Desde pronto en la mañana, Pimkye, el pastor belga de los Whitten, estaba en la puerta del porche esperando a alguno de sus tan amados amos agitando el rabo y balanceándose de un lado a otro. Era buena familia la suya, no podía tener queja alguna, le limpiaban, le alimentaban bien y jugaban con él posiblemente hasta más de lo que él mismo desearía. Le querían tanto que incluso le habían preparado una buena casa en el jardín amplia y caliente, donde podía dormir tranquilamente y recibir visitas, especialmente la de Dogger, su gran amigo pastor alemán de la familia de al lado, que le visitaba muy a menudo para disfrutar juntos del fantástico placer que supone el rascarse detrás de las orejas.
Una vez se habían levantado y desayunado la familia, Pimkye recibía los primeros mimos del día por parte de los niños justo antes de que Albert, su padre, les llamara desde el coche para acercarlos al colegio. Corto pero intenso, era un buen momento de su día, muy feliz a pesar de que el macho alfa humano no tuviera ningún gesto amable para con él. Con ella, con la hembra alfa, era distinto, otra cosa absolutamente opuesta. Bethany era una esposa clásica, de las de estar en casa y ocuparse de las flores entre copa y copa de vino blanco. Ella sí que le mimaba y le acariciaba, le llamaba “amor”. Para Pimkye Bethany era su ama por encima de los demás, después de todo era con ella con quien pasaba casi todo el día y era ella quien ponía la comida en el cuenco, gesto éste que los perros observan y aprecian mucho.
Las tardes eran más divertidas que las mañanas jugando con los niños en el jardín. La pelota y perseguirse en círculos era lo que más le gustaba al belga y lo pedía con insistencia ladrando sin parar hasta que se lo concedían. Por cosas como esta era por lo que los Whitten presumían en el vecindario de mascota inteligente. Su Pimkye era casi una estrella en la zona, para muchos incluso por encima de algunas personas.
Cuando llegaba la noche, se despedía de su familia y se tumbaba enfrente de la puerta del salón en el porche con el modo “alerta” conectado un par de horas. Comprobado el perímetro y que todo estaba tranquilo, se retiraba a su casita a descansar.
Así un día y otro y otro y otro más… …todos iguales, todos perfectamente parcelados y totalmente dependientes de sus amos y sus horarios, todos excepto uno a la semana en el que las estaciones del día cambiaban radicalmente. En ese día de oro, toda la familia salía junta de casa en su monovolumen con Pimkye embutido en el maletero. Se hacía duro estar ahí metido pero el sufrimiento merecía la pena. Cuando se abría el portón trasero y la mascota volvía a tener espacio libre, se le daba la oportunidad de correr por lugares extraordinarios, por campos verdes y amplios donde también encontraba tiempo para relacionarse con perritas guapas que olían fenomenal, muchas de ellas con disposición por encima de lo normal por no cumplir sus amos con los periodos de celo. Su amigo Dogger solía estar allí también y juntos disfrutaban como críos aprovechando su condición de pastores de la que se valían para gobernarlos a todos, principalmente a todas. Esos días eran los mejores días.
Fue en uno de esos días excepcionales cuando Pimkye, jugando a hacerse el remolón con una labrador muy receptiva, encontró la piedra. En realidad no la encontró, más bien se topó con ella por mera casualidad, es decir, que la piedra le encontró a él. Aquello tendría que ser algo fuera de lo normal, algo maravilloso, y no dudó en llamar con un ladrido especial a su amigo, es bueno compartir con ellos las cosas buenas que se encuentran, así como se comparte con ellos, cuando son amigos de verdad, las cosas malas. La roca brillaba como el sol, emitiendo rayos luminosos rosados solamente cuando alguien o algo se arrimaba mucho a ella. Los dos pastores nunca habían visto nada igual, ni aún en el “megastore” del centro comercial “Pets´r´us” donde había utensilios asombrosos como el acariciador automático para familias con poco tiempo o el set de manicura francesa para mascotas queridas como a un hijo no apto para gatos ariscos. Esa piedra rosa brillante era mejor que todos los juguetes del mundo, mejor que le peluche de la niña, ese que era grande y que daba buena talla para…, mejor que la goma larga del jardín de la que sale agua de vez en cuando, era mejor que todo eso, era un tesoro y como tal, debían enterrar. Y así lo hicieron los dos amigos, la enterraron para no tener que compartirla con nadie inadecuado o incómodo como la labrador aquella, que era buena perra y que incluso llegó a ver la roca pero no disfrutaba de la confianza suficiente como para dejar que la olisqueara. Permanecería allí enterrada para que sólo ellos pudieran poseerla.
