El reloj seguía andando y el tiempo pasando. Corrió tanto, que el pueblo se encontró, casi sin reparar en ello, en precampaña electoral. Sí, ese año había elecciones. El pueblo se alegraba mucho con las elecciones y sus vecinos veían en ellas una fiesta más que un derecho o una responsabilidad: se bebía y bailaba en los mítines, se daban conciertos gratis de grupos que apoyaban a uno o a otro, en función de quién pagara, había degustaciones de productos de la tierra (hamburguesa con queso, hamburguesa sin queso, hamburguesa con beicon, hamburguesa vegetal, hamburguesa de pollo, hamburguesa de pavo, hamburguesa…). La víspera del día en que comenzaba oficialmente la campaña venía a ser como la noche de Navidad para los niños. Todos los vecinos se acostaban pensando en los carteles electorales que se encontrarían al día siguiente pegados por las calles, carteles con rostros amables, sonrientes y retocados al Photoshop y eslóganes populistas y pegadizos, tales como “Vosotros primero”, o “Más para ti”, o “El futuro garantizado” (el futuro de quién?), que hacían las delicias de los que nada más leen y escuchan aquello que quieren leer y escuchar.
Con el sol, los vecinos despertaron impacientes por salir a la calle y ver la decoración electoral, pero se quedaron como el niño que busca sus regalos de Santa Klaus y no encuentra nada, que se queda paralizado de la decepción, más que nada por no tener a nadie a quien reclamar, y es que es sabido que Santa no tiene oficinas de atención al cliente. Las calles estaban vacías. Bueno, no estaban vacías en el sentido estricto de la palabra, estaba todo en su sitio, pero no había carteles, ni banderitas colgando de lado a lado de la calle, ni los tres colores por todos lados, ni las barras y estrellas… Sumidos en la más profunda indignación, decidieron ser pacientes y dar un voto de confianza a sus políticos, no fuera a ser que quisieran hacer la pega de carteles un día después para darles una sorpresa. Nada más lejos de la realidad. Al día siguiente no hubo ni carteles ni nada, y al otro tampoco, y el día siguiente tampoco… Parecía como si no estuvieran en elecciones, como si fuera una jornada normal cualquiera en la que no tendrían fiesta ni hamburguesas ni bebida ni nada. Dios santo, sin hamburguesas!!! El pueblo empezó a perder el control, estaban intranquilos, desconcertados, dolidos, nadie sabía qué sucedía. Pero tampoco nadie se le ocurría ir a preguntar a los responsables, que siempre es más fácil esperar a ver qué pasa que tomar la iniciativa.
En este caos, dos vecinos dieron un paso al frente, Peter Boyle y Peter Sean Mills, maestro de la escuela y doctor en medicina, respectivamente. Convocaron al pueblo a una asamblea extraordinaria en el gimnasio del colegio. “Vecinos!”, dijo el primer Peter, “creemos que es evidente lo que sucede…”. “Y qué sucede??” gritó una voz desde el fondo del gimnasio y el segundo Peter intervino, “Pues sucede que, en este año de Charles Owen, nadie se presenta a las elecciones…”. “Y por qué?”, gritó la misma voz desde el fondo, “Porque los políticos no pueden cumplir la norma impuesta!” La asamblea saltó de asombro, hablaban los unos con los otros, gritaban, insultaban, babeaban… Unos tardaron más que otros, pero, al final, todos entendieron qué se les había dicho y qué suponía. La voz del fondo exclamó “a por ellos!!!” y fue el silbato de salida de la carrera popular hacia las sedes de los dos partidos.
Republicanos y demócratas, demócratas y republicanos, mismos perros con distintos collares. Sendos carteles lucían en las puertas de las sedes. En los dos se leía lo mismo, “No estamos capacitados para gobernar, que gobiernen los otros”.
