martes, 22 de junio de 2010

Pimkye y Dogger (parte III)

Contadas ya todas las andanzas nocturnas y habiéndose lamido todo el cuerpo a modo de aseo personal_ el baño de la ducha, pagado y sin usar_ salieron del motel hacia el campo de recreo. Tenían todo el día por delante y la ayuda de la perra, nada podía fallar, a excepción de que ésta se distrajera con algo, una mariposa, una deposición de otro macho. Para que eso no ocurriera, compraron un buen saco de alimento canino, calidad “deluxe”, para tenerla bien contenta y agradecida. Creyeron que sería suficiente pero lo cierto es que Dogger tuvo que aplicarse de nuevo con ella detrás de un matorral para apagarle el celo. Los labradores son perros listos, no hay nada como estar bien comido y mejor fo… para afrontar un duro día de trabajo con garantías de éxito.
Cinco horas después de haber llegado a Paradise Hills y habiendo peinado ya un buen montón de acres, pulgada por pulgada, Preciosa, que así era como llamaba Dogger a la perra desde que intimaron, encontró algo junto a un riachuelo a los pies de alcornoque medio seco. Los dos muchachos corrieron hacia allí y, arrodillados, escarbaron en la tierra humedecida con la uñas, llenos de ansiedad. Entonces, una voz profunda y grave habló:
_ Yo, en vuestro lugar, no haría eso…!
Un viejo decrépito y sucio estaba sentado en una piedra, bajo una sombra, justo detrás de ellos. Tenía una gran barba grisácea, muy enredada, y las manos cuarteadas y encallecidas, como alguien que ha vivido largo tiempo a la intemperie. Su ropa no se puede decir que fuera ropa, más bien eran harapos, restos de prendas que otrora fueron, seguramente, el orgullo de algún hombre pero que ahora no pasaban de simples trapos sucios y raidos. El viejo mantuvo su mirada clavada en los dos hombres arrodillados una vez dijo lo que dijo, esperando claramente que la curiosidad hiciera efecto en alguno de ellos y preguntara el “por qué” de rigor, pregunta esta que, a un cerebro humano que siempre fue humano hubiera llegado al instante, tardó en aparecer más de tres minutos en los cerebros de los chicos, tres minutos, ciento ochenta segundos en los que los tres individuos permanecieron en silencio mirándose fijamente, Justo en el segundo ciento ochenta y uno, Dogger, otra vez él, por delante de su líder, preguntó por qué.
El viejo misterioso, lleno de satisfacción por saber algo que otros no sabían y tener la oportunidad de contarlo y ser escuchado, sacó una pipa vieja como él de un agujero que seguramente usaba a modo de bolsillo, la golpeó contra la roca en la que se sentaba, la llenó de unas hiervas que sacó de otro agujero y las prendió fuego chupando con insistencia al mismo tiempo. Efectuado el ritual del nuevo personaje en escena que se dispone a revelar al lector un secreto que arroje algo de luz sobre el cuento, el anciano habló:
_ La roca es caprichosa… Hace lo que quiere y es totalmente impredicible…
_ Y qué quiere decir con eso?_ replicó Dogger muy excitado y enfadado.
_ Quiero decir que si volveís a exponeros a su luz rosácea, es posible que, esta noche, os convirtaís en a saber qué…
_ No volveremos a ser perros??
_ Ah…!! Sois perros…!? Muy curioso… si señor, muy curioso… Os puedo decir que yo era un toro. En mil novecientos veinte esto era un campo de pasto para ganado vacuno y yo era el semental. Un día, pastando, me topé con esa cosa salida del mismísimo infierno y me transformé en lo que soy ahora, mucho más joven, claro está… Pensé como vosotros, que exponiéndome de nuevo podría dar marcha atrás… Qué iluso…! Lejos de volver a ser el toro fuerte que fui pasé a ser hurón… Repetí y repetí la operación hasta dar con la solución… Nada. De hurón a cabra, de cabra a cerdo, luego gallina, ornitorrinco, caballo percherón, gacela Thomson, cucaracha… Por fortuna, algo en mi cabecita me decía que no debía moverme de al lado de la piedra, porque después de pasar por el cuerpo de cientos de animales, la maldición hizo que fuera una cuchara de madera, luego exprimidor, billetera usada, vacía por más señas, y espumadera, cualquier cosa que os imagineís excepto toro. Un día, no sé ni cómo ni por qué, ni si mucho tiempo después o poco, volví a ser hombre y decidí quedarme en ese estado, que más vale ser un humano que no una cabra o un exprimidor, no? Llevo sesenta años cerca de la roca intentando descifrar el misterio que la envuelve para encontrar el modo ser toro semental de nuevo…
_ Dios Canino Santo, Pimkye…!!_ exclamó Dogger_ nunca volveremos a ser perros…!
