De vuelta en su casita del jardín, esperó a Dogger. Eran pocos minutos los que restaban para la salida del sol y su compañero aún no había regresado. Estaba nervioso, la incertidumbre le tenía consumido como lo haría con cualquiera. El no saber si se va ser hombre o perro puede desestabilizar la mente más estable. Y Dogger que no llegaba…
_ Pero Dogger, cuánto tardas!! Estás loco?
_ Es que he tenido que evacuar…
_ Y dónde lo has hecho??
_ Dónde lo voy a hacer? En el jardín!
_ Ahora eres humano capullo!! Has de usar lo que ellos usan!
_ Uff…! Demasiado difícil… Me hubiera equivocado de mueble blanco seguro…
El primer rayó de sol apareció y con él, el momento de salir de dudas. Será perro? Será hombre? Los dos amigos se miraban con los dedos cruzados, “que sea perro, que sea perro…!”, repetían en voz baja como si de una letanía se tratase. La luz natural iluminaba ya todo el vecindario haciendo que las farolas de la calle se apagaran y no ocurrió nada. Era absurdo seguir esperando, ya tenían respuesta: hombres.
Dogger no pudo contenerse y lloró. Tampoco demasiado, no había tiempo para lamentos, tendrían que salir de allí antes de los amos adultos o los amos infantes descubrieran a dos tipos desnudos en la casita del perro. “Llora todo lo que quieras pero llora corriendo”, le dijo Pimkye a Dogger y corrieron como locos, desnudos, con la ropa de sus amos en las manos, en busca de un lugar seguro donde poder refugiarse, al menos hasta que pudieran vestirse, a salvo de alguna voz que dijera “maricones” y que les condenara. Ese lugar tenía nombre, el viejo caserón, una casa abandonada al final de la calle donde nadie entraba nunca porque decía la leyenda que allí habitaban los fantasmas de tres niños asesinados por el antiguo dueño. Fuera verdad o no la leyenda, ellos se metieron allí porque son mucho más temibles los vivos armados que cualquier ánima. Una vez dentro, se enfrentaron a sus verdaderos enemigos, el terrible pantalón y la despiadada camisa. Los niños tardan en aprender a vestirse solos, la pregunta es, cuánto tiempo tardarían en aprender dos perros? Hay respuesta para esa pregunta, treinta y cinco horas seguidas usando el método “ensayo y error” hasta la desesperación. Lo que quedará para la leyenda junto con los tres niños y el dueño asesino es el cómo aprendieron a abrocharse los botones de las camisas. Quizá sí hubiera fantasmas en la casa abandonada y les echaron una mano en vez de asustarles, tres pequeños “Casper”, amables y risueños, que no dudaron en ayudar a dos hombres en apuros. La verdad, no sé cómo fue, lo que sí sé es que a las veintisiete horas de haber empezado a intentarlo, los dos hombres se volvieron hacia una de las paredes del salón y comenzaron a ladrar, lo que me lleva a pensar que, efectivamente, allí había fantasmas que fueron percibidos por el sentido canino aún latente dentro de esas cabezas humanas. Me imagino a los espíritus desesperados, diciéndose entre ellos “joder, qué animales…! Anda, vamos a ayudarles que me están dando pena…”. Aunque, cuando sí que debieron desesperarse de verdad fue en el momento en que Pimkye y Dogger, ya vestidos correctamente y hasta con la camisa por dentro del pantalón, volvieron a desnudarse para dar rienda suelta, una vez más, a sus manos, a ambas manos. Y como allí estaban tranquilos y anochecería en poco tiempo, decidieron hacer noche en aquel salón.
El despertar la mañana siguiente fue todo un calvario. Esos cuerpos humanos que ahora usaban estaban consumidos después de un gran número de horas sin alimentarlos, así que la prioridad, muy por encima de cualquier otra cosa, era comer. Tenían los papeles verdes, solamente restaba encontrar un buen lugar. El supermercado del centro comercial era una opción aceptable, con su surtida sección de alimento canino dispuesto en sacos industriales tan pesados que bien podrían hacer volcar los carritos, pero era muy posible que ese alimento no fuera el adecuado para sus nuevos cuerpos, qué humano necesita que su pelaje del lomo brille o ser desparasitado? Además estaba el tema del aparato digestivo que podría dañarse ingiriendo comida para perros, aunque, después de todo, cuando hay hambre, hay hambre, y no creo yo que ningún estómago humano vacío vaya a hacer ascos a cualquier cosa que le llegue por el esófago, ni siquiera si lo que llegara fueran tuercas de acero inoxidable de paso ancho. Pero, la verdad, teniendo dinero y la posibilidad de ir a cualquier sitio, para qué liarse con las opciones. Lo mejor sería acudir a un lugar de alimento humano y comer allí lo que les sirvieran, por mal que supiera. Después de llenar el estómago ya tendrían tiempo de buscar el camino para resolver el embrollo en el que se habían metido.
