Desde la atalaya del tiempo, el águila calva todo lo siente, todo lo percibe. Levanta el telón tricolor de la patria y ve a todos, hacinados en las esquinas, abriéndose hueco con los codos, exagerando su importancia en el colectivo para hacerse notar por encima del resto… Allí están todos: los banqueros, los judíos más cristianos y los cristianos más judíos, los sustitutos de Dios en la Tierra, disponiendo las vidas ajenas para que encajen, cual puzle, en la palma de sus manos y así controlarlo todo, lo alto y lo bajo, la derecha y la menos derecha, los de delante y los de atrás, todos entran en sus ilimitadas manos de dedos largos que llegan hasta el último rincón del alma. Nada sucede sin que ellos lo sepan, nada ocurre sin que ellos digan la última palabra al respecto, nada se hunde sin que ellos lo quieran por muy podrido que esté; están los políticos, los de allí y los de aquí, todos ellos, sin excepción, de traje caro y multinacional bajo el brazo, empeñados en gustar a todo el personal con sonrisas falsas y buenos gestos inocuos pero exprimiéndoles para beber el jugo que apague la sed infinita de sus egos, protectores de su bien privado, pidiendo, pidiendo aunque pocas veces dando; los grandes empresarios, aves carroñeras para los que todo es poco, jugando al ajedrez social con la impunidad de saberse siempre ganadores con sus reyes a buen recaudo en Suiza o Barbados y sacrificando peones a miles que crean en sus fábricas de desesperación; los jueces, escondidos debajo de sus togas, pugnando los unos con los otros por ver quién sodomiza primero a Justicia a la que hace tiempo se le cayó la venda de los ojos; las esposas de los anteriores, putas de baja estofa enfundadas en vestidos de grandes señoras decentes, conduciendo sus cuatro por cuatro, entrando y saliendo del quirófano con los pechos cada vez más grandes y buscando muchachos fornidos con los que desfogarse entre copa y copa; están los oficiales militares y su gran método de combatir a las moscas con cañones de gran calibre que justifica su ingreso en las nóminas de los fabricantes de misiles, tan ensimismados con el brillo de sus condecoraciones que hace tiempo olvidaron los valores que dicen defender, si es que laguna vez los conocieron; los soldados, juventud cercenada por el cuchillo de la pobreza, muchachos americanos reconvertidos en muñecos de primera línea a cambio de un plato de rancho rancio, ignorantes y salvajes, defendiendo causas que desconocen; están los predicadores bautistas, gritando mensajes de salvación blanca por parte del dios que bendice sus campamentos familiares de la Milicia, atrincherados detrás de las biblias pero empuñando subfusiles con los que combatir a todo aquel que no piense como ellos y que llaman diablo; los cantantes y las cantantes pop, guapos y guapas, ricos y ricas, maravillosos, estupendos, perfectos productos salidos de la cadena de montaje discográfica, creados para ocupar el vacío en las cabezas adolescentes dispuestas a gastar lo que haga falta para ser populares; los analistas de mercados financieros, grandes gurús de la economía moderna, observatorios fiables de las macrocifras, que solamente hablan cuando las cosas van bien pero que se esconden cuando hay “cracks” que no vaticinaron, quizá porque sean ellos esbirros de los culpables; los periodistas, inflados por creerse los cuartos cuando en realidad son lacayos de los primeros, defensores y heraldos de la verdad que más dinero produzca; los raperos negros y sus sonidos alienantes, con decenas de chicas explosivas colgadas en sus cuellos, tan hastiados de sexo y dinero que han encontrado divertimento en matarse entre ellos; los vicarios católicos, siempre de negro profundo, anunciando más muerte que vida, exigiendo a los demás con sus bocas lo que sus genitales no pueden hacer, creando otro harem bajo el nombre de orfanato donde dar rienda suelta e impune a la obsesión que se esconde detrás del celibato de Roma; está la Asociación Nacional del Rifle al completo, con