Mr. Keagan hizo todo tal y como se lo habían mandado. Era un tipo habilidoso con las manos y no le costaba ningún esfuerzo el tener que correr o saltar o lo que fuera, ya lo había hecho muchas veces, en el barrio, delante de jaurías de vecinos que querían lincharle, así que tuvo su número en la cabeza, Número cinco su satisfacción por el bochorno del director y la gobernanta un hilo del que ir tirando hasta deshacer el ovillo.
No hay que decir, pero lo voy a hacer, que esa noche, Bob durmió con una maravillosa y asfixiante camisa de fuerza por expreso deseo del director, además de llevarse un buen número de golpes que hicieron que se orinara encima. Pero todo pasa y esa noche pasó y llegó el día y el patio con Número cinco en esa sombrita…
_ Vaya… Bob, lo siento de veras…
_ No te preocupes Cinco, no es la primera vez y esos sádicos lo hubieran hecho de todos modos… Dime algo de lo mío y se me pasarán las penas…
_ Tienes las pastillas que te dije que tenias que robar? De qué color son?
_ Sí, las tengo. Son rojas.
_ Joder, Bob, eres bueno… Mira, las pastillas rojas son calmantes y las azules, excitantes. A ti te dan azules porque quieren que te aceleres, a ver si tienes un brote…
_ Un brote de qué…
_ De soja… Pues de qué va a ser, psicótico!!… Bueno, a lo que iba. Intercambia el contenido, vamos, que las rojas sean excitantes y que las azules calmantes y se las das al Gritos ese y al Patton, a cada uno su color. Ahí sabrás por qué le llaman gritos. Lo del Patton es para nota. Toma excitantes para que no se hunda y se suicide, así que, ya ves lo que vas a provocar. Muy importante, esto has de hacerlo la noche en que te vayas de aquí, nunca antes, entendido?
_ Entendido! Y cuando será esa noche?
_ Aún no, aguanta! Bueno, ahora me toca a mí. Tienes que volver a hablar con los celadores a solas, con los dos. Has de hacer de “correveydile”. Vas a uno y le dices que el otro lleva un micro cada vez que hablan; Luego vas al otro y le dices que el uno ha escrito una declaración para la poli que guarda en una caja de seguridad de un banco; Vuelves al primero, y le dices que el otro tiene sífilis y que, por ende, él también, ya que violaron juntos a la misma interna, Carol Ann no, otra; de nuevo con el otro y le dices que su compañero visita su casa cuando él no está pero su esposa sí… Parece todo increíble, pero es verdad, así no has de temer nada.
_ Esto no es una misión, son muchas… Quiero algo más de fuga!
_ Es justo… La gobernanta de la nota se lo monta con el vigilante de pasillo de noche, un jovencito medio tonto que no sirve para nada… Casi todas las noches, se ven en el cuarto de la limpieza y allí follan como si fuera la última vez que lo fueran a hacer. Vas allí y te haces con la llave maestra de las celdas (siempre hay una llave maestra, qué de problemas soluciona una llave de ésas…) de los pantalones del vigilante. No es difícil, que se desnudan y todo como si estuvieran en un hotelito… Hazlo rápido, así que no te quedes mirando mucho rato, que te conozco y la gobernanta, aunque madura, está muy buena… Por cierto, si quieres que mañana nos riamos un poco, pilla también las bragas de la mujer y se las metes al directorucho ese en un bolsillo de la chaqueta… Va a ser el descojone…!