El lugar escogido fue Buddy´s. Era el mejor de la zona, un montón de comida al más puro estilo inglés, que bien serviría como única toma del día, por poco más de cinco dólares, cinco cuarenta y cinco para ser exactos. Los chicos tomaron dos desayunos cada uno sin que se notase demasiado su poca habilidad con los cubiertos entre la clientela del local, más aún, se podía decir que los usaban incluso mejor que algunos de los clientes, este es el país de la hamburguesa y del perrito caliente, aquí se usan las manos hasta para la sopa china… Pimkye y Dogger probaron el café. No les gustó en absoluto, cosa ésta normal cuando no se añade azúcar, pero bueno, tampoco vamos ahora a exigir a dos perros en cuerpos de hombres que conozcan todos los protocolos a la hora de tomar café. Aunque lo hubieran añadido, igualmente no les hubiera gustado porque alteraba sus corazones y los hacía sentir como si el mundo girara un millón de veces más rápido de lo que lo hace. Aparte de esto, el balance como humanos se puede decir que era bueno: los huevos fritos, bien; el calorcito de la ropa, bien; sus hábiles manos llenas de dedos, muy bien…
“Pimkye, he pensado…”, dijo Dogger mirando al infinito a través del ventanal del local de Buddy. Esto dejó perplejo a su compañero que desde que eran humanos no había visto a su amigo actuar o decir nada con un mínimo de sentido, pero lo cierto es que realmente había hecho un ejercicio mental totalmente lógico y coherente que no suponía comportarse como un animal e ir orinando por todos los árboles del barrio para marcar el territorio. Dogger habló: “mira, el día que encontramos la roca también estuvo allí la labrador aquella con la que flirteabas, lo recuerdas? Con un poco de suerte, ella sigue siendo perra y nos puede ayudar a buscar con su olfato, no? Qué te parece?”.
A Pimkye lo costó reconocerlo_ a los líderes, y Pimkye lo era, como humano y antes como perro, les incomoda mucho que sus supuestos subordinados piensen, mucho más que lo hagan mejor que ellos_ pero la ocurrencia de su amigo era brillante. La perra es cierto que estuvo allí y que merodeó cerca de la piedra, pero no lo suficiente como para que las radiaciones le afectaran, con lo que era más que probable que mantuviera su estado canino original. Y además estaba localizada. Era la perra de los Smith, un matrimonio mayor de un par de calles más para allá de donde vivían ellos. Simplemente tendrían que ir allí y raptarla. Luego le dirían el “busca, busca…” tan efectivo con los perros para que les llevara hasta el lugar donde habían enterrado la maldita piedra.
No tardaron mucho en llegar a la casa de los Smith. “Mira, Dogger, está ahí…”, dijo Pimkye. La labrador correteaba por su parcela detrás de una pelota de tenis. El hecho de que Pimkye, cuando era perro, estuviera a punto de copular con ella_ de no haber sido por el descubrimiento lo hubiera hecho con total seguridad_ no suponía que supiera su nombre, algo que sucede también entre algunos humanos. Silbó, gritó, chasqueó los dedos, pero nada, la muy perra no hacía ni caso, maldita fidelidad canina!! Los métodos “limpios” estaba claro que no servirían, así que se vieron obligados a usar el método “sucio” o “callejero” que consiste en agarrar, sujetar el hocico para que no ladre o muerda y correr. Era algo fácil, pero también peligroso. Si tuvieran la mala fortuna de ser vistos por el amo de la perra o por algún vecino metijón tendrían que salir corriendo de allí, y correr muy rápido, mucho más que las balas que les precederían (sé que uso demasiado esto de disparar pero esto es América, aquí las cosas se arreglan así y el más tonto hace blanco en una lata de Pepsi a seiscientos pies). Pero tendrían que arriesgar, no tenían otra opción, bueno, no tenían otra opción hasta que a Pimkye se le encendió una lucecita. Le pidió a su compañero que se fuera, que le dejara solo delante del la parcela de los Smith y que le esperara en su cuartel general, la casa abandonada. Quince minutos después, el pastor belga encerrado en un cuerpo humano apareció con la perra caminando a su lado como si él fuera su verdadero amo. También quince minutos después, la señora Atkinson, que miraba por la ventana de su cocina enfrente de la casa de los Smith, cayó al suelo víctima de un infarto.