_ Nunca, lo que se dice nunca, tampoco, amigo mío_ dijo el viejo_ Quiero pensar que hay un modo, necesito creer en ello para poder seguir viviendo… Ahora bien, que tardará, eso dalo por hecho, así que, lo mejor que se puede hacer es intentar divertirse lo más posible mientras se es hombre.
_ Yo ya me divierto mucho solo _interrumpió Pimkye.
_ Ya, comprendo… pero solo no lo óptimo. Sé que es bueno y satisfactorio, pero amigo, con compañía femenina es glorioso…!
_ Ahí tienes razón, abuelo…_ aseguró el belga dibujando una media sonrisa pícara en su cara_ Pero de dónde sacaremos hembras con las que pasarlo bien?
_ Todavía no usaís el cerebro humano como debeís, no? Tenemos la piedra, tenemos una perra… me seguís?
Pimkye entendió al momento la propuesta del viejo y era de su agrado, estaba muy bien pensado y era absolutamente lógico que mucho mejor era pasarlo bien en esas circunstancias que estar llorando o lamentándose, que no les conducía a ninguna parte. Y para esas alturas, él ya sabía que lo mejor de ser hombres, mucho mejor que el calor de la ropa o los sabores de las comidas variadas residía en yacer con una hembra.
Casi aceptada la propuesta, hubo un pequeño inconveniente. No todos los machos estaban en la misma sintonía. Dogger se levantó del suelo, puso a Preciosa bajo sus piernas y con furia gritó “a Preciosa ni tocarla…!!” Su postura era coherente, él no había catado hembra humana, tan solo hembra perra y hasta ese momento, para él, eso era lo mejor que existía en la faz de la Tierra, unido esto a que realmente le había cogido afecto a su querida labrador. Era un problema tal actitud, pero ya digo que pequeño. Dogger no tardó mucho en ceder, se conoce que no debía tenerle tanto afecto como yo pensaba, o eso o que su deseo sexual humano era infinito. Más bien lo segundo porque fue a lo que apelaron los dos otros dos machos para convencerle. Una última frase del viejo terminó por hacer caer la furia celosa de Dogger: “y no te preocupes por mí, amigo, a mi edad, casi con mirar me conformo…” La diversión estaba a punto de llegar. Ordenaron a la perra que escarbara en la tierra en busca de la piedra y así lo hizo, obediente ella como la habían educado, sin mucho esfuerzo, acostumbrada como estaba, y como están todos los perros, a excepción de esos que parecen ratas y que alguna mujer con aires de grandeza lleva siempre en brazos, a enterrar y desenterrar objetos valiosos para ellos y algún resto de comida. Pocos segundos después apareció la piedra, reluciente, resplandeciente por tener cerca a Preciosa que permaneció allí el tiempo que los machos estimaron suficiente para que las radiaciones hicieran su trabajo.
Ya solamente restaba esperar. Y como el que espera, desespera, los tres hombres desesperaron lo suyo sintiendo cada segundo como si fuera una eternidad. Bien es verdad que podrían haber practicado su “hobby” mientras la noche llegaba y, ciertamente, fue algo que pasó por la cabeza de los dos jóvenes, no por el hecho de estar esperando y desesperando sino porque era algo que siempre pensaban, estuvieran en la situación que estuvieran, pero el viejo, sabio como el diablo, supo refrenar el ímpetu juvenil con un argumento definitivo: la autosatisfacción agota el cuerpo y lo conveniente era aguantar y guardar fuerzas para cuando la perra fuera mujer. Ante un planteamiento así, nadie, ni aún dos sacos de testosterona en ebullición, puede decir “no”.