En el camino de vuelta a casa, Pimkye no emitió ningún sonido. Permaneció quieto en su lugar, en parte por lo impresionado que estaba con el descubrimiento, en parte porque, aunque quisiera, no podía moverse en aquel maletero infernal. Tampoco reaccionó como solía cuando le acariciaron al llegar a casa, Se fue directo a beber agua y a ocupar su lugar nocturno en le porche. El sol se fue yendo poco a poco y con la oscuridad sus ojos brillaron de un modo especial al recordar el tesoro que tenía escondido. Esa noche no esperó el tiempo habitual de vigía sino que, despreocupado, se retiró a sus aposentos mucho antes de cerciorarse de que ningún maleante merodeaba por el vecindario.
En la quietud más absoluta de la noche, cuando el reloj marcaba la hora de las brujas, un resplandor proveniente del interior de la casita iluminó todo el jardín por un par de segundos para luego desvanecerse entre las sombras. La casa del jardín pasó de tener dentro un perro a tener un hombre estupefacto que se tocaba todo el cuerpo, incrédulo, y miraba sus manos grandes llenas de dedos con asombro. Era inexplicable, fuera de lo común. Pimkye, el pastor belga más famoso del vecindario de había convertido en un ser humano. Intentando asimilar lo que acababa de ocurrir, si es que se puede llegar a similar algo así, escuchó ruido en el exterior de la ahora pequeña e incómoda casa, unos pies que se movían rápido. Súbitamente, como salido de la nada, un tipo rubio se asomó por la puertecita con la misma cara que seguro tendría alguien que hubiera visto al diablo, asustando mucho al anfitrión, tanto que incluso le hizo gritar. Los dos tipos, uno rubio y otro moreno, se quedaron mirándose como si fuera la primera vez que veían un humano.
_Do… Do… Dogger?_ preguntó el moreno.
_Pimkye?
_Sí, Pimkye…_ dijo con resignación.
_Joder, Pimkye! Qué nos ha pasado? Qué es esto? Dios Canino santo! Qué hemos hecho? Por qué a nosotros?
_Cállate Dogger! No te pongas histérico!
_Pero cómo que no me ponga histérico? Sabes qué nos ha pasado? Sabes qué? La maldición del perro hombre, eso nos ha pasado… …que no me ponga histérico dice…
_Ni hablar! Ni perro hombre ni nada! Eso sucede si te muerde otro perro hombre y yo no he visto a ninguno nunca… Además, quién te ha dicho que volveremos a ser perros por la mañana? Quizá nos quedemos así…
_Joder! Eso es mucho peor! Tener que trabajar, no poder volver a montar a la dulce Lassie… Yo quiero volver a ser perro, necesito volver a ser perro…!
_No grites, coño! Sólo nos faltaba que alguien nos viese…!
_Ok, ok, no grito… pero dime qué cojones hacemos??
_No lo sé! Ha debido de ser la maldita piedra que enterramos, algún rayo o algo parecido… Menudo tesoro…!
_Muy bien! Correcto!! La piedra…. Pues volvemos allí, la desenterramos y le pedimos que nos vuelva perros…
_Ya, y quieres ir ahora, en plena noche, a oscuras y justo cuando acabamos de perder nuestro antiguo olfato, no?