El pueblo sin políticos. Lo que para mucha gente es un sueño, allí fue una catástrofe. No había autoridad a la que rendir cuentas o de la que tener miedo y la gente comenzó a gobernarse a sí misma, lo que puede ser bueno si uno piensa con la cabeza, pero que es terrorífico cuando se piensa con los genitales y, mucho peor, cuando se piensa con el estómago. A nadie se le ocurrió que, tal vez, podría gobernar otra persona que no fuera un político profesional de un partido, por ejemplo, el juez, o el médico, personas cultas y estudiadas, que conocían las leyes del estado y del país, y si se le ocurrió a alguien, ése no dijo ni media. Se gritó contra los políticos por no querer gobernar en el año Charles Owen, pero la verdad es que nadie quería hacerlo, ni aún teniendo la oportunidad al alcance de la mano. Así que el caos imperó en esas calles durante bastante tiempo. Era la jungla. El fuerte pisaba al débil, el menos escrupuloso, desplumaba al asustadizo, robos, violencia, y, cómo no, disparos, muchos disparos, al aire, a las piernas, a las tripas, a la cabeza…
Y sucedió lo que sucede casi siempre con la masa se deshumaniza, que hay que buscar un culpable de todo ese esperpento. Con los políticos huidos y sus militantes desaparecidos, lo más fácil, lo que menos esfuerzo intelectual requería era Charly. La voz del fondo del gimnasio, pero esta vez desde el fondo de una tienda de ropa a la que habían roto el cristal del escaparate, gritó “Colguemos a ese comunista!” Es sorprendente lo que se puede conseguir en este país con la palabra “comunista”. Dices “comunista” y todo un ejército te respalda, aunque seas el mismísimo Satanás. La voz dijo “comunista” y los habitantes encendieron sus antorchas con el fusil colgado al hombro. Comenzó la caza, comenzó y terminó pronto. Sólo tuvieron que ir al pueblo de al lado, apuntar a la cabeza de la hija del jefe de Charly y obtener la información de dónde encontrarle. No se le puede reprochar nada al jefe. El comunista fue llevado al pueblo.
Uno no sabe cómo o por dónde, pero un día baja al sótano de su casa y encuentra tres o cuatro ratas merodeando por ahí. Esto es lo que ocurrió con los políticos, que aparecieron en el pueblo de repente, como las ratas. Uno de ellos, el jefe de los republicanos, tomó la palabra:
_ Contribuyentes!! Creo que ha quedado claro que nos necesitaís! Sí, es cierto, nos quedamos con algo de las arcas del ayuntamiento, pero qué es un puñado de dólares en comparación del caos en el que os hundís? He hablado con mi colega del partido demócrata y hemos convenido que seamos nosotros, los republicanos, los que gobernemos esta legislatura, sin necesidad de hacer elecciones. Yo creo que es preferible que os gobernemos, aunque nos quedemos con algunos billetes, a que os gobierne el deseo de un bobo comunista!!
La gente enloqueció de placer. Los mismos que jalearon y ovacionaron a Charly, ahora gritaban y cantaban y bendecían al republicano.
_ Escuchadme!_ continuó_ Tenemos que limpiar nuestra comunidad de indeseables como éste que ensucian las tradiciones que nuestros ancestros nos legaron! Propongo que sea él el que pruebe la guillotina…
Con la masa entregada, la cuchilla pasó a través del cuello y las muñecas de Charly.
El recién autoproclamado alcalde, pletórico, borracho de entusiasmo y de poder, guiño un ojo a su adversario político, que más que adversario era un compañero, un amigo, y éste, asintiendo con su cabeza, dio la aprobación de algo que ya traían hablado del agujero de donde salieron.
_ Dadme un momento, hermanos!! Para que veaís que somos buenos con vosotros, romperemos la tradición tan solo por esta vez y celebraremos sorteo anticipado mañana, en esta misma plaza…!!!
Llantos de alegría, abrazos, enhorabuenas por doquier, cánticos, trocitos de papel al aire, toque de trompetas, las abuelas bailaban, los abuelos agarraban por la cintura a las muchachas, los amantes se besaban, los que no eran amantes también se besaban, los niños correteaban sonriendo entre los mayores, los perros movían sus rabos, alguno de ellos lamía una de las manos del recién ejecutado….