el decrépito y huidizo Charlton Heston a la cabeza, predicando las bondades de las armas de fuego en casa, imprescindibles para defenderse de los peligros que acechan a la patria, especialmente la gran amenaza que supone el temible Bambi que corretea por nuestros bosques pudiendo pisar algún pequeño pie de los niños…; los psicólogos, judíos todos ellos posiblemente por aquello de tener que vender humo, elocuentes y millonarios, expertos adivinadores del pasado pero incapaces de diagnosticar a una sociedad enferma; los moteros, libres como el viento, sin un palmo de piel que no lleve tatuado una esvástica, símbolo éste de indudable libertad; están los hispanos afincados en el norte, ocupando parques públicos y haciendo de ellos sus cuarteles generales, midiendo su hombría por el calibre de sus pistolas que usan también, casualidad de casualidades, para defenderse del pequeño ciervo en pleno centro de Nueva York; los hispanos afincados en el sur, familias trabajadoras y decentes, entendiendo esto último como ser más conservador que los conservadores, fanáticos republicanos para con aquellos que ahora, como ellos mismos antes, quieren cruzar al otro lado en busca de una vida mejor; los seguidores de Elvis, pantalones campana y pelucas de tupés imposibles en ristre, peregrinando a su Meca particular en busca de sanidad; los saudíes, árabes sí, pero árabes con petróleo, lo que les convierte, automáticamente, en amigos con los que sentarse a hablar. Pareces ser que están cerrando otro negocio con Carlyle por el que embolsarse varios cientos de millones de dólares a cambio de dos o tres mil vidas humanas; la mafia italiana_ hay que especificar porque aquí hay muchas mafias, cada una con su particular rasgo_ y sus sindicatos de basureros, vistiendo trajes tan caros como horteras que están manchados de sangre, empeñados en no vocalizar cuando hablan y en repetirlo todo un millón de veces; están los muchachos y muchachas de Harvard y Yale, futuros líderes horneándose al calor de la fortuna familiar, aprendiendo mucho no para mejorar lo que ya existe sino para saber mantener un sistema injusto que sus abuelos crearon y por el cual ellos siempre estarán en la cima, ardua tarea ésta por insostenible; Disney, produciendo uno de sus manuales para niños de “cómo ser el más popular de tu colegio y pasar por encima de los demás antes de que ellos pasen por encima de ti”, engullendo a cualquiera que se atreva a entretener sin pedirles permiso; está Angelina Jolie, rodando otra película sin guión basada en ella posando con doscientos modelitos, siempre con la misma cara de diva divina; la policía, buscando negros a los que apalear después de hacer un poco más ricos a los fabricantes de donuts; los veteranos de cualquier guerra, con sus miembros amputados, maldiciéndose a sí mismos por no haber dicho “No” en su momento; los cubanos anticastristas, cortando la cocaína de todo Florida, esperando a que muera el dictador para poder cantar “Viva Cuba Libre” desde Miami mientras los burdeles en su isla rinden beneficios; los niños en los colegios, suspensos en “matemáticas” pero doctorados en “limpieza y montaje de la veretta”, preocupados prematuramente por lo que hay bajo la ropa interior influidos por las series donde treinta añeros interpretan a adolescentes, dispuestos a seguir a cualquiera que les diga lo que quieren oír; Hollywood, la industria de los sueños, donde los informáticos han sustituido a los guionistas, buscando el enésimo enemigo del planeta con una nueva arma con la que terminará con la vida y que sucumbirá, por supuesto, ante la belleza arrebatadora del protagonista, porque, todo el mundo lo sabe, los héroes son siempre guapos y los malos feos; los jugadores de las Vegas, jugando a ser otra persona distinta a la que son en su realidad el tiempo que dure la instancia, para volver a sus grises, aburridas y cristianas vidas sin un dólar que gastar; los homosexuales del Castro, haciendo gala de su condición sexual con