_Tienes razón, Pimkye… Iremos cuando seamos perros de nuevo por la mañana!
_Vale, y en el caso de que eso suceda, que volvamos a ser perros digo, cómo te libraras de tus amos? Qué les dirás? Guau guau, guau guau…??
_Joder Pimkye, eres un pastor belga pero tienes la ironía de un buldog británico…
_Mira, escúchame. Lo primero que vamos a hacer es ponernos alguna tela de esa que usan los amos porque yo estoy helado, no sé tú…
_Y de dónde la sacamos?
_De los amos…? De dónde la vamos a sacar…!! Entramos en silencio y cogemos algunas cosas de los machos alfa. Y ya que entramos, por lo que pueda pasar, cogemos también papeles verdes de esos que tiene ellos para conseguir cosas. Es posible que lo necesitemos…
_Qué listo has sido siempre, Pimkye!!
_Es porque soy belga. En Bélgica somos todos muy listos…
Los dos amigos pasaron algunas horas más hablando y explorando su nuevo cuerpo. Llegaron a la conclusión de que era un mal cuerpo, muy limitado físicamente, sin apenas pelo y un pozo sin fondo en lo que a alimentación se refiere porque no tenían ni cuatro horas como hombres y ya tenían hambre, y sin haber hecho ejercicio… Además, había que sumar a la larga lista de defectos el peor de todos, el defecto que más coartaba su libertad individual: no llegaban a lamerse los genitales. Pimkye, muy aficionado a esto, bastante más que los demás perros, pensó que, no llegando él mismo, su amigo Dogger le podía echar una mano, una lengua mejor dicho. “No sé, chico, esta mañana no me lo hubiera pensado, pero ahora que soy humano me da un poco de grima…”, respondió Dogger sumido en un mar de dudas a causa del conflicto interno al que se enfrentaba. Por un lado, eran perros en cuerpos de hombres y querían actuar como perros; por otro lado, el cerebro humano que ahora ocupaba sus cabezas vertía galones y galones de encimas que provocaban sentimientos de lo más extraño en sus corazones, sentimientos humanos que les impedía disfrutar de lo antes era su pasatiempo. Era cierto que Dogger había lamido infinidad de veces los genitales de Pimkye y que lo había hecho con todo el placer del mundo perruno. Siendo hombre, la cosa cambiaba. Solamente el hecho de pensar en pasar la lengua por aquel pingajo encogido por el frio le producía náuseas. No obstante, Pimkye, que era belga y como belga, según él, era listo porque en Bélgica todos son listos, resultó ser también bastante obstinado y descubrió, a base de probar, el sucedáneo que suponía su hábil mano derecha, que ya sabemos todos que no es lo mismo ni de lejos, pero es mucho mejor que nada. Dogger, que para ser alemán era un poco, digamos, lento, que más que alemán parecía francés, no tuvo impedimento intelectual en aprender el gran descubrimiento, lo que hace verdad aquello de “querer es poder”, ya que, hasta la más ardua tarea, como que un perro maneje sus recién estrenadas manos humanas con habilidad en pocas horas, se aprende con facilidad si uno quiere. Y como el aprendizaje requiere tanto teoría como práctica, después de haber observado cómo se hacía, el rubio practicó un par de veces más que su maestro, descubriendo a su vez que el exceso de práctica duele.
Había noche por delante para explorar caminos nuevos, pero no tanta como pensaban. Es verdad que “practicando” el tiempo vuela y ya sólo quedaban un par de horas para el amanecer y el despertar de los amos. Y no se podían descuidar. Tenían que llevar a cabo el plan del belga y agenciarse los útiles humanos por si su caso no era el típico.