_ Pero Pimkye, cómo lo has hecho?_ preguntó Dogger totalmente sorprendido y lleno de admiración por su líder.
_ Mira, amigo_ respondió_ desde que tengo este cuerpo, estoy en celo continuo… Tú también, debe ser un rasgo del macho humano… Me baje la tela que llevamos en las piernas de atrás y dejé que la perra me oliera el trasero. Sus hormonas han hecho el resto…
Sin un segundo que perder, obligaron, ordenaron más bien, a la perra que buscara. “Busca, busca…”, le decían una y otra vez los dos al unísono. Insistían e insistían y el animal únicamente les miraba y ladraba un par de veces como queriendo decir, supongo yo, en su idioma perruno un más que coherente “pero qué coño busco??”. Fue dos horas más tarde cuando a uno de los dos compañeros de aventura se le ocurrió añadir la palabra “piedra” a uno de los “busca” disipando con ella cualquier tipo de duda que pudiera, y que de hecho estoy seguro que tenía, la labrador. Por cierto, es de justicia decir que el que tuvo la idea de pronunciar “piedra” fue Dogger y sí, eso irritó de nuevo al líder belga al ver que era buena y que funcionaba.
“Paradise Hills”, hasta allí condujo el olfato al animal, ese era el lugar donde antes, como perros, jugueteaban algún domingo que otro y donde estaba enterrada la cosa ésa que les había traído la desgracia, ahora bien, la pregunta del millón de dólares era dónde estaba enterrada? Aquel lugar era inmenso, una gran parcela verde que daba cabida cada fin de semana a miles de familias y sus monovolúmenes. Los dos transformados no es que tuvieran muchos recuerdos de su etapa canina y la perra tampoco era un robot al que podían exprimir sin que su físico lo notara. Además, el sol empezaba a retirarse cansado ya de iluminar y dar calor a aquella parte del mundo. Lo mejor, lo más sensato, dentro de lo que dos perros puedan considerar sensato, era irse y volver al día siguiente con fuerzas renovadas y con muchas horas de luz por delante para cometer la ardua tarea de encontrar la roca. Sin más, dieron media vuelta y volvieron a la ciudad.
Ya en el asfalto civilizado, el hambre poseyó de nuevo a los muchachos y una brisa fresca les invitó delicadamente a buscar un lugar cálido y bajo techo donde dormir. Tenían su cuartel, pero les quedaba un tanto retirado y, después del día que habían tenido, estaban realmente cansados como para seguir caminando hasta allí. Era posible que cerca de donde estaban hubiera alguna otra casa abandonada o que alguien estuviera interesado en coger unos cuantos papeles verdes por cobijarles una noche, los humanos estaban locos por ese tipo de papel y hacían cualquier cosa por tenerlos, no era tan descabellado. Preguntaron a un tipo que pasaba paseando por el lugar que no les contestó y que, además, salió corriendo. Esperaron a otra persona a la que poder preguntar. Tardó exactamente veintidós minutos en pasar. Era un hombre joven que olía realmente mal, cosa esta que no alteró ni lo más mínimo a ningún miembro de la expedición, acostumbrados a oler de muy cerca heces de sus congéneres. También estaba sucio, pero aún así, mal oliente y sucio, no huyó como el anterior y, amablemente, les indicó el lugar donde había un pequeño motel. La amabilidad fue porque a cambio de la información les pidió un dólar y Pimkye, antes de que hablara, sacó de su bolsillo un papel y se lo dio, un papel de cien. Les hubiera arropado si se lo hubieran pedido…
El motel estaba bien, habitaciones por horas, ducha, se podía decir que estaba limpio y contaba con dos locales cerca de comida casera pero donde las patatas francesas son congeladas. Solamente encontraron algo que no era de su agrado pero que tuvieron que aceptar porque no les quedaba otro remedio. Eso que tanto les dolió fue un cartel en la puerta que decía “Perros no permitidos”. Después de esconder a la labrador, entraron y cogieron una habitación doble con dos camas y baño. Podían haber cogido la misma habitación con una sola cama por medio dólar menos, pero eso no es dinero para nadie y mucho menos para alguien que no es consciente de lo que es medio dólar y contando que el acompañante era Dogger, mejor dormir separados…
“Quédate aquí y no te muevas…”, le dijeron a la perra y salieron de la habitación para dirigirse a uno de los dos locales a cenar, tres hamburguesas dobles cada uno y un puñado de patatas que Dogger recogió del suelo caídas de las otras mesas. La verdad es que los humanos comían mucho mejor que ellos cuando eran perros. Su comida tenía sabor y era mucho más variada que el pienso ese que ingerían antes, que sí, tenía tres millones de vitaminas y un montón de cosas más beneficiosas para los perros de cualquier edad, pero todo eso no era nada en comparación del placer que supone paladear tres o cuatro sabores a la vez en la boca. Este era otro aspecto bueno de ser hombres.
