Garret, tu hora…!
_Pero qué está usted diciendo? Está loco?
_ Por las cosas que he visto debería estarlo, pero no lo estoy. He venido a por ti, para llevarte conmigo…
_ Qué? Llevarme?? Dónde?
_ Al otro lado.
Garret Morrison, el hombre de la barra, comprendió. No se lo tomó muy mal, simplemente respiró hondó y aceptó, como si fuera algo que esperara más o menos pronto a pesar de su no muy madura edad.
_ Y ha de ser ya? No se puede posponer algún tiempo?
_ No, amigo… Eso que llevas dentro avanza rápido y te está comiendo… Qué dijeron los médicos? Tres meses, cinco? Es igual, el tiempo es ahora.
_ Yo confié en mi dios para que me diera algo más de tiempo y sigo confiando, él sabe quién soy y lo que he hecho por Él…
_ Bueno, que sabe quién eres, vale. Que hiciste algo por él, discutible. Que te dará más tiempo, ni hablar! Si estoy aquí ya no hay vuelta atrás…
Los dos hombres permanecieron callados un buen rato, el uno al lado del otro, ajenos al resto de gente del local, que seguían con sus murmullos o leyendo la prensa. En el final de la barra se podía cortar la tensión con cuchillo. Los latidos de Garret casi se escuchaban, graves, acelerados, tan solo atenuados por el leve sonido que hacía el misterioso hombre del abrigo negro con la cucharilla en el vaso. Removía el café con clase, elegantemente, como si fuera un experto en protocolos ingleses en los que es de muy mal gusto golpear la porcelana con las herramientas en las comidas, cenas o meriendas. Mantenía un ritmo uniforme con la cabeza de la cucharilla en el fondo del vaso, imitando el movimiento necesario para batir un par de huevos. En cada giro, un único “clin”, giro “clin”, giro “clin”, giro “clin”, “clin”, “clin”, “clin”, “clin”… Garret Morrison se estaba poniendo nervioso. Parecía como si estuviera rezando con su mano agarrando una pequeña virgen de oro que llevaba al cuello, sin duda alguna, pidiéndole a su querido dios que le librara de aquel trago, al menos ese día y como es normal cuando necesita estar concentrado, el “clin, clin” le sacaba de sus casillas.
_ Por favor, basta ya!!
_ Basta? El qué?
_ El ruido, me molesta…
_ Mira, rezar no te va a servir de nada… En cambio, podrías seguir bebiendo tu último café… Es bueno!
_ Ok, ok…! Y dime, dolerá?
_ Dolerá, dolerá… Siempre preocupados por el dolor físico, como si fuera lo peor que existe… Cuando veas donde te voy a llevar desearás mil latigazos en la espalda, créeme…
_ En el paraíso? En la divina y santa presencia de dios? Me espera el descanso eterno, por eso puedo mantener la compostura.
_ Cómo? La presencia de quién? No, amigo, no, te estás equivocando. En mi lista pone que tú vas a otro lugar, nada de descanso y paz y todo eso…
_ No puede ser! Yo soy un siervo suyo, me he ganado el cielo!
_ Y desde cuando el cielo se gana? El cielo está ahí y uno va si cree…
_ Yo creo, yo creo…! Dios sabe que creo!
_ Amigo, a hipocresía no te gana nadie… Creer conlleva actuar en consecuencia. De nada sirve decir que se cree si lo que se hace dice lo contrario. Tu muerte se adelanta porque es hora de sufrir un poco. El cáncer terminará con tu cuerpo, pero lo que inclina la balanza hacia un lado o a otro, hacia el cielo o el infierno, son tus actos. Causa y efecto, matemática pura, hago esto y consigo esto, hago aquello y consigo aquello. Por lo que sé, y es bastante, infierno es lo que hay para ti…
_ No, no puede ser, por aquello de los bonos a plazo fijo…? No es para tanto, no hice mal alguno… Hay miles de personas haciéndolo continuamente y no les sucede esto, por qué a mí?
_ Por qué, por qué? La famosa pregunta del hombre cuando se ve al borde del abismo. Hay un por qué, naturalmente, y tú lo sabes…
_ No lo sé! Sólo pequé en esa inversión que te he dicho!