Era algo increíble, inusual, sorprendente y extraordinario, pero todo sucedía exactamente como lo disponía Número cinco, como si fuera un vidente o un brujo de alguna tribu, de esos que toman una raíz o fuman de un palo y ven todo lo que ha de venir, gurús, éstos últimos, a los que no hay que tomar muy en serio porque si vieran el futuro de verdad, creo yo que sus tribus, o ellos mismos, no estarían como están. Pero el tal Cinco era distinto, ése no fallaba nada, nunca, siempre tan seguro de sí mismo, tan tranquilo y pausado. No es de extrañar que, para esas alturas, Bob confiara en él más que en sí mismo, consiguiendo que ese chico de barrio se superara cada día en su inventiva para desarrollar ingenios con los que llevar a cabo las misiones que se le ordenaban. Era tal su habilidad, que una vez robó el tabaco del celador fumador y le escribió en los cigarrillos lo que le tenía que contar. La verdad es que formaban un equipo perfecto Bob y su amigo Número cinco, un equipo al que nada se le resistía y, así, tuvieron la llave maestra de las celdas y la ropa interior de la gobernanta viciosilla. Bob lo hizo tan bien y tan rápido, que tuvo tiempo incluso para observar un buen rato a los dos amantes en el cuarto de la limpieza, cuarto éste al que sacaban todo el partido del mundo, todo sea dicho de paso, porque no había rincón que no usaran ni utensilio de limpieza que no les hiciera “los coros”. Y sí, la gobernanta estaba realmente bien y mejoraba mucho desnuda, tanto que Bob pensó en posponer su huida e intentar ligársela él para poder disfrutar de aquellas carnes en ese mismo cuarto. Una vez hubieron terminado de jadear, aunque fuera simplemente para tomarse un respiro o fumarse un cigarro, Bob desechó su última y lasciva idea ya que pensó, esta vez con la cabeza, que fuera de allí también había mujeres así e incluso mejores, la dependienta de la frutería del barrio, una latina maciza con la voz muy dulce y un acento que quitaba el sentido, sin ir más lejos…
Y qué decir del viejo psiquiatra y del regalo en su chaqueta… De nuevo Número cinco acertó y ese día todo el centro pudo reír a carcajadas durante un buen rato. Hubo quien lloró de risa… Y es que no pudo ser más cómica la situación. La gobernanta fue al despacho del director para hablar con él y cuando entró _sin llamar, por cierto. No le tenía mucho respeto._ pilló al viejo con las bragas en la cara poniendo a prueba sus fosas nasales. Ella las reconoció rápidamente, al fin y al cabo, eran las bragas que llevaba el día anterior y, además, pocas mujeres de cuarentaymuchos, cincuentaypocos según las malas lenguas, vestirían unas bragas de diseño tan provocativo. Los gritos llegaron hasta el último rincón de centro y no hubo pasillo que no recorriera el director con la gobernanta detrás empuñando una de las porras de los brutos, detalle éste que provocaba un espectacular rejuvenecimiento en las piernas del director que corría como un adolescente. Al final recibió.
Robert Keagan sentía que el final estaba cerca. Las ayudas de su amigo del patio eran inconexas y no podía aún hilvanarlas en su cabeza, pero los acontecimientos ocurridos en contra del Mr. Director y lo siguiente que sucedió, le hacían percibir ese final como algo cercano. La misma noche de las risas a costa de “Women´s secret” estalló una bomba dentro de uno de los celadores que, con los ojos inyectados en sangre, golpeó hasta la muerte a su querido compañero del alma. Era algo previsible y justamente lo que Número cinco buscaba con esos mensajes que Bob extendía. Si uno tiene pensado delinquir, lo mejor es hacerlo solo para no hundirte en la desconfianza ni ser esclavo de nadie. Esto fue algo que ninguno de los dos animales pensó como no piensan aquellos que necesitan del amparo del grupo para sentirse importantes o fuertes y hacer así el mal a otros más débiles que ellos. Con uno de los brutos sin cabeza, el otro no dudó un instante, se subió a la azotea del edificio y se lanzó al vacío, final muy usual en todos esos que quieren evadirse de sus responsabilidades penales una vez han sido descubiertos, convirtiéndoles en unos cobardes. Nadie los echó de menos.
A la mañana siguiente, Bob se despertó en su celda antes del timbrazo por el alboroto que había en el pasillo a causa de la muerte de los celadores. Podía haber salido a echar un vistazo ya que tenía la llave maestra, pero era mejor no levantar ninguna sospecha. Esta lucidez le duró muy poco. Los seres humanos somos bastante curiosos y si ocurre algo en alguna parte, que no sabemos pero queremos saberlo, haremos lo que sea para enterarnos, incluso poner en peligro lo más preciado que tengamos. Esto fue lo que le sucedió a Bob. Con el “qué pasará” en su cabeza, abrió desde dentro la puerta de la celda y sacó la cabeza. Miró a un lado, miró al otro y vio policías, camillas, médicos, un tipo vestido con traje negro, muy serio, que debía ser el juez y a Número cinco sentado en un banco de los que hay para las visitas. “Pero qué haces insensato…! dijo Número cinco empujando a Bob hacia dentro de la celda y cerrando detrás de él.