Terminada la cena, la suya y la que dejaron en las mesas los demás comensales, la camarera, sonriendo, le ofreció una copa. “Una copa? Qué cojones es eso?”, pensó Pimkye, pero como era belga y eso conllevaba ser abierto a nuevas experiencias y aventurero_ si no lo creeís, preguntad en el Congo_ no dudó y dijo que sí a esa “copa”, fuera lo que fuera. La camarera, al no recibir orden acerca de qué sería la copa, decidió servir la que a ella le diera la gana: whiskey_ había un cincuenta por ciento de posibilidades de que fuera whiskey. La otra opción era vodka. Estas son las bebidas de este tipo de locales, tampoco queramos ahora que además de servir comida a las doce de la noche también sirvan “Babana Split” o “Daiquiri”_
El líquido estaba fuerte, quemaba la garganta pero tenía algo que hacía que no pudieran dejar de beberlo, por eso hubo una segunda y una tercera copa. Entonces fue cuando una mujer sentada en la barra del local miró a Pimkye a los ojos y sonrió.
A la mañana siguiente, pronto y con la cabeza a punto de explotar, Pimkye salió de la habitación de la mujer de la barra y fue hasta la suya a buscar a su amigo.
_Dogger! Venga, vámonos al campo ese…
_ Espera, espera…! Qué prisas son esas? Antes tendrás que contarme qué tal con esa humana, no?
_ Sinceramente, fantástico!! Este cuerpo humano está lleno de posibilidades…!
_ Pero dime, cómo fue? Qué te dijo? No sé, cuéntame…
_ Pues tomamos más copas de esas… Por cierto, que tuve que ser yo el que soltara los papeles verdes… Luego fuimos a su habitación y allí, sin mediar palabra, metió su lengua en mi boca. Eso me aceleró el corazón. Agarró mis manos y las hizo coger dos bultos que tenía en el pecho, bultos magníficos!!. En ese momento pensé en preguntarle si querría lamerme tal y como solíamos hacer antes entre nosotros, pero no hizo falta, ella misma, a voluntad, se agachó y lamió.
_ Uff…! Y qué tal?
_ Superior!! He aprendido que no sólo se lame, sabes? También hay que metérselo en la boca entero y moverse hacia atrás y hacia delante… Yo con esto ya estaba más que contento, la verdad, pero se ve que ella no y me ordenó que hiciera yo lo mismo con ella… Por supuesto que lo hice, pero eché de menos mi antigua lengua…
_ Sigue, sigue, qué más?
_ Gritaba mucho. Yo me asusté pero, al parecer, eso hacen algunas mujeres humanas. De repente me dijo “házmelo por detrás, estilo perro” y yo le dije “nena, esa posición la bordo…”
_ Y qué hiciste?
_ Hacérselo, copular!! Sabes? Siendo humano es mucho mejor que siendo perro. Los gritos de las hembras son por placer, incluso yo llegué a gritar… y lo hacen por gusto, no para procrear… Pero lo mejor de todo es que cuando terminas no te quedas enganchado a ella, sale solita y, escucha, un rato después, puedes repetir!!
_ Sí, ya sabía que se puede repetir…
_ Lo sabías? Cómo?