_ Vaya, vaya…! El señor Garret Morrison solamente pecó una vez… Un santo! Te aconsejo que no juegues conmigo al ignorante inconsciente o el tránsito será duro para ti. Busca en tu interior, en algún rincón escondido de tu cabecita, en lo más profundo de tu corazoncito… Ahí está el por qué…
El hombre agachó su cabeza y comenzó a sudar. Su cerebro procesaba datos rápidamente, buscando alguna respuesta, alguna situación, cualquier cosa que fuera el terrible por qué que le condenaba al fuego eterno. Miró al botellero y pensó que necesitaría una ayuda, ayuda que le proporcionaría la botella de vodka Absolut. Después de engullir un par de tragos largos y con la garganta bien caliente, decidió hacer un pequeño balance de su vida adulta_ a pesar de lo que algunos mantienen, de niño no se peca_ para dar con lo que buscaba. Era claro, cristalino, que algo debería haber ya que uno no busca si está convencido de que no hay nada y este no era el caso de Garret. Repasó su juventud y su madurez aún vigente y encontró nada más que asuntos veniales, al menos para él: el ya citado tema de los bonos, una inversión fraudulenta en la que vio cómo aumentaba su capital privado; o aquel tema de la ayuda a ese político amigo suyo que llegó a ostentar un cargo público y más tarde devolvió el favor con informaciones privilegiadas; o el asunto un tanto oscuro de las grabaciones domésticas en probadores de tiendas de ropa, pero aquello fue mucho antes de ingresar y las mujeres nunca supieron que eran grabadas, con lo que si no hay conocimiento, no hay daño… Claro que había temas y situaciones pecaminosas, pero no como para tener que ir al infierno por toda la eternidad. Eran asuntos totalmente normales, de persona normal que lleva una vida rutinaria en un mundo lleno de lobos y en el que hay que hacer, de vez en cuando, alguna cosilla para poder darse un capricho… Seguía pensando que era injusto. Había banqueros, políticos, predicadores, robando continuamente a todo el mundo, destrozando vidas y familias y no les ocurría nada parecido a aquello. Todo lo contrario, eran felices, famosos, y vivían cien años teniendo la oportunidad de conocer a sus nietos y verles crecer… No era posible que dios se comportara así con él, que le tratara con tanta dureza cuando él había empleado muchos años en su obra…
_ No le des más vueltas, amigo… La autocompasión nunca salvó a nadie de nada y es un error… En tu caso, no sólo es un error sino que además es una herejía… Buscas y buscas y no encuentras… Es porque buscas mal, dando por sentado que eres inocente, puro, limpio de corazón… Te ayudaré un poco, ok? Mírame!
Garret Morrison giró su cabeza hacia su izquierda y miró fijamente los ojos del tipo con abrigo negro hasta los tobillos. Inmediatamente después sintió cómo su corazón se encogía, como si se secara y se convirtiera en una uva pasa, arrugada y deshidratada. Un millón de agujas pincharon su pecho obligando al hombre a soltar la virgen de su pecho e intentar sujetar su corazón, gesto éste que repiten todos aquellos que sienten aproximarse un infarto y que, sin resultados como es obvio, pretenden parar así lo inevitable desde fuera. El dolor era intenso y profundo. Oprimía sus pulmones dificultándole la respiración y Garret intuyó que era el momento del viaje, que ya partía el tren, pero lejos de ser el principio del fin, ninguno de sus órganos vitales sufrió daño alguno, ya que no eran causas reales de muerte sino sensaciones, sentimientos que ese hombre del abrigo quería que Garret sintiera y que produjo con su mirada fría.
_ Vas entendiendo, amigo? Te ayuda esto a recordar? El miedo, la angustia, el dolor, el ahogo… No te resultan familiares…?
La memoria humana es algo extraordinario o lo hacemos extraordinario. Recordamos todo lo bueno y parte de lo malo, la parte correspondiente al mal que nos hacen, pero raras veces recordamos aquel mal que nosotros hacemos a los demás. Éste lo guardamos en el último cajón de nuestra cabeza, en el más recóndito e inaccesible para que, con el tiempo, parezca que nunca se produjo y poder decir así, con la cabeza bien alta, eso de “yo no, nunca hice daño a nadie”. Pero no es cierto, aunque nos empeñemos en ello. Hacemos daño, directa o indirectamente, consciente o inconscientemente, y el dolor para el que lo sufre es el mismo de una manera o de otra. Es solamente bajo presiones externas cuando reconocemos que hicimos daño y a quién, cuando movemos mil cajas en nuestros trasteros mentales y desempolvamos las viejas cajas del fondo. Garret fue presionado con ese fin. Era necesario que abriera sus cajas viejas y que mirara en su interior para dar con el por qué de su destino, habida cuenta de que no lo haría nunca por su propia voluntad. Y la presión dio resultado. El hombre comprendió. Las sensaciones físicas que sentía tuvieron caras, tuvieron lugar y fecha en el calendario, fueron ubicadas en algún lugar de su vida rellenando huecos que, deliberadamente, fueron vaciados en el pasado. Encontró un porque para el por qué.