Para Pimkye no fue difícil entrar, la puerta corredera del salón siempre quedaba abierta, cerrada junto al tope pero sin el pestillo, con lo que un pequeño empujón servía para hacerla deslizar. Es algo peculiar de este país el que las personas, por motivos de seguridad, prefieran dormir con un magnun cuarenta y cinco bajo la almohada en vez de cerrar con llave las puertas de las casas. Supongo yo que en el subconsciente colectivo americano prima el deseo de liarse a tiros por encima del deseo a proteger a la familia. Por el motivo que sea, el caso es que Pimkye se valió de tal peculiaridad y accedió sin esfuerzo alguno. Ya dentro observó a su alrededor. Todo parecía distinto, más pequeño, y con el cambio de perspectiva descubrió muebles y rincones qie anteriormente no conocía. Fue a la cocina e intentó beber agua como un humano. Misión fallida. Había aprendido a usar su mano para satisfacerse a sí mismo pero no para abrir el grifo del fregadero, menos aún para desenroscar el tapón de las botellas de agua mineral de la nevera. Sin ruborizarse o avergonzarse lo más mínimo, se puso de rodillas y bebió de su recipiente habitual con su lengua. También pensó en comer algo pero no tenía tiempo para ello. Con sigilo, subió arriba, a la habitación de sus amos adultos. Era arriesgado y peligroso, pero no quedaba más remedio que hacerlo, allí estaba el armario con la ropa de él y un cajón que guarda papeles verdes. Entró. Sus amos dormían como niños. Él estaba boca abajo y bufaba como un bisonte; ella, boca arriba, semitapada con las sábanas, dejando al descubierto una de sus piernas. Pimkye se quedó un rato al pie de la cama observándola. Para él, aquella mujer era su verdadera ama, la persona con la que estaba la mayor parte del tiempo, la mujer que le servía la comida. Cuando estaba con ella, el perro sacaba su lengua perruna y agitaba el rabo con alegría. Ahora que era hombre y la miraba con ojos de hombre, también. Como humano, deseaba a esa hembra y su cuerpo se lo indicaba enviando sangre por galones a la zona sur. Tuvo la tentación de ejercitar aún más su mano allí mismo, mejor aún, tuvo la tentación de ejercitarse con ella allí mismo, pero, inexplicablemente, Pimkye supo refrenar su instinto sexual salió de la habitación antes de cometer alguna tontería no sin antes agenciarse lo que iba buscando.
Una vez se habían levantado y desayunado la familia, Pimkye recibía los primeros mimos del día por parte de los niños justo antes de que Albert, su padre, les llamara desde el coche para acercarlos al colegio. Corto pero intenso, era un buen momento de su día, muy feliz a pesar de que el macho alfa humano no tuviera ningún gesto amable para con él. Con ella, con la hembra alfa, era distinto, otra cosa absolutamente opuesta. Bethany era una esposa clásica, de las de estar en casa y ocuparse de las flores entre copa y copa de vino blanco. Ella sí que le mimaba y le acariciaba, le llamaba “amor”. Para Pimkye Bethany era su ama por encima de los demás, después de todo era con ella con quien pasaba casi todo el día y era ella quien ponía la comida en el cuenco, gesto éste que los perros observan y aprecian mucho.
Las tardes eran más divertidas que las mañanas jugando con los niños en el jardín. La pelota y perseguirse en círculos era lo que más le gustaba al belga y lo pedía con insistencia ladrando sin parar hasta que se lo concedían. Por cosas como esta era por lo que los Whitten presumían en el vecindario de mascota inteligente. Su Pimkye era casi una estrella en la zona, para muchos incluso por encima de algunas personas.
Cuando llegaba la noche, se despedía de su familia y se tumbaba enfrente de la puerta del salón en el porche con el modo “alerta” conectado un par de horas. Comprobado el perímetro y que todo estaba tranquilo, se retiraba a su casita a descansar.