_ Bueno, verás… …estaba aquí solo… …la labrador me miraba, yo la miraba a ella… …y es que está buena… qué te voy a contar que tú no sepas ya…!
_ Pero Dogger, cuánto tardas!! Estás loco?
_ Es que he tenido que evacuar…
_ Y dónde lo has hecho??
_ Dónde lo voy a hacer? En el jardín!
_ Ahora eres humano capullo!! Has de usar lo que ellos usan!
_ Uff…! Demasiado difícil… Me hubiera equivocado de mueble blanco seguro…
El primer rayó de sol apareció y con él, el momento de salir de dudas. Será perro? Será hombre? Los dos amigos se miraban con los dedos cruzados, “que sea perro, que sea perro…!”, repetían en voz baja como si de una letanía se tratase. La luz natural iluminaba ya todo el vecindario haciendo que las farolas de la calle se apagaran y no ocurrió nada. Era absurdo seguir esperando, ya tenían respuesta: hombres.
Dogger no pudo contenerse y lloró. Tampoco demasiado, no había tiempo para lamentos, tendrían que salir de allí antes de los amos adultos o los amos infantes descubrieran a dos tipos desnudos en la casita del perro. “Llora todo lo que quieras pero llora corriendo”, le dijo Pimkye a Dogger y corrieron como locos, desnudos, con la ropa de sus amos en las manos, en busca de un lugar seguro donde poder refugiarse, al menos hasta que pudieran vestirse, a salvo de alguna voz que dijera “maricones” y que les condenara. Ese lugar tenía nombre, el viejo caserón, una casa abandonada al final de la calle donde nadie entraba nunca porque decía la leyenda que allí habitaban los fantasmas de tres niños asesinados por el antiguo dueño. Fuera verdad o no la leyenda, ellos se metieron allí porque son mucho más temibles los vivos armados que cualquier ánima. Una vez dentro, se enfrentaron a sus verdaderos enemigos, el terrible pantalón y la despiadada camisa. Los niños tardan en aprender a vestirse solos, la pregunta es, cuánto tiempo tardarían en aprender dos perros? Hay respuesta para esa pregunta, treinta y cinco horas seguidas usando el método “ensayo y error” hasta la desesperación. Lo que quedará para la leyenda junto con los tres niños y el dueño asesino es el cómo aprendieron a abrocharse los botones de las camisas. Quizá sí hubiera fantasmas en la casa abandonada y les echaron una mano en vez de asustarles, tres pequeños “Casper”, amables y risueños, que no dudaron en ayudar a dos hombres en apuros. La verdad, no sé cómo fue, lo que sí sé es que a las veintisiete horas de haber empezado a intentarlo, los dos hombres se volvieron hacia una de las paredes del salón y comenzaron a ladrar, lo que me lleva a pensar que, efectivamente, allí había fantasmas que fueron percibidos por el sentido canino aún latente dentro de esas cabezas humanas. Me imagino a los espíritus desesperados, diciéndose entre ellos “joder, qué animales…! Anda, vamos a ayudarles que me están dando pena…”. Aunque, cuando sí que debieron desesperarse de verdad fue en el momento en que Pimkye y Dogger, ya vestidos correctamente y hasta con la camisa por dentro del pantalón, volvieron a desnudarse para dar rienda suelta, una vez más, a sus manos, a ambas manos. Y como allí estaban tranquilos y anochecería en poco tiempo, decidieron hacer noche en aquel salón.
El despertar la mañana siguiente fue todo un calvario. Esos cuerpos humanos que ahora usaban estaban consumidos después de un gran número de horas sin alimentarlos, así que la prioridad, muy por encima de cualquier otra cosa, era comer. Tenían los papeles verdes, solamente restaba encontrar un buen lugar. El supermercado del centro comercial era una opción aceptable, con su surtida sección de alimento canino dispuesto en sacos industriales tan pesados que bien podrían hacer volcar los carritos, pero era muy posible que ese alimento no fuera el adecuado para sus nuevos cuerpos, qué humano necesita que su pelaje del lomo brille o ser desparasitado? Además estaba el tema del aparato digestivo que podría dañarse ingiriendo comida para perros, aunque, después de todo, cuando hay hambre, hay hambre, y no creo yo que ningún estómago humano vacío vaya a hacer ascos a cualquier cosa que le llegue por el esófago, ni siquiera si lo que llegara fueran tuercas de acero inoxidable de paso ancho. Pero, la verdad, teniendo dinero y la posibilidad de ir a cualquier sitio, para qué liarse con las opciones. Lo mejor sería acudir a un lugar de alimento humano y comer allí lo que les sirvieran, por mal que supiera. Después de llenar el estómago ya tendrían tiempo de buscar el camino para resolver el embrollo en el que se habían metido.