_ Y aún hay más… permitiremos, a partir de este sorteo, que los deseos de los premiados sean de cualquier naturaleza, sexuales incluidos, y protegeremos al premiado hasta el final de su año!!!
La euforia y la locura poseyeron a las personas, especialmente a los hombres, que ya empezaron a mirar a las mujeres de su alrededor y a pensar en quién se llevarían a la cama, si a una o a todas…
Aquella noche previa al sorteo adelantado, yo creo que no hubo individuo en ese lugar que pegara el ojo. Lo peor de todo es que el insomnio no lo producía el arrepentimiento por haber matado a un hombre, a un vecino suyo, ni por haber estado robando y humillando a sus otros vecinos los últimos meses, ni por permitir que sus políticos les robaran en sus barbas, no, el insomnio lo producía el anhelo de ser afortunado para tener a sus pies a todos sus paisanos. Alguno que otro, pensando en las mujeres de sus amigos y de los que no eran sus amigos, consiguió que la sangre de su cuerpo su agolpara, toda ella, en sus partes bajas, cosa que alegró a más de una esposa aburrida.
_ Vecinos, hermanos!! Que hoy dé comienzo un nuevo periodo para nuestra comunidad, libre de tergiversadores, de pensadores, donde la grandeza de nuestra patria brille e ilumine nuestros caminos!! Que comience el sorteo!!_ dijo el alcalde desde el balcón del ayuntamiento, escoltado, como de costumbre, por su segundo, el notario, el adversario político democráta y el pastor metodista, que rezó dando gracias al altísimo por haber desenmascarado al maligno en forma de comunista que deprimía aquella comunidad. Por cierto, que este mismo pastor, el Reverendo Supp, el mismo que se oponía al lupanar y que odiaba a los gays, el mismo del gancho de buenas noches y del tomatazo, pidió, exigió, al nuevo alcalde tener parte en aquel puñado de dólares que desaparecía o, desde el púlpito, les echaría a los feligreses encima. Tiempo después, con el dinero extra, creo que montó un casino pequeño en Loussiana, con sus putas y todo.
El bombo giró, una vez, dos, tres veces, cayó la bolita y rodó hasta la copa historiada enfrente del alcalde. La cogió, la giró, vio el número y, sin advertir nada anormal, gritó al micrófono “trescientos cincuenta y dos”. Recién terminó de pronunciar la última palabra, se encendió su memoria y palideció. Miró a su segundo de muy mala manera y le preguntó que qué coño era eso. En una comunidad tan supersticiosa como era ésa, un incidente como aquel dejaba su huella. El miedo a lo desconocido, a los muertos, se extendió sobre ellos como las nubes negras que anuncian tormentas y nadie se le ocurría abrir su boca o dejar de mirar al bombo.
“Dame otra bola joder!!” le dijo el republicano a su lacayo. Sin girar el bombo, accionó el mecanismo que dejaba caer las bolas. Fue recogida de la copa, vista y lanzada con furia a los asistentes. “A mí no me jodaís!! Dame otra bola…” gritaba desencajado… “trescientos cincuenta y dos”. Otra bola, “trescientos cincuenta y dos”. Y otra bola más, “trescientos cincuenta y dos”
_ Esto es cosa del cabrón ese demócrata, amigo de los negros!!!
_ Ni hablar!! _ respondió el aludido_ es cosa tuya ladrón, que tú mataste al bobo…!!
Observando el cruce de acusaciones delante del micrófono, la gente abajo reunida comenzó a tomar partido por uno o por el otro. Primero se gritaban, luego se golpeaban y acabaron disparándose, final éste muy lógico teniendo en cuenta la gran patria en la que se desarrollan los acontecimientos, donde si uno no dispara a su adversario parece como si fuera canadiense, o peor aún, europeo…Se formaron tres bandos: los demócratas, que presumen de progresistas pero que a la hora de desenfundar no se quedan atrás; los republicanos, grandes pistoleros, de los que disparan sin haber siquiera jarana; y los indecisos, o lo que es lo mismo, los que disparaban a todo el mundo, fueran demócratas, republicanos o incluso indecisos como ellos. Disparos, gritos, sangre, más disparos, silbidos de balas locas, agujeros en las paredes, más sangre… Viejos, mujeres, niños… todos escupían plomo, todos morían a manos de sus iguales. No duró mucho la batalla. En apenas media hora, el silencio se adueñó del pueblo. La plaza quedó inundada de sangre y cientos de cuerpos inertes flotaban a la deriva, alguno de ellos aún empuñando su arma. Un golpe de viento golpeó por la calle Washington moviendo el famoso bombo tradicional, tan querido, tan rezado, tan desgraciado… Cayó una bolita. “Trescientos cincuenta y dos”.