_ Pero estás loco??
_ Joder Cinco…! Tenía curiosidad…
_ Estamos muy cerca del final… Yo ya he conseguido uno de mis objetivos…!! Han caído los dos cabrones esos…!! Muertos!!
_ Muertos?? Joder….
_ Venga, hoy mismo terminará todo esto… Mira, tu terapia de esta mañana será definitiva. Escribirás una nota que entregarás, en mano, de nuevo a la gobernanta. Cuando estés con el nazi, le dices lo mismo que escribiste en la nota. Si la cosa se pone fea, que se pondrá, empieza a hablar en voz alta, muy alta y sin parar, diciendo lo que yo te diga… Escucha…
El día era raro, siempre son raros si hay dos muertos cerca, pero los trabajadores del centro intentaron aislar lo más posible a los internos de todo aquel asunto feo, así que el desayuno se celebró, si es que se le puede llamar celebración a ese café y a esas tostadas, con total normalidad. Fue ahí donde la gobernanta recibió la nota. La leyó, levantó su mirada del papel hacia Bob, la volvió a leer y dijo con voz muy dulce “gracias nuevo, muy amable…” En ese momento, mirando los ojos de esa mujer, Bob supo que, de haberse quedado allí, hubiera tenía su ración de cuarto de la limpieza con ella… maldita sea…!
Del desayuno, al patio y de ahí, a la terapia. Esta vez se dirigía a ella realmente nervioso, no en vano, aquel viejo despeinado era un delincuente cualquiera, un violador asqueroso y sin piedad capaz de cualquier cosa con tal de salvar su culo de doctor en psiquiatría. Entró en el despacho y notó cómo se le clavaba la mirada asesina del hombre que estaba detrás de la mesa. Sintió un escalofrío que le recorrió el cuerpo y por un momento se quedó paralizado. Los pensamientos se agolpaban en su cabeza, pasaban a toda velocidad y no podía reaccionar, pero se sacudió el pánico del cuerpo y acertó a decir “me gustaría leer Crimen y castigo… me lo deja??” El psiquiatra frunció el ceño y sacó los dientes como un lobo amenazante y dijo “cómo, cómo sabes tú tanto, cabrón??
Inmediatamente después, la puerta del despacho se abrió sin llamada previa. La gobernanta entró y con su voz dulce, no tan dulce cuando se dirigía al cerdo que, según ella había robado sus ropa interior, dijo “me han recomendado Crimen y castigo, especialmente la copia que tú tienes en tu estantería…”
El doctor, con los ojos fuera de las órbitas, abrió un cajón de su mesa y sacó un cuchillo con un filo que daba escalofríos, y se abalanzó sobre Bob. Éste, que ya había sido prevenido por su amigo, dando un salto hacia atrás, se apartó y comenzó a correr alrededor de la mesa. El viejo le seguía, cuchillo en mano, muy de cerca y en algún momento llegó a cortar la ropa del paciente. La gobernanta estaba en el umbral de la puerta, atónita por lo que estaba presenciando. Bob, recordó y se puso a hablar en voz alta al mismo tiempo que corría: “Doctor Michael B. Bayley, doctor en psiquiatría, colegiado número noventa y tres mil novecientos cuarenta y cinco, director de este centro, ha violado y golpeado, repetidas veces, a varias internas, Carol Ann Dixon, Sarah Connors, Rachel Parker y Melysa Jones… Además, ha probado fármacos experimentales en internos masculinos, Paul Groove, James Taylor, Maurice… … no se vaya gobernanta, por lo que más quiera, que me mata…!!!”.
