miércoles, 21 de julio de 2010

Pimkye y Dogger (parte VI)

“A Pete J. Hawks no se le escapa nadie vivo…”, se dijo a sí mismo el agente mirando por la ventana de su despacho. Usó todas sus influencias y medios a su alcance para dar caza a los tres fugados y al traidor que los había ayudado, respuesta habitual de los que son presa de obsesiones enfermizas, que ven al demonio detrás de cada esquina, en cualquier lado excepto en ellos mismos. Siete dotaciones de hombres, tres helicópteros, dos vehículos acorazados y toda una red de espías formaban el equipo a su mando para la solución del problema, un verdadero ejército, armado y entrenado, para capturar a tres personas indefensas, esta es la desmesura del imperio…
“Winchester Old Tavern, 9:30 a.m.”. Pimkye, Dogger y Preciosa esperaban sentados a una de las mesas del local. A las diez en punto, diez y cinco minutos por el reloj de la pared del pub, entraba por la puerta el agente “bueno”. Michael B. no dio ningún rodeo, se sentó y fue directo al asunto manteniendo la misma cara inerte que, anteriormente, habían visto en el hombre del pelo blanco y les miraba con los mismos ojos inquisidores.
_ Supongo que no sabeís leer, no? Es igual, podeís escuchar… …prestad atención.
Cuando los españoles descubrieron América, encontraron una fuente de riqueza ilimitada con la que financiar el avance sobre el resto de lo que luego fue Europa y del mundo conocido hasta el momento. Cegados por una leyenda sobre una ciudad de oro, exploraron intensamente todo el continente en su búsqueda. No obteniendo resultados a corto plazo, tomaron la decisión de exprimir a los nativos. Las torturas fueron habituales. Un gran jefe inca, destrozado por el dolor y el sufrimiento de su pueblo, reveló el secreto de unas piedras mágicas, herencia del antiguo imperio maya. Esas piedras generaban hombres y mujeres a partir de animales. Para los españoles, esas piedras eran un tesoro de incalculable valor, mucho más valiosas que el mismo oro, con ellas podrían “fabricar” un ejército infinito para la guerra y tener mujeres fértiles con las que aumentar la población del imperio.
En el traslado a España, el galeón que las transportaba fue atacado por la piratería inglesa que se apoderó del botín. En la isla tardaron algún tiempo en descubrir el uso de las piedras, pero terminaron por comprender su valía.
Años más tarde, Inglaterra llevó de nuevo las piedras a América para aumentar su ejército y aplastar la sublevación independentista. Aún así, no lo consiguieron, ese tipo de guerras se ganan o se pierden en función de la pasión, no del número de hombres que formen los batallones. Vencidos, los ingleses se retiraron del continente dejando las piedras.
Tiempo después, estalló la guerra civil entre el norte y el sur. Fue una guerra cruenta y salvaje y las bajas, militares y civiles, ingentes, hasta el punto que la población disminuyó tanto que amenazaba seriamente la continuidad del joven estado de estados. Abraham Lincoln decidió recuperar las piedras de su escondite y repartirlas por todo el país para incrementar el censo de manera rápida, todo esto en el mayor de los secretos para no tener problemas con sus detractores, que eran muchos, todo hay que decirlo. A este respecto, existe una anécdota que cuenta que fue un gato persa transformado en hombre el que mató al presidente cuando descubrió el secreto.
Desde entonces, han estado por ahí dispersas las piedras hasta que la CIA encontró el modo de localizarlas para retirarlas de circulación. La de Paradise Hills ha sido la última. Muchos años han sido los que han estado las piedras generando contribuyentes a partir de animales. Este es el verdadero origen de nuestra nación y la única manera de entender nuestro presente.
_ Joder! Oírte hablar es como si escuchara chino…_ dijo Dogger, que de historia humana andaba un poco escaso, la verdad.
_ No importa, tú no tienes que entender nada, quien ha de entenderlo, si llega el caso, es el redactor jefe del Washington Post. Aquí teneís un informe completo con todo lo que acabaís de escuchar y un dossier con decenas de casos reales en el que se incluye el relato de Elvis, que, no sé si lo sabeís, seguro que no, era un pavo.
_ Y esto, para qué?_ preguntó Preciosa.
_ Os he ayudado, ahora espero que me ayudeís vosotros a mí. Teneís que volver a la granja y hablar con el agente Pete, el que os interrogó, bueno, por decir algo… Debeís obligarle a declarar sus delitos presionándole con llevar estos papeles al periódico.
_ Y qué ganamos nosotros con esto?_ volvió a preguntar Preciosa.
_ Vivir! Y con suerte, algo más…
Aquel hombre misterioso salió del local inmediatamente después de terminar la conversación dejando, prácticamente intacto, el té con limón que había pedido. No podía permitirse el lujo de estar más tiempo fuera del cuartel. Si por algún casual, alguien allí lo echaba de menos en pleno despliegue por la búsqueda de los fugados, no tardaría mucho en relacionarlo directamente con el hecho y eso supondría su “pasaporte” definitivo.