Con las doce en el reloj llegó el esperado resplandor que traería el regalo, una mujer guapa y gordita, de carne blanca como la leche y pelo rojizo, completamente desnuda. Quizá por el recuerdo de lo último que su olfato olió, estupefacta y asustada, Preciosa corrió a los brazos de Dogger. La tranquilizaron como buenamente pudieron y, con premura, la pusieron al tanto de lo que había ocurrido. También le contaron cosas que podría hacer de ese momento en adelante con su nuevo cuerpo humano, cosas buenas y agradables, para que no se deprimiese, Lejos de hacerlo y como si el celo canino aún hiciera efecto en ella, se puso manos a la obra con una de las cosas que le habían dicho hasta que los machos jóvenes no pudieron más. Y sucedió lo normal en estos casos, ella quiso más, pero hay un punto en el que ya no hay nada que hacer por mucho que el cerebro diga que sí. Enfadada y decepcionada, Preciosa fijó su mirada lasciva en el viejo. Éste había estado mirando con atención el espectáculo desde la roca en la que le encontraron y al ver acercarse a la mujer desnuda se dijo a sí mismo sin pensar mucho en ello “qué carajo! Voy a intentarlo…!”. Muy animado, quiso emular a sus compañeros y se tumbó en el suelo dejando que ella se pusiera encima. Aquellas caderas comenzaron a moverse suntuosamente y fueron demasiado. El viejo falleció, y falleció, permítanme, por gilipollas, porque hay veces, y con ochentaymuchos es una de esas veces, en las que hay que escuchar al corazón en vez de a la cabeza, y si el corazón, por agotamiento o por lo que sea, dice que no, es que no y punto. Es duro, incluso cruel, que la cabeza, tenga la edad que tenga, mantenga su lívido activa, por eso es recomendable que los ancianos se centren en le dominó y en la brisca, para que no piensen en lo que ya no deben pensar. No obstante hay que decir que, aún muerto, el viejo no dejaba de sonreír.
El cuerpo inerte del anciano no fue algo que asustara o que desanimara a la audiencia allí presente. Para los perros la muerte no tiene el mismo significado que para nosotros, ni siquiera se llama muerte, simplemente se llama “nada”, el viejo se fue y ya está. No lloraron o lo lamentaron, se limitaron a lamerle un poco en señal de afecto. Preciosa por su parte siguió encima de él contoneándose, lo que se empieza hay que terminarlo…
Un par de horas después del incidente, el justo y necesario para recobrar el empuje que les permitiera retozar con la mujer una vez más, Pimkye y Dogger se disponían a repetir, por décima vez, pero algo les hizo replantearse su decisión. La piedra empezó a emitir un pitido agudo y desagradable. Qué era eso? Estaría llamando a alguien? Quizá a sus dueños, unos extraterrestres malvados o una bruja malhumorada de cuento de hadas? Fuera lo que fuese, ese ruido era, claramente, una señal, un reclamo, un aviso dirigido a alguien. Los tres se escondieron rápidamente detrás de un matorral, no fuera a ser que ese pitido fuera el modo por el cual la roca esa actuara a distancia y terminaran sus días como plato hondo o como colibrí. No tuvieron que estar mucho tiempo allí acurrucados esperando a descifrar qué era el sonido aquel porque, detrás de un estruendo ensordecedor, apareció en el cielo una especie de mosquito gigante que escupía luz y se posó en el suelo. El bicho ese daba mucho miedo y no dejaba de hacer ruido. De su interior salieron dos tipos embutidos en unas armaduras blancas y cogieron la roca con unas pinzas muy largas. La metieron en una caja de hierro de paredes muy gruesas y volvieron al estómago del mosquito. Igual que aparecieron, desparecieron en el aire dejando detrás de ellos oscuridad y silenciosa paz.
“Qué coño era eso?”, se preguntaban entre ellos. Nadie tenía una respuesta, ni siquiera alguna ocurrencia, por loca o absurda que fuera, que les diera un indicio de lo que esa cosa pudiera ser. Tan solo Preciosa pudo aportar algo de interés. Ella había visto, entre la polvareda que se había formado, algo inscrito o pintado en un lateral del bicho volante, quizá fuera una información útil. La inscripción eran las letras “C”, la “I” y la “A”, con puntos entre ellas.