Con el sol, los vecinos despertaron impacientes por salir a la calle y ver la decoración electoral, pero se quedaron como el niño que busca sus regalos de Santa Klaus y no encuentra nada, que se queda paralizado de la decepción, más que nada por no tener a nadie a quien reclamar, y es que es sabido que Santa no tiene oficinas de atención al cliente. Las calles estaban vacías. Bueno, no estaban vacías en el sentido estricto de la palabra, estaba todo en su sitio, pero no había carteles, ni banderitas colgando de lado a lado de la calle, ni los tres colores por todos lados, ni las barras y estrellas… Sumidos en la más profunda indignación, decidieron ser pacientes y dar un voto de confianza a sus políticos, no fuera a ser que quisieran hacer la pega de carteles un día después para darles una sorpresa. Nada más lejos de la realidad. Al día siguiente no hubo ni carteles ni nada, y al otro tampoco, y el día siguiente tampoco… Parecía como si no estuvieran en elecciones, como si fuera una jornada normal cualquiera en la que no tendrían fiesta ni hamburguesas ni bebida ni nada. Dios santo, sin hamburguesas!!! El pueblo empezó a perder el control, estaban intranquilos, desconcertados, dolidos, nadie sabía qué sucedía. Pero tampoco nadie se le ocurría ir a preguntar a los responsables, que siempre es más fácil esperar a ver qué pasa que tomar la iniciativa.
En este caos, dos vecinos dieron un paso al frente, Peter Boyle y Peter Sean Mills, maestro de la escuela y doctor en medicina, respectivamente. Convocaron al pueblo a una asamblea extraordinaria en el gimnasio del colegio. “Vecinos!”, dijo el primer Peter, “creemos que es evidente lo que sucede…”. “Y qué sucede??” gritó una voz desde el fondo del gimnasio y el segundo Peter intervino, “Pues sucede que, en este año de Charles Owen, nadie se presenta a las elecciones…”. “Y por qué?”, gritó la misma voz desde el fondo, “Porque los políticos no pueden cumplir la norma impuesta!” La asamblea saltó de asombro, hablaban los unos con los otros, gritaban, insultaban, babeaban… Unos tardaron más que otros, pero, al final, todos entendieron qué se les había dicho y qué suponía. La voz del fondo exclamó “a por ellos!!!” y fue el silbato de salida de la carrera popular hacia las sedes de los dos partidos.
Republicanos y demócratas, demócratas y republicanos, mismos perros con distintos collares. Sendos carteles lucían en las puertas de las sedes. En los dos se leía lo mismo, “No estamos capacitados para gobernar, que gobiernen los otros”.