Así un día y otro y otro y otro más… …todos iguales, todos perfectamente parcelados y totalmente dependientes de sus amos y sus horarios, todos excepto uno a la semana en el que las estaciones del día cambiaban radicalmente. En ese día de oro, toda la familia salía junta de casa en su monovolumen con Pimkye embutido en el maletero. Se hacía duro estar ahí metido pero el sufrimiento merecía la pena. Cuando se abría el portón trasero y la mascota volvía a tener espacio libre, se le daba la oportunidad de correr por lugares extraordinarios, por campos verdes y amplios donde también encontraba tiempo para relacionarse con perritas guapas que olían fenomenal, muchas de ellas con disposición por encima de lo normal por no cumplir sus amos con los periodos de celo. Su amigo Dogger solía estar allí también y juntos disfrutaban como críos aprovechando su condición de pastores de la que se valían para gobernarlos a todos, principalmente a todas. Esos días eran los mejores días.
Fue en uno de esos días excepcionales cuando Pimkye, jugando a hacerse el remolón con una labrador muy receptiva, encontró la piedra. En realidad no la encontró, más bien se topó con ella por mera casualidad, es decir, que la piedra le encontró a él. Aquello tendría que ser algo fuera de lo normal, algo maravilloso, y no dudó en llamar con un ladrido especial a su amigo, es bueno compartir con ellos las cosas buenas que se encuentran, así como se comparte con ellos, cuando son amigos de verdad, las cosas malas. La roca brillaba como el sol, emitiendo rayos luminosos rosados solamente cuando alguien o algo se arrimaba mucho a ella. Los dos pastores nunca habían visto nada igual, ni aún en el “megastore” del centro comercial “Pets´r´us” donde había utensilios asombrosos como el acariciador automático para familias con poco tiempo o el set de manicura francesa para mascotas queridas como a un hijo no apto para gatos ariscos. Esa piedra rosa brillante era mejor que todos los juguetes del mundo, mejor que le peluche de la niña, ese que era grande y que daba buena talla para…, mejor que la goma larga del jardín de la que sale agua de vez en cuando, era mejor que todo eso, era un tesoro y como tal, debían enterrar. Y así lo hicieron los dos amigos, la enterraron para no tener que compartirla con nadie inadecuado o incómodo como la labrador aquella, que era buena perra y que incluso llegó a ver la roca pero no disfrutaba de la confianza suficiente como para dejar que la olisqueara. Permanecería allí enterrada para que sólo ellos pudieran poseerla.
En el camino de vuelta a casa, Pimkye no emitió ningún sonido. Permaneció quieto en su lugar, en parte por lo impresionado que estaba con el descubrimiento, en parte porque, aunque quisiera, no podía moverse en aquel maletero infernal. Tampoco reaccionó como solía cuando le acariciaron al llegar a casa, Se fue directo a beber agua y a ocupar su lugar nocturno en le porche. El sol se fue yendo poco a poco y con la oscuridad sus ojos brillaron de un modo especial al recordar el tesoro que tenía escondido. Esa noche no esperó el tiempo habitual de vigía sino que, despreocupado, se retiró a sus aposentos mucho antes de cerciorarse de que ningún maleante merodeaba por el vecindario.
En la quietud más absoluta de la noche, cuando el reloj marcaba la hora de las brujas, un resplandor proveniente del interior de la casita iluminó todo el jardín por un par de segundos para luego desvanecerse entre las sombras. La casa del jardín pasó de tener dentro un perro a tener un hombre estupefacto que se tocaba todo el cuerpo, incrédulo, y miraba sus manos grandes llenas de dedos con asombro. Era inexplicable, fuera de lo común. Pimkye, el pastor belga más famoso del vecindario de había convertido en un ser humano. Intentando asimilar lo que acababa de ocurrir, si es que se puede llegar a similar algo así, escuchó ruido en el exterior de la ahora pequeña e incómoda casa, unos pies que se movían rápido. Súbitamente, como salido de la nada, un tipo rubio se asomó por la puertecita con la misma cara que seguro tendría alguien que hubiera visto al diablo, asustando mucho al anfitrión, tanto que incluso le hizo gritar. Los dos tipos, uno rubio y otro moreno, se quedaron mirándose como si fuera la primera vez que veían un humano.