orgullo, ignorantes de que eso les distancia aún más de la tan deseada normalidad, aunque, después de todo, quizá ya lo saben y se sientan cómodos viviendo una semiclandestinidad que les sirve de justificación para otros asuntos…; los vaqueros de Texas, machos sudorosos y rudos, tipos fuertes moralmente anclados en los cuarenta, defendiendo cualquier posición belicista de los políticos siempre y cuando sean los chicos negros los que vayan a luchar y no ellos; los cosmopolitas de Manhattan, la élite de la élite, el animal más a la vanguardia del mundo, amantes del asfalto, hombres y mujeres del siglo XXI pero con la mitad de neuronas que los hombres y mujeres del siglo IXX, creyendo que viven a salvo de todo los que les rodea; la gente de los gimnasios angelinos, esculturales, perfectos, rindiendo culto al cuerpo y soñando con que sus músculos les lleven, un día, al éxito: la televisión, el cine, quizá ser gobernador de California…; Paris Hilton, follándose a todo el gran estado de Oklahoma; están los enterradores, obedeciendo el mandato de arriba por el que trabajan a destajo y a escondidas para que nadie tenga tiempo de contar los ataúdes que meten en los hoyos llegados de la otra parte del mundo; las animadoras, expertas bailarinas y acróbatas, calentando las camas de los muchachos entre partido y partido, sopesando seriamente la posibilidad de cambiarse al cine porno, donde harían lo mismo pero por mucho más dinero; los Kennedy, muriendo en extrañas circunstancias; los Amysh, en su planeta; están los abogados invocando a su patrón en el aquelarre, buscando la manera de retorcerlo todo para sacar tajada amparados en una legislación sustentada por mondadientes; los padres de las niñas de los concursos de belleza infantiles, ambiciosos y sin escrúpulos, capaces de truncar la infancia de sus hijas por tapar su propia miseria fracasada; los científicos de la Nasa y sus caras ocurrencias, buscando la forma de recolectar una piedra de tres pulgadas en Marte que los permita seguir viviendo a costa de los contribuyentes; los swingers, presumiendo de ser los únicos que conocen el verdadero amor, cuando la realidad es que no son más que personas libres asociadas para ayudarse a encontrar sexo gratis con terceros; el KKK, cobardes e ignorantes, obsesionados por defender una supremacía que sólo existe en sus trastornadas cabezas; el Museo de Arte Moderno de Nueva York, un intestino grueso gigante lleno, casi en su totalidad, por deshechos, diciendo que es arte solamente aquello que les reporte beneficios; los agentes de la CIA, asesinos legales, haciéndole la guerra a cualquiera que se atreva a insinuar que no está de acuerdo con ellos, americanos incluidos; los creacionistas y su “One Nation Under God”, intentando imponer su fanatismo religioso a todos para hacerlo tan grande y poderoso que les permita combatir, con garantías, contra otros fanatismos igual de peligrosos que el suyo; están los médicos, aumentando sus cuentas bancarias sirviéndose de la enfermedad pública, extirpando tumores y practicando transplantes de hígado aunque matando de infarto a la hora de pagar la cuenta…
Sí, ahí están todos ellos, mirándose el ombligo, esforzándose para sí mismos, pensando que nada es posible sin su participación como si fueran imprescindibles.
Afortunadamente, hay más gente debajo del telón, mucha más, millones más, anónimos, solos, no incluidos a voluntad en grupos de presión, millones de personas soportando sobre sus hombros el peso de todos los anteriores, hombres y mujeres que son el motor por el cual el imperio avanza. Éstos también están bajo el manto y siempre estarán, pero nunca ocuparán portadas en Europa o cabeceras de noticieros, nunca nadie empleará un minuto de su tiempo en debatir sobre ellos en el parlamento y todo porque los que viven una vida regalada, llena de alegría y de dólares, dan por hecho que trabajar es su obligación para con la patria, que están ahí simplemente para hacer que la nave navegue en el rumbo que ellos marcan.