El pueblo sin políticos. Lo que para mucha gente es un sueño, allí fue una catástrofe. No había autoridad a la que rendir cuentas o de la que tener miedo y la gente comenzó a gobernarse a sí misma, lo que puede ser bueno si uno piensa con la cabeza, pero que es terrorífico cuando se piensa con los genitales y, mucho peor, cuando se piensa con el estómago. A nadie se le ocurrió que, tal vez, podría gobernar otra persona que no fuera un político profesional de un partido, por ejemplo, el juez, o el médico, personas cultas y estudiadas, que conocían las leyes del estado y del país, y si se le ocurrió a alguien, ése no dijo ni media. Se gritó contra los políticos por no querer gobernar en el año Charles Owen, pero la verdad es que nadie quería hacerlo, ni aún teniendo la oportunidad al alcance de la mano. Así que el caos imperó en esas calles durante bastante tiempo. Era la jungla. El fuerte pisaba al débil, el menos escrupuloso, desplumaba al asustadizo, robos, violencia, y, cómo no, disparos, muchos disparos, al aire, a las piernas, a las tripas, a la cabeza…
Y sucedió lo que sucede casi siempre con la masa se deshumaniza, que hay que buscar un culpable de todo ese esperpento. Con los políticos huidos y sus militantes desaparecidos, lo más fácil, lo que menos esfuerzo intelectual requería era Charly. La voz del fondo del gimnasio, pero esta vez desde el fondo de una tienda de ropa a la que habían roto el cristal del escaparate, gritó “Colguemos a ese comunista!” Es sorprendente lo que se puede conseguir en este país con la palabra “comunista”. Dices “comunista” y todo un ejército te respalda, aunque seas el mismísimo Satanás. La voz dijo “comunista” y los habitantes encendieron sus antorchas con el fusil colgado al hombro. Comenzó la caza, comenzó y terminó pronto. Sólo tuvieron que ir al pueblo de al lado, apuntar a la cabeza de la hija del jefe de Charly y obtener la información de dónde encontrarle. No se le puede reprochar nada al jefe. El comunista fue llevado al pueblo.
Uno no sabe cómo o por dónde, pero un día baja al sótano de su casa y encuentra tres o cuatro ratas merodeando por ahí. Esto es lo que ocurrió con los políticos, que aparecieron en el pueblo de repente, como las ratas. Uno de ellos, el jefe de los republicanos, tomó la palabra:
_ Contribuyentes!! Creo que ha quedado claro que nos necesitaís! Sí, es cierto, nos quedamos con algo de las arcas del ayuntamiento, pero qué es un puñado de dólares en comparación del caos en el que os hundís? He hablado con mi colega del partido demócrata y hemos convenido que seamos nosotros, los republicanos, los que gobernemos esta legislatura, sin necesidad de hacer elecciones. Yo creo que es preferible que os gobernemos, aunque nos quedemos con algunos billetes, a que os gobierne el deseo de un bobo comunista!!
La gente enloqueció de placer. Los mismos que jalearon y ovacionaron a Charly, ahora gritaban y cantaban y bendecían al republicano.
_ Escuchadme!_ continuó_ Tenemos que limpiar nuestra comunidad de indeseables como éste que ensucian las tradiciones que nuestros ancestros nos legaron! Propongo que sea él el que pruebe la guillotina…
Con la masa entregada, la cuchilla pasó a través del cuello y las muñecas de Charly.
El recién autoproclamado alcalde, pletórico, borracho de entusiasmo y de poder, guiño un ojo a su adversario político, que más que adversario era un compañero, un amigo, y éste, asintiendo con su cabeza, dio la aprobación de algo que ya traían hablado del agujero de donde salieron.
_ Dadme un momento, hermanos!! Para que veaís que somos buenos con vosotros, romperemos la tradición tan solo por esta vez y celebraremos sorteo anticipado mañana, en esta misma plaza…!!!
Llantos de alegría, abrazos, enhorabuenas por doquier, cánticos, trocitos de papel al aire, toque de trompetas, las abuelas bailaban, los abuelos agarraban por la cintura a las muchachas, los amantes se besaban, los que no eran amantes también se besaban, los niños correteaban sonriendo entre los mayores, los perros movían sus rabos, alguno de ellos lamía una de las manos del recién ejecutado….
_ Y aún hay más… permitiremos, a partir de este sorteo, que los deseos de los premiados sean de cualquier naturaleza, sexuales incluidos, y protegeremos al premiado hasta el final de su año!!!
La euforia y la locura poseyeron a las personas, especialmente a los hombres, que ya empezaron a mirar a las mujeres de su alrededor y a pensar en quién se llevarían a la cama, si a una o a todas…
Aquella noche previa al sorteo adelantado, yo creo que no hubo individuo en ese lugar que pegara el ojo. Lo peor de todo es que el insomnio no lo producía el arrepentimiento por haber matado a un hombre, a un vecino suyo, ni por haber estado robando y humillando a sus otros vecinos los últimos meses, ni por permitir que sus políticos les robaran en sus barbas, no, el insomnio lo producía el anhelo de ser afortunado para tener a sus pies a todos sus paisanos. Alguno que otro, pensando en las mujeres de sus amigos y de los que no eran sus amigos, consiguió que la sangre de su cuerpo su agolpara, toda ella, en sus partes bajas, cosa que alegró a más de una esposa aburrida.