_ Ya! Ya lo viste, eh? Eso es por lo que irás al puto infierno, eso y no lo del dinero… Pero quiero algo más, esto sí que te lo has ganado por hipócrita… Quiero que confieses, quiero que me lo cuentes en voz alta… No te gusta tanto la confesión? Pues confiesa ahora, padre Morrison!
Garret Morrison, sacerdote desde hace veinte años, dejó caer dos lágrimas de sus ojos enrojecidos. Sacó fuerzas de algún lado, supongo que del vodka, y habló, balbuceando, con la voz entre cortada, sin levantar su mirada del suelo.
_ Sí… …yo, el padre Morrison… …Usé el confesionario pa… …para dar rienda suelta a mis… …a mis… …depravaciones. Hace años, cuando aún los feligreses eran muchos y muchas mujeres piadosas venían a confesar, yo usé sus secretos y las… …las chantajeé para conseguir sus… …sus… …favores sexuales… Tuve que, tuve que… …. La señora White y Patricia Malltoe se revelaron, dejaron de temer que sus pecados se supieran… Tuve que matarlas… Años después, con la iglesia casi vacía, desvié mi atención a los niños del orfanato… Ab… abus… abusé de muchos… los pegué… …los pen… …penetré… a uno de ellos lo mat…
El hombre se derrumbó y rompió a llorar como un crio. De repente, el sufrimiento de todas esas mujeres y de los niños cayó sobre él hundiéndole en la miseria sin escapatoria posible.
_ Sabes? Soy la muerte y mi aspecto habitual deja mucho que desear, pero lo tuyo, lo tuyo da verdadero asco, no sólo por ser un cerdo nauseabundo, también porque para ti los temas de dinero son más importantes que las personas, como todos los religiosos… De verdad pensaste que tus pecados eran los putos bonos antes que violar a mujeres y a niños? De verdad pensaste que Dios te abriría el paraíso después de haber hecho lo que hiciste? Dios santo! Y todavía hablabas de injusticia…
_ Por favor, acaba ya con esto…
_ Acabar? No ha hecho más que comenzar… Multiplica por un millón lo que sientes ahora y será lo que sentirás toda la eternidad, amigo… Apuesto que prefieres ahora esos mil latigazos?
El hombre del abrigo terminó su café, encendió un cigarro_ el café sin tabaco no es nada_ y sopló en el oído del hundido Garret, que cayó al suelo desde el taburete, desplomado, como un saco de patatas, provocando un estruendo que hizo estremecer al resto de clientes del bar. Todos allí clavaron sus miradas en el hombre de negro y sintieron el miedo que despedía volando por encima de sus cabezas. Se levantó, estiró su abrigo negro hasta los tobillos, colocó las mangas ajustándolas a sus muñecas y caminó hasta la puerta provocando que todas la cabezas le siguieran. Llegó a la puerta, agarró el pomo con su mano derecha y lo giró. Antes de abrir se paró y levantó su cabeza como si hubiera olvidado algo. “Joe!”, dijo sin apartar su mirada de la puerta, “buen café… …y quién de ustedes es Paul Winston?”. Un tipo gordo que estaba sentado a una mesita levantó su mano con mucho miedo.
_ Muy bien! Paul, mañana te veo. Yo estaré aquí, me gusta el local. Si no vienes, da igual, te encontraré, así que, por favor, ahórrame tiempo y ven.
Paul Winston palideció y su corazón se aceleró como un reactor en el despegue aumentando las pulsaciones a un número que rozaba lo inhumano. Al borde del colapso, Paul intentó levantarse y llamar a un médico, pero no hizo falta, ya que el hombre del abrigo negro, la mismísima muerte, puso su mano en el pecho del gordo y dijo “he dicho que mañana… …hoy estate tranquilo… …Estén todos tranquilos, ninguno de ustedes tiene hoy cita conmigo, pero llegará… les aseguro que llegará…”