Varias vueltas alrededor de la mesa después, el viejo no puedo con su corazón y tuvo que parar. Jadeando como un perro, con la lengua casi en los tobillos y con el cuchillo aún en la mano, le dijo a la gobernanta que no iba a creer a un loco, que deliraba, que era un paciente peligroso, pero la mujer no dudó. Entre un paciente y un viejo con un cuchillo, que le robó las bragas, no había color… “Ni se acerque a mí, cerdo!!” le gritó y, estirando el brazo, tomó de la estantería el famoso libro. El viejo quiso reaccionar, pero no pudo, estaba agotado, exhausto, apenas podía ni levantar la cabeza de entre sus piernas. Bob no andaba mucho mejor, físicamente, que el doctor, pero al menos le quedaron fuerzas para coger una silla y estampársela en la cabeza para evitar cualquier acción suicida u homicida. El libro se abrió en las manos de la mujer y cayeron al suelo tres “dvd´s”. Días más tarde, la gobernanta y todo el centro, supieron que era grabaciones de seguridad del centro que el doctor había escondido. El por qué lo había hecho era algo evidente. Llegó la policía, se llevaron al médico y dijeron que volverían al día siguiente para tomar declaración a la gobernanta y a Bob, que asintió sin revelar en ningún momento que, para entonces, él ya no estaría en su celda, ni el comedor, ni el patio, ni en las duchas, ni en ningún lado.
Esa noche, Bob estuvo muy entretenido. Cuando los hubieron metido en sus celdas, el nuevo salió de la suya con sigilo y fue a hacer una visita al Gritos. Le dio “sus pastillas” y de ahí, a la celda de Patton para lo mismo. Volvió a su celda y cerró la puerta con llave. Esperó a la toma nocturna y a que las píldoras hicieran efecto. No se hizo esperar. Los alaridos y bramidos del Gritos eran como juntar a trece cantantes de ópera en una misma garganta y no había fuerza humana capaz de parar ese chorro de voz salvaje. Los dos nuevos celadores, que no eran ni la mitad de grandes que los anteriores, eran como peleles, como marionetas intentando sujetar a “la voz” y no sabían lo que aún les esperaba, porque con los locos sucede como con los lobos, que cuando uno aúlla, los demás también lo hacen. Todo el ala masculino gritaba al unísono, cada uno con su tono particular, interpretando una pieza coral que no se estrenaría ni en el infierno. Patton murió, suicidio, una pena… El escándalo era salvaje, cosa que Bob aprovechó para salir de su celda sin que nadie se diera cuenta, e ir a la garita de los celadores. No sabía por qué, pero Cinco le dijo que fuera y memorizara otra serie de cifras debajo de la palabra “caja”. Una vez lo hizo, enfiló el pasillo a su izquierda, justo en sentido contrario del pasillo que llevaba a su, hasta entonces, “suite”, llegó a unas escaleras, las bajó y continuó por otro pasillo unos cuantos metros. Al final de éste, se topó con una puerta, bastante gorda, con un cartel en lo alto que decía “manicomio” y un teclado a su derecha. Parecía claro, y así lo vio Bob, que tecleó el primer número que memorizó en la garita. Exacto!! La puerta de abrió y dejó ver otro pasillo, esta vez más corto y con otra puerta en su otro extremo. Lo recorrió y abrió la puerta, que, por suerte, era antipánico, de esas que se pueden abrir de dentro hacia fuera con toda comodidad, tampoco era plan de complicarle más las cosas a ese chico de barrio, que bastante había pasado ya. Detrás de la puerta, la calle, el aire fresco, la luz, de las farolas, pero luz al fin y al cabo. Tenía ya un pie fuera cuando escuchó que le llamaban por su espalda. “Vaya, por Dios… demasiado fácil parecía esto…” pensó, pero se equivocaba. Era su amigo, Número cinco.
_ Te vas a ir sin despedirte??_ le dijo con una sonrisa en la boca.
_ Claro que no Cinco… venga un abrazo, compañero!! Oye!! Y por qué no vienes conmigo?
_ No Bob, no, yo allí ya no hago nada… no te sería útil..
_ Un amigo como tú siempre es útil.
_ Muchas gracias por considerarme tú amigo!! Pero no, de aquí no puedo moverme… Por cierto, memorizaste el número que te dije?
_ Sí… … bueno, como tú quieras… Dime, antes de irme, una cosa. Por qué no llevas tú pulsera como yo y los demás??
_ Muy simple. Tu cabeza no puede crear ciertos detalles… Déjame darte un consejo: Vete lejos de aquí, no vuelvas a tu barrio. Y juégate esos números a la loteria...
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