Tardó escasos diez minutos en regresar y fingir sorpresa por lo sucedido, pero esos pocos minutos son muchos cuando al mando hay una mente retorcida que sospecha hasta de sí mismo cuando se mira al espejo. El agente Michael fue llamado al despacho de su superior. Allí le esperaba un gabinete de crisis que evaluara la situación y fijara los operativos pertinentes, o al menos eso fue lo que le dijeron. En la sala estaban el jefe de grupo, el agente Pete, su lacayo y sombra el agente John y un cuarto hombre vestido con traje caro, sin duda alguna un halcón de Washington. Michael B. entró con claros gestos de preocupación y dispuesto a aportar ideas con las capturar de nuevo a los fugados, pero su iniciativa y su ímpetu no sirvieron para evitar la tormenta desatada por un “traidor” fulminante que gritó Pete Hawks. “Lo sabemos todo, Michael, nunca fuiste una lumbrera… …olvidaste la micro cámara del techo del almacén… No encontraremos impedimento para acusarte de alta traición y condenarte por ello!”.
El plan del agente Michael se hundió. No solo no había conseguido su principal objetivo, que era acabar con Pete, sino que además le había encumbrado delante del hombre de Washington, sumando a esto que sería ejecutado. Solamente un milagro podría salvarle de aquel destino injusto, un milagro como que tres perros gestionen con éxito un chantaje a toda la inteligencia americana.
Aún en la vieja taberna, Pimkye, Dogger y Preciosa permanecían sentados a la mesa intentando asimilar todo lo escuchado. No era algo simple y todo adquiría un matiz tenebroso al tener que añadir el desarrollo de un plan muy arriesgado. Muchas mentes criminales e inteligentes habían intentado sin éxito una empresa así, por qué ahora tres mentes inmaduras iban a conseguirlo? También podrían olvidar el tema y desaparecer para vivir una vida humana, cosa poco probable cuando la CIA te está buscando como si fueras el enemigo público número uno. Fuera como fuese, las probabilidades de morir eran muy altas y cuando esto es así, lo mejor es hacerlo en plena acción y no con el plomo por la espalda mientras se huye.
Pimkye, seguro de sí mismo y apoyado en su contundente liderazgo, dijo “ya está, iremos allí, hablaremos, bueno, hablaré yo, y ya está…”, aunque esa no era idea que sedujera a su amigo Dogger. Éste quería elaborar un poco más el plan. Su idea fue copiar el informe y distribuir las copias por distintos lugares para no perderlo nunca, tal y como solía hacer cuando era perro y su familia le regalaba un hueso que lo troceaba y lo repartía por todo el jardín. Una vez hecho esto, encararían al tipo del pelo blanco con cierta seguridad de que no les mataría, no al menos sin pensárselo un par de veces antes. Sin argumento alguno, tan solo porque no había salido de su boca, Pimkye ridiculizó el plan de Dogger. Era inadmisible que la expedición liderada por él siguiera planes que no se hubieran cocido en su cabeza. Burlándose de su amigo y sin pensar mucho, desestimó la actuación y les obligó a seguir su idea, “no hay más que hablar…”, dijo, “vamos a solucionar esto!”.
El interfono del despacho del jefe de grupo sonó. Un “están aquí otra vez” se escuchó. La orden fue clara y concisa, “que suban inmediatamente!”. Fueron escoltados y dirigidos hasta allí.
La tensión se mascaba en el interior de la sala. Los hombres de negro miraban con desprecio a los tres elementos peligrosos, con el mismo desprecio que se mira a una cucaracha o a una rata. Dentro de un silencio sepulcral, Pimkye dio un paso al frente y habló con una autoridad que él mismo se había otorgado: “tenemos algo que les podría hacer daño… Si lo quieren, han de darnos lo que pidamos!”. El tipo del pelo blanco levantó una ceja, dibujo una sonrisa en su cara y dijo “Eso que tienen en su poder, por casualidad, no serán esos papeles que lleva en la mano…?”
_ Sí, estos son!_ respondió Pimkye con orgullo.
_ Dígame algo, amigo_ continuó Pete_ por qué razón yo no podría, ahora mismo, pegarle un tiro en la cabeza y recuperar mis papeles?
Toda la altivez y la prepotencia del líder se vinieron abajo. Pimkye, tan seguro, tan valiente y decidido, se tornó en un muñeco de trapo, débil e indefenso, sin argumento alguno con el que contestar. Dogger le miró y sonrió. A pesar de tener la muerte muy cercana fue toda una satisfacción ver cómo su “líder” sentía todo el peso de su torpeza y de su ignorancia sobre sus hombros, torpeza e ignorancia perdonables en errores domésticos, pero nunca cuando la vida está en juego o cientos de millones de dólares.