El lugar escogido fue Buddy´s. Era el mejor de la zona, un montón de comida al más puro estilo inglés, que bien serviría como única toma del día, por poco más de cinco dólares, cinco cuarenta y cinco para ser exactos. Los chicos tomaron dos desayunos cada uno sin que se notase demasiado su poca habilidad con los cubiertos entre la clientela del local, más aún, se podía decir que los usaban incluso mejor que algunos de los clientes, este es el país de la hamburguesa y del perrito caliente, aquí se usan las manos hasta para la sopa china… Pimkye y Dogger probaron el café. No les gustó en absoluto, cosa ésta normal cuando no se añade azúcar, pero bueno, tampoco vamos ahora a exigir a dos perros en cuerpos de hombres que conozcan todos los protocolos a la hora de tomar café. Aunque lo hubieran añadido, igualmente no les hubiera gustado porque alteraba sus corazones y los hacía sentir como si el mundo girara un millón de veces más rápido de lo que lo hace. Aparte de esto, el balance como humanos se puede decir que era bueno: los huevos fritos, bien; el calorcito de la ropa, bien; sus hábiles manos llenas de dedos, muy bien…
“Pimkye, he pensado…”, dijo Dogger mirando al infinito a través del ventanal del local de Buddy. Esto dejó perplejo a su compañero que desde que eran humanos no había visto a su amigo actuar o decir nada con un mínimo de sentido, pero lo cierto es que realmente había hecho un ejercicio mental totalmente lógico y coherente que no suponía comportarse como un animal e ir orinando por todos los árboles del barrio para marcar el territorio. Dogger habló: “mira, el día que encontramos la roca también estuvo allí la labrador aquella con la que flirteabas, lo recuerdas? Con un poco de suerte, ella sigue siendo perra y nos puede ayudar a buscar con su olfato, no? Qué te parece?”.
A Pimkye lo costó reconocerlo_ a los líderes, y Pimkye lo era, como humano y antes como perro, les incomoda mucho que sus supuestos subordinados piensen, mucho más que lo hagan mejor que ellos_ pero la ocurrencia de su amigo era brillante. La perra es cierto que estuvo allí y que merodeó cerca de la piedra, pero no lo suficiente como para que las radiaciones le afectaran, con lo que era más que probable que mantuviera su estado canino original. Y además estaba localizada. Era la perra de los Smith, un matrimonio mayor de un par de calles más para allá de donde vivían ellos. Simplemente tendrían que ir allí y raptarla. Luego le dirían el “busca, busca…” tan efectivo con los perros para que les llevara hasta el lugar donde habían enterrado la maldita piedra.
No tardaron mucho en llegar a la casa de los Smith. “Mira, Dogger, está ahí…”, dijo Pimkye. La labrador correteaba por su parcela detrás de una pelota de tenis. El hecho de que Pimkye, cuando era perro, estuviera a punto de copular con ella_ de no haber sido por el descubrimiento lo hubiera hecho con total seguridad_ no suponía que supiera su nombre, algo que sucede también entre algunos humanos. Silbó, gritó, chasqueó los dedos, pero nada, la muy perra no hacía ni caso, maldita fidelidad canina!! Los métodos “limpios” estaba claro que no servirían, así que se vieron obligados a usar el método “sucio” o “callejero” que consiste en agarrar, sujetar el hocico para que no ladre o muerda y correr. Era algo fácil, pero también peligroso. Si tuvieran la mala fortuna de ser vistos por el amo de la perra o por algún vecino metijón tendrían que salir corriendo de allí, y correr muy rápido, mucho más que las balas que les precederían (sé que uso demasiado esto de disparar pero esto es América, aquí las cosas se arreglan así y el más tonto hace blanco en una lata de Pepsi a seiscientos pies). Pero tendrían que arriesgar, no tenían otra opción, bueno, no tenían otra opción hasta que a Pimkye se le encendió una lucecita. Le pidió a su compañero que se fuera, que le dejara solo delante del la parcela de los Smith y que le esperara en su cuartel general, la casa abandonada. Quince minutos después, el pastor belga encerrado en un cuerpo humano apareció con la perra caminando a su lado como si él fuera su verdadero amo. También quince minutos después, la señora Atkinson, que miraba por la ventana de su cocina enfrente de la casa de los Smith, cayó al suelo víctima de un infarto.