Los millones y millones de desconocidos no exigen su parte del pastel (como sí exigen otros que no hacen nada gratis), no pasan facturas bajo presiones de escándalo, tan solo luchan por sacar a sus familias adelante y lo mínimo básico que se les puede dar, después de recibir todo lo que ellos producen, es justamente lo que se les niega porque es algo que amenaza, directamente, un sistema financiero y social que ampara y protege a todos los nombrados anteriormente. Y qué puede ser eso tan peligroso que los millones demandan? Justicia, Libertad, Seguridad y Educación_ la Sanidad no es negociable, no es una recompensa, es un derecho fundamental_.
Y todos están, los nombrados y los anónimos; unos, los más, dispuestos en círculos engranados entre ellos formando la maquinaria precisa del reloj americano; los otros, menos, muchos menos y muy ricos, sentados a horcajadas en las manillas, cabalgando sobre ellas, dificultando, cada vez con más intensidad, el funcionamiento del reloj porque el peso, ya excesivo, desde hace mucho tiempo excesivo, obliga a esforzarse más y más a la máquina interna que empieza a mostrar síntomas de cansancio. Pero todo da igual, mientras el reloj dé la hora, mientras siga girando en el sentido correcto, no hay por qué temer nada y habrá quien continúe ocupando puestos prominentes sin merecerlo defendiendo “su verdad” por encima de “La Verdad”.
Desde la atalaya del tiempo, el águila calva protegerá la bandera y seguirá observando debajo de ella todo lo que hay: millones de personas que siguen produciendo millones de dólares que otros seguirán embolsándose sin esfuerzo. Y todos seguirán pensando que esto durará eternamente.
Sí, ahí están todos ellos, mirándose el ombligo, esforzándose para sí mismos, pensando que nada es posible sin su participación como si fueran imprescindibles.
Afortunadamente, hay más gente debajo del telón, mucha más, millones más, anónimos, solos, no incluidos a voluntad en grupos de presión, millones de personas soportando sobre sus hombros el peso de todos los anteriores, hombres y mujeres que son el motor por el cual el imperio avanza. Éstos también están bajo el manto y siempre estarán, pero nunca ocuparán portadas en Europa o cabeceras de noticieros, nunca nadie empleará un minuto de su tiempo en debatir sobre ellos en el parlamento y todo porque los que viven una vida regalada, llena de alegría y de dólares, dan por hecho que trabajar es su obligación para con la patria, que están ahí simplemente para hacer que la nave navegue en el rumbo que ellos marcan.
Los millones y millones de desconocidos no exigen su parte del pastel (como sí exigen otros que no hacen nada gratis), no pasan facturas bajo presiones de escándalo, tan solo luchan por sacar a sus familias adelante y lo mínimo básico que se les puede dar, después de recibir todo lo que ellos producen, es justamente lo que se les niega porque es algo que amenaza, directamente, un sistema financiero y social que ampara y protege a todos los nombrados anteriormente. Y qué puede ser eso tan peligroso que los millones demandan? Justicia, Libertad, Seguridad y Educación_ la Sanidad no es negociable, no es una recompensa, es un derecho fundamental_.
Y todos están, los nombrados y los anónimos; unos, los más, dispuestos en círculos engranados entre ellos formando la maquinaria precisa del reloj americano; los otros, menos, muchos menos y muy ricos, sentados a horcajadas en las manillas, cabalgando sobre ellas, dificultando, cada vez con más intensidad, el funcionamiento del reloj porque el peso, ya excesivo, desde hace mucho tiempo excesivo, obliga a esforzarse más y más a la máquina interna que empieza a mostrar síntomas de cansancio. Pero todo da igual, mientras el reloj dé la hora, mientras siga girando en el sentido correcto, no hay por qué temer nada y habrá quien continúe ocupando puestos prominentes sin merecerlo defendiendo “su verdad” por encima de “La Verdad”.
Desde la atalaya del tiempo, el águila calva protegerá la bandera y seguirá observando debajo de ella todo lo que hay: millones de personas que siguen produciendo millones de dólares que otros seguirán embolsándose sin esfuerzo. Y todos seguirán pensando que esto durará eternamente.
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