_ Vecinos, hermanos!! Que hoy dé comienzo un nuevo periodo para nuestra comunidad, libre de tergiversadores, de pensadores, donde la grandeza de nuestra patria brille e ilumine nuestros caminos!! Que comience el sorteo!!_ dijo el alcalde desde el balcón del ayuntamiento, escoltado, como de costumbre, por su segundo, el notario, el adversario político democráta y el pastor metodista, que rezó dando gracias al altísimo por haber desenmascarado al maligno en forma de comunista que deprimía aquella comunidad. Por cierto, que este mismo pastor, el Reverendo Supp, el mismo que se oponía al lupanar y que odiaba a los gays, el mismo del gancho de buenas noches y del tomatazo, pidió, exigió, al nuevo alcalde tener parte en aquel puñado de dólares que desaparecía o, desde el púlpito, les echaría a los feligreses encima. Tiempo después, con el dinero extra, creo que montó un casino pequeño en Loussiana, con sus putas y todo.
El bombo giró, una vez, dos, tres veces, cayó la bolita y rodó hasta la copa historiada enfrente del alcalde. La cogió, la giró, vio el número y, sin advertir nada anormal, gritó al micrófono “trescientos cincuenta y dos”. Recién terminó de pronunciar la última palabra, se encendió su memoria y palideció. Miró a su segundo de muy mala manera y le preguntó que qué coño era eso. En una comunidad tan supersticiosa como era ésa, un incidente como aquel dejaba su huella. El miedo a lo desconocido, a los muertos, se extendió sobre ellos como las nubes negras que anuncian tormentas y nadie se le ocurría abrir su boca o dejar de mirar al bombo.
“Dame otra bola joder!!” le dijo el republicano a su lacayo. Sin girar el bombo, accionó el mecanismo que dejaba caer las bolas. Fue recogida de la copa, vista y lanzada con furia a los asistentes. “A mí no me jodaís!! Dame otra bola…” gritaba desencajado… “trescientos cincuenta y dos”. Otra bola, “trescientos cincuenta y dos”. Y otra bola más, “trescientos cincuenta y dos”
_ Esto es cosa del cabrón ese demócrata, amigo de los negros!!!
_ Ni hablar!! _ respondió el aludido_ es cosa tuya ladrón, que tú mataste al bobo…!!
Observando el cruce de acusaciones delante del micrófono, la gente abajo reunida comenzó a tomar partido por uno o por el otro. Primero se gritaban, luego se golpeaban y acabaron disparándose, final éste muy lógico teniendo en cuenta la gran patria en la que se desarrollan los acontecimientos, donde si uno no dispara a su adversario parece como si fuera canadiense, o peor aún, europeo…Se formaron tres bandos: los demócratas, que presumen de progresistas pero que a la hora de desenfundar no se quedan atrás; los republicanos, grandes pistoleros, de los que disparan sin haber siquiera jarana; y los indecisos, o lo que es lo mismo, los que disparaban a todo el mundo, fueran demócratas, republicanos o incluso indecisos como ellos. Disparos, gritos, sangre, más disparos, silbidos de balas locas, agujeros en las paredes, más sangre… Viejos, mujeres, niños… todos escupían plomo, todos morían a manos de sus iguales. No duró mucho la batalla. En apenas media hora, el silencio se adueñó del pueblo. La plaza quedó inundada de sangre y cientos de cuerpos inertes flotaban a la deriva, alguno de ellos aún empuñando su arma. Un golpe de viento golpeó por la calle Washington moviendo el famoso bombo tradicional, tan querido, tan rezado, tan desgraciado… Cayó una bolita. “Trescientos cincuenta y dos”.
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