_ Pero Pimkye, cómo lo has hecho?_ preguntó Dogger totalmente sorprendido y lleno de admiración por su líder.
_ Mira, amigo_ respondió_ desde que tengo este cuerpo, estoy en celo continuo… Tú también, debe ser un rasgo del macho humano… Me baje la tela que llevamos en las piernas de atrás y dejé que la perra me oliera el trasero. Sus hormonas han hecho el resto…
Sin un segundo que perder, obligaron, ordenaron más bien, a la perra que buscara. “Busca, busca…”, le decían una y otra vez los dos al unísono. Insistían e insistían y el animal únicamente les miraba y ladraba un par de veces como queriendo decir, supongo yo, en su idioma perruno un más que coherente “pero qué coño busco??”. Fue dos horas más tarde cuando a uno de los dos compañeros de aventura se le ocurrió añadir la palabra “piedra” a uno de los “busca” disipando con ella cualquier tipo de duda que pudiera, y que de hecho estoy seguro que tenía, la labrador. Por cierto, es de justicia decir que el que tuvo la idea de pronunciar “piedra” fue Dogger y sí, eso irritó de nuevo al líder belga al ver que era buena y que funcionaba.
“Paradise Hills”, hasta allí condujo el olfato al animal, ese era el lugar donde antes, como perros, jugueteaban algún domingo que otro y donde estaba enterrada la cosa ésa que les había traído la desgracia, ahora bien, la pregunta del millón de dólares era dónde estaba enterrada? Aquel lugar era inmenso, una gran parcela verde que daba cabida cada fin de semana a miles de familias y sus monovolúmenes. Los dos transformados no es que tuvieran muchos recuerdos de su etapa canina y la perra tampoco era un robot al que podían exprimir sin que su físico lo notara. Además, el sol empezaba a retirarse cansado ya de iluminar y dar calor a aquella parte del mundo. Lo mejor, lo más sensato, dentro de lo que dos perros puedan considerar sensato, era irse y volver al día siguiente con fuerzas renovadas y con muchas horas de luz por delante para cometer la ardua tarea de encontrar la roca. Sin más, dieron media vuelta y volvieron a la ciudad.
Ya en el asfalto civilizado, el hambre poseyó de nuevo a los muchachos y una brisa fresca les invitó delicadamente a buscar un lugar cálido y bajo techo donde dormir. Tenían su cuartel, pero les quedaba un tanto retirado y, después del día que habían tenido, estaban realmente cansados como para seguir caminando hasta allí. Era posible que cerca de donde estaban hubiera alguna otra casa abandonada o que alguien estuviera interesado en coger unos cuantos papeles verdes por cobijarles una noche, los humanos estaban locos por ese tipo de papel y hacían cualquier cosa por tenerlos, no era tan descabellado. Preguntaron a un tipo que pasaba paseando por el lugar que no les contestó y que, además, salió corriendo. Esperaron a otra persona a la que poder preguntar. Tardó exactamente veintidós minutos en pasar. Era un hombre joven que olía realmente mal, cosa esta que no alteró ni lo más mínimo a ningún miembro de la expedición, acostumbrados a oler de muy cerca heces de sus congéneres. También estaba sucio, pero aún así, mal oliente y sucio, no huyó como el anterior y, amablemente, les indicó el lugar donde había un pequeño motel. La amabilidad fue porque a cambio de la información les pidió un dólar y Pimkye, antes de que hablara, sacó de su bolsillo un papel y se lo dio, un papel de cien. Les hubiera arropado si se lo hubieran pedido…
El motel estaba bien, habitaciones por horas, ducha, se podía decir que estaba limpio y contaba con dos locales cerca de comida casera pero donde las patatas francesas son congeladas. Solamente encontraron algo que no era de su agrado pero que tuvieron que aceptar porque no les quedaba otro remedio. Eso que tanto les dolió fue un cartel en la puerta que decía “Perros no permitidos”. Después de esconder a la labrador, entraron y cogieron una habitación doble con dos camas y baño. Podían haber cogido la misma habitación con una sola cama por medio dólar menos, pero eso no es dinero para nadie y mucho menos para alguien que no es consciente de lo que es medio dólar y contando que el acompañante era Dogger, mejor dormir separados…
“Quédate aquí y no te muevas…”, le dijeron a la perra y salieron de la habitación para dirigirse a uno de los dos locales a cenar, tres hamburguesas dobles cada uno y un puñado de patatas que Dogger recogió del suelo caídas de las otras mesas. La verdad es que los humanos comían mucho mejor que ellos cuando eran perros. Su comida tenía sabor y era mucho más variada que el pienso ese que ingerían antes, que sí, tenía tres millones de vitaminas y un montón de cosas más beneficiosas para los perros de cualquier edad, pero todo eso no era nada en comparación del placer que supone paladear tres o cuatro sabores a la vez en la boca. Este era otro aspecto bueno de ser hombres.