_Do… Do… Dogger?_ preguntó el moreno.
_Pimkye?
_Sí, Pimkye…_ dijo con resignación.
_Joder, Pimkye! Qué nos ha pasado? Qué es esto? Dios Canino santo! Qué hemos hecho? Por qué a nosotros?
_Cállate Dogger! No te pongas histérico!
_Pero cómo que no me ponga histérico? Sabes qué nos ha pasado? Sabes qué? La maldición del perro hombre, eso nos ha pasado… …que no me ponga histérico dice…
_Ni hablar! Ni perro hombre ni nada! Eso sucede si te muerde otro perro hombre y yo no he visto a ninguno nunca… Además, quién te ha dicho que volveremos a ser perros por la mañana? Quizá nos quedemos así…
_Joder! Eso es mucho peor! Tener que trabajar, no poder volver a montar a la dulce Lassie… Yo quiero volver a ser perro, necesito volver a ser perro…!
_No grites, coño! Sólo nos faltaba que alguien nos viese…!
_Ok, ok, no grito… pero dime qué cojones hacemos??
_No lo sé! Ha debido de ser la maldita piedra que enterramos, algún rayo o algo parecido… Menudo tesoro…!
_Muy bien! Correcto!! La piedra…. Pues volvemos allí, la desenterramos y le pedimos que nos vuelva perros…
_Ya, y quieres ir ahora, en plena noche, a oscuras y justo cuando acabamos de perder nuestro antiguo olfato, no?
_Tienes razón, Pimkye… Iremos cuando seamos perros de nuevo por la mañana!
_Vale, y en el caso de que eso suceda, que volvamos a ser perros digo, cómo te libraras de tus amos? Qué les dirás? Guau guau, guau guau…??
_Joder Pimkye, eres un pastor belga pero tienes la ironía de un buldog británico…
_Mira, escúchame. Lo primero que vamos a hacer es ponernos alguna tela de esa que usan los amos porque yo estoy helado, no sé tú…
_Y de dónde la sacamos?
_De los amos…? De dónde la vamos a sacar…!! Entramos en silencio y cogemos algunas cosas de los machos alfa. Y ya que entramos, por lo que pueda pasar, cogemos también papeles verdes de esos que tiene ellos para conseguir cosas. Es posible que lo necesitemos…
_Qué listo has sido siempre, Pimkye!!
_Es porque soy belga. En Bélgica somos todos muy listos…
Los dos amigos pasaron algunas horas más hablando y explorando su nuevo cuerpo. Llegaron a la conclusión de que era un mal cuerpo, muy limitado físicamente, sin apenas pelo y un pozo sin fondo en lo que a alimentación se refiere porque no tenían ni cuatro horas como hombres y ya tenían hambre, y sin haber hecho ejercicio… Además, había que sumar a la larga lista de defectos el peor de todos, el defecto que más coartaba su libertad individual: no llegaban a lamerse los genitales. Pimkye, muy aficionado a esto, bastante más que los demás perros, pensó que, no llegando él mismo, su amigo Dogger le podía echar una mano, una lengua mejor dicho. “No sé, chico, esta mañana no me lo hubiera pensado, pero ahora que soy humano me da un poco de grima…”, respondió Dogger sumido en un mar de dudas a causa del conflicto interno al que se enfrentaba. Por un lado, eran perros en cuerpos de hombres y querían actuar como perros; por otro lado, el cerebro humano que ahora ocupaba sus cabezas vertía galones y galones de encimas que provocaban sentimientos de lo más extraño en sus corazones, sentimientos humanos que les impedía disfrutar de lo antes era su pasatiempo. Era cierto que Dogger había lamido infinidad de veces los genitales de Pimkye y que lo había hecho con todo el placer del mundo perruno. Siendo hombre, la cosa cambiaba. Solamente el hecho de pensar en pasar la lengua por aquel pingajo encogido por el frio le producía náuseas. No obstante, Pimkye, que era belga y como belga, según él, era listo porque en Bélgica todos son listos, resultó ser también bastante obstinado y descubrió, a base de probar, el sucedáneo que suponía su hábil mano derecha, que ya sabemos todos que no es lo mismo ni de lejos, pero es mucho mejor que nada. Dogger, que para ser alemán era un poco, digamos, lento, que más que alemán parecía francés, no tuvo impedimento intelectual en aprender el gran descubrimiento, lo que hace verdad aquello de “querer es poder”, ya que, hasta la más ardua tarea, como que un perro maneje sus recién estrenadas manos humanas con habilidad en pocas horas, se aprende con facilidad si uno quiere. Y como el aprendizaje requiere tanto teoría como práctica, después de haber observado cómo se hacía, el rubio practicó un par de veces más que su maestro, descubriendo a su vez que el exceso de práctica duele.