El agente Pete y sus compañeros también sonreían. Era más que claro, cristalino, que eran ellos los que manejaban la situación y que tenían solucionado el problema sin tener que gastar el dinero del contribuyente en un despliegue masivo. Fue en el momento idóneo, justo cuando el agente John se disponía a coger su arma reglamentaria de la cartuchera, cuando Dogger habló: “esperen un momento señores! Una copia de estos papeles están en poder una persona que los llevará a cierto periódico si no salimos vivos de aquí… Como ves, Pimkye, yo también hago cosas a tu espalda…”
Esa frase cambió el panorama radicalmente. Revisados los papeles que obraban en poder de los tres perros, la situación no era para actuar a lo loco, habría que medir mucho cada movimiento. El hombre de Washington, desde el fondo del despacho, visiblemente enfadado por tener que hacerlo, claudicó, “qué quieren?”, preguntó. Pimkye fue a hablar y exponer sus peticiones pero Dogger le paró con su brazo y dijo, de manera arisca, “no, tú no, ahora hablaré yo!”, cosa que Preciosa, como mujer inteligente, supo apreciar.
_ En primer lugar_ expuso Dogger_ queremos que liberen al agente Michael y que escuchen todo lo que tiene que decir sobre los métodos de su colega aquí presente, el agente del pelo blanco. Investíguenlo y comprobarán que este hombre es un vulgar delincuente…
El agente Pete Hawks, fuera de sí, a punto de ser descubierto, con un movimiento realmente profesional, agarró a la mujer por el cuello y le puso su pistola en la sien. “ Atrás, ni un paso… …todo lo he hecho por la patria, por la bandera! No pueden prescindir de mí porque tres tarados me acusen, no pueden!!” Fue una declaración de culpabilidad en toda regla que el hombre del gobierno supo leer. Bastante mala fama soportaba ya la inteligencia como para tener que cargar con un escándalo así. Miró al jefe de grupo que, a su vez miró al agente John. Éste, sin esperar orden alguna, disparó a la cabeza de su colega.
Era una situación muy complicada el tener que seguir negociando con personas que no dudaban en apretar el gatillo, aunque Dogger continuó. “Hay más. Queremos saber si hay posibilidad de retroceder la acción de la piedra. Quizá deseemos volver a ser perros… En cualquier caso, queremos total inmunidad. A cambio, ofrecemos la devolución de los papeles y de la copia y nuestro silencio absoluto”.
El halcón del gobierno sacó un cigarrillo de su chaqueta, lo encendió y, con resignación dijo “jefe Whitaker, su turno. Hable!”
_ Sí, señor_ obedeció el jefe de grupo_ Existe un programa, “Silencio seguro”. Nuestros científicos han desarrollado una máquina que deshace el camino de transformación…
_ Y eso, por qué, si puede saberse…_ preguntó el halcón.
_ Señor, en caso de conflicto bélico complicado, transformaríamos a miles de animales. Luego volverían a sus estados originales para que no pudieran hablar nunca de la órdenes que recibieron y para evitar el molesto problema de los veteranos descontentos. Tengo que informar de que el proceso es largo y doloroso, así que les sugiero a ustedes se lo piensen con calma.
Tratados con mucha amabilidad, fueron llevados a otra sala donde no faltaba de nada, comida, bebida, sofás cómodos, televisión por cable… Allí podrían meditar tranquilamente. Después de mucho pensar y de sopesar todas las posibilidades, Dogger, al que Pimkye ya no miraba a la cara, se levantó de uno de los sofás y habló:
_ Yo no volveré a ser perro! Como perro mi vida era fácil, pero siempre he tenido que estar a tu sombra Pimkye. Como humano, he descubierto que se me da bien eso de pensar y que lo hago mucho mejor que tú, por lo que es una vida nueva, sí, pero libre de tu egocentrismo y solamente eso ya merece la pena. A tu lado, Pimkye, solo existe una manera de estar contento y es estar siempre por debajo de ti. Eso ni es amistad ni es nada y he decidido que ya no quiero compartir nada contigo. Además, amo a Preciosa y deseo, necesito pasar con ella miles de años juntos siendo consciente de ello y eso solamente es posible viviendo como humanos…
_ He de decir algo_ interrumpió Preciosa_ y es que yo también te amo. Eres mil veces más hombre que otros… Me tratas con cariño y te has preocupado por mí… Sí, yo también te quiero.
Pimkye rompió a llorar. La graduación superior que ostentaba había desaparecido y ya no tenía nada que mandar ni nadie a quien mandar, que era lo que realmente le hacía sentir bien. “Y qué coño hago yo ahora? Qué hago yo…??”, preguntó con rabia mirando al techo.
Cuatro horas después, por la puerta principal y una vez devueltos los papeles y la copia, una pareja salía, con la cabeza bien alta y cogidos de la mano, mirando con alegría a un pastor belga risueño que jugueteaba a su alrededor con devoción.

No hay comentarios:

Publicar un comentario