Terminada la cena, la suya y la que dejaron en las mesas los demás comensales, la camarera, sonriendo, le ofreció una copa. “Una copa? Qué cojones es eso?”, pensó Pimkye, pero como era belga y eso conllevaba ser abierto a nuevas experiencias y aventurero_ si no lo creeís, preguntad en el Congo_ no dudó y dijo que sí a esa “copa”, fuera lo que fuera. La camarera, al no recibir orden acerca de qué sería la copa, decidió servir la que a ella le diera la gana: whiskey_ había un cincuenta por ciento de posibilidades de que fuera whiskey. La otra opción era vodka. Estas son las bebidas de este tipo de locales, tampoco queramos ahora que además de servir comida a las doce de la noche también sirvan “Babana Split” o “Daiquiri”_
El líquido estaba fuerte, quemaba la garganta pero tenía algo que hacía que no pudieran dejar de beberlo, por eso hubo una segunda y una tercera copa. Entonces fue cuando una mujer sentada en la barra del local miró a Pimkye a los ojos y sonrió.
A la mañana siguiente, pronto y con la cabeza a punto de explotar, Pimkye salió de la habitación de la mujer de la barra y fue hasta la suya a buscar a su amigo.
_Dogger! Venga, vámonos al campo ese…
_ Espera, espera…! Qué prisas son esas? Antes tendrás que contarme qué tal con esa humana, no?
_ Sinceramente, fantástico!! Este cuerpo humano está lleno de posibilidades…!
_ Pero dime, cómo fue? Qué te dijo? No sé, cuéntame…
_ Pues tomamos más copas de esas… Por cierto, que tuve que ser yo el que soltara los papeles verdes… Luego fuimos a su habitación y allí, sin mediar palabra, metió su lengua en mi boca. Eso me aceleró el corazón. Agarró mis manos y las hizo coger dos bultos que tenía en el pecho, bultos magníficos!!. En ese momento pensé en preguntarle si querría lamerme tal y como solíamos hacer antes entre nosotros, pero no hizo falta, ella misma, a voluntad, se agachó y lamió.
_ Uff…! Y qué tal?
_ Superior!! He aprendido que no sólo se lame, sabes? También hay que metérselo en la boca entero y moverse hacia atrás y hacia delante… Yo con esto ya estaba más que contento, la verdad, pero se ve que ella no y me ordenó que hiciera yo lo mismo con ella… Por supuesto que lo hice, pero eché de menos mi antigua lengua…
_ Sigue, sigue, qué más?
_ Gritaba mucho. Yo me asusté pero, al parecer, eso hacen algunas mujeres humanas. De repente me dijo “házmelo por detrás, estilo perro” y yo le dije “nena, esa posición la bordo…”
_ Y qué hiciste?
_ Hacérselo, copular!! Sabes? Siendo humano es mucho mejor que siendo perro. Los gritos de las hembras son por placer, incluso yo llegué a gritar… y lo hacen por gusto, no para procrear… Pero lo mejor de todo es que cuando terminas no te quedas enganchado a ella, sale solita y, escucha, un rato después, puedes repetir!!
_ Sí, ya sabía que se puede repetir…
_ Lo sabías? Cómo?
_ Bueno, verás… …estaba aquí solo… …la labrador me miraba, yo la miraba a ella… …y es que está buena… qué te voy a contar que tú no sepas ya…!
No hay comentarios:
Publicar un comentario