Había noche por delante para explorar caminos nuevos, pero no tanta como pensaban. Es verdad que “practicando” el tiempo vuela y ya sólo quedaban un par de horas para el amanecer y el despertar de los amos. Y no se podían descuidar. Tenían que llevar a cabo el plan del belga y agenciarse los útiles humanos por si su caso no era el típico.
Para Pimkye no fue difícil entrar, la puerta corredera del salón siempre quedaba abierta, cerrada junto al tope pero sin el pestillo, con lo que un pequeño empujón servía para hacerla deslizar. Es algo peculiar de este país el que las personas, por motivos de seguridad, prefieran dormir con un magnun cuarenta y cinco bajo la almohada en vez de cerrar con llave las puertas de las casas. Supongo yo que en el subconsciente colectivo americano prima el deseo de liarse a tiros por encima del deseo a proteger a la familia. Por el motivo que sea, el caso es que Pimkye se valió de tal peculiaridad y accedió sin esfuerzo alguno. Ya dentro observó a su alrededor. Todo parecía distinto, más pequeño, y con el cambio de perspectiva descubrió muebles y rincones qie anteriormente no conocía. Fue a la cocina e intentó beber agua como un humano. Misión fallida. Había aprendido a usar su mano para satisfacerse a sí mismo pero no para abrir el grifo del fregadero, menos aún para desenroscar el tapón de las botellas de agua mineral de la nevera. Sin ruborizarse o avergonzarse lo más mínimo, se puso de rodillas y bebió de su recipiente habitual con su lengua. También pensó en comer algo pero no tenía tiempo para ello. Con sigilo, subió arriba, a la habitación de sus amos adultos. Era arriesgado y peligroso, pero no quedaba más remedio que hacerlo, allí estaba el armario con la ropa de él y un cajón que guarda papeles verdes. Entró. Sus amos dormían como niños. Él estaba boca abajo y bufaba como un bisonte; ella, boca arriba, semitapada con las sábanas, dejando al descubierto una de sus piernas. Pimkye se quedó un rato al pie de la cama observándola. Para él, aquella mujer era su verdadera ama, la persona con la que estaba la mayor parte del tiempo, la mujer que le servía la comida. Cuando estaba con ella, el perro sacaba su lengua perruna y agitaba el rabo con alegría. Ahora que era hombre y la miraba con ojos de hombre, también. Como humano, deseaba a esa hembra y su cuerpo se lo indicaba enviando sangre por galones a la zona sur. Tuvo la tentación de ejercitar aún más su mano allí mismo, mejor aún, tuvo la tentación de ejercitarse con ella allí mismo, pero, inexplicablemente, Pimkye supo refrenar su instinto sexual salió de la habitación antes de cometer alguna tontería no sin antes agenciarse lo que iba buscando.