Ahora, creo que debo de dar una explicación, al menos hacer un comentario. Que una perra labrador recién transmutada a mujer reconozca caracteres humanos admito que es cuando menos improbable. Hay tomarlo como un misterio que, en este cuento donde hay una piedra que transforma animales en humanos, es totalmente posible. Además, necesito que la perra sepa leer o que sepa que ciertos símbolos son letras porque, la verdad, no se me ocurre otro modo de que tres perros con cuerpos de hombres, entendiendo “hombre” como especie, tengan un hilo del que tirar a raíz de haber visto al helicóptero del gobierno. Le he dado vueltas y vueltas, pero nada, solamente encuentro este camino, así que lo dicho, Preciosa sabe leer o reconoce las letras y no hay que darle más vueltas al tema. Si en Hollywood pueden hacer que un tipo, diez años después, haga mella en Vietnam con un fusil y un cuchillo de campo, cosa que no pudieron hacer más de medio millón de soldados con maquinaria pesada, o si pueden amenazar primero la Tierra con un meteorito gigantesco para luego salvarla con un puñado de artificieros de la minería al frente, si ellos pueden hacer eso, yo me permito el lujo de hacer que una perra sepa leer y me quedo tan tranquilo…
“C”, “I” y “A”, “C.I.A.” fue exactamente lo que Preciosa vio. Qué significaría eso? Estaba claro que era algo que seguir, un hilo del que tirar (aquí está el hilo) para llegar hasta el lugar donde resolver todas sus dudas e inquietudes. Ahora bien, dónde irían? A quién preguntarían? No hay un lugar en los barrios donde se pueda leer en su rótulo exterior “C.I.A.” para ir y preguntar por la solución de enigmas, “hola buenos días, quisiera información sobre el asesinato de JFK…”, “Buenas… …sería tan amable de enseñarme los dosieres acerca de la invasión de Panamá…?”. Esto no existe, como es lógico. Debería, si es que eso de la democracia y de que el pueblo es soberano es cierto, que ya queda claro que no es cierto, al menos en la práctica. Así que, no existiendo ese lugar, iba a ser un problema grande el encontrar información de esas tres letras. Preciosa las escribió en la arena para que sus compañeros pudieran saber de qué estaba hablando cuando nombraba a las tres letras y eso fue determinante. Dogger cerró sus ojos para estrujar mejor su memoria buscando algo en algún rincón de su cerebro. Permaneció así varios minutos, procesando datos, haciéndolos pasar a toda velocidad por delante de sus ojos y, de repente, dijo suavemente “sigue, sigue…” y todo lo que estaba viendo en su recuerdo se desvaneció. Cómo recordar algo con Preciosa agachada frente a uno…!! No hay problema, por grande que éste sea, que impida a dos o más humanos tener sexo, mucho menos si la hembra está receptiva o si, mejor aún, es ella quién lo propone_ todos sabemos ya, excepto algún Casanova fanfarrón, que hay sexo si ellas quieren_.
Entretenido en la tarea, justo en el clímax, en el momento en el que empiezan a salir palabras de la boca sin que necesariamente el cerebro lo haya ordenado, Dogger gritó “mi amo, mi amo…” y terminó. Luego, mucho más relajado y visiblemente satisfecho, aclaró sus palabras: “Mi amo adulto, él tiene papeles blancos con esas cosas que Preciosa vio. Hemos de volver!”.
Solventado el pequeño problema de la desnudez de Preciosa (hasta ahora la muchacha había estado un buen número de horas como Dios la trajo al mundo, mejor dicho, como la piedra la trajo al mundo), los tres pusieron rumbo a su ya antiguo barrio. Se les veía nerviosos por el hecho de ver de nuevo a sus amos y sus hogares, como un muchacho que ve a su ex tiempo después. Habría pocos cambios. Sus familias seguirían allí, haciendo las cosas habituales y mostrando claros síntomas de tristeza por la pérdida de sus “amigos”, que era lo que el trío consideraba que eran para sus amos, amigos más que mascotas o animales de compañía. Sí, sería bonito verles, aunque también sería duro porque tener delante a seres queridos que sufren y no poder correr hacia ellos a estrecharles en tus brazos para aplacar su pesar es algo que necesariamente marca el corazón.

jueves, 10 de junio de 2010

Pimkye y Dogger (parte II)

De vuelta en su casita del jardín, esperó a Dogger. Eran pocos minutos los que restaban para la salida del sol y su compañero aún no había regresado. Estaba nervioso, la incertidumbre le tenía consumido como lo haría con cualquiera. El no saber si se va ser hombre o perro puede desestabilizar la mente más estable. Y Dogger que no llegaba…
_ Pero Dogger, cuánto tardas!! Estás loco?
_ Es que he tenido que evacuar…
_ Y dónde lo has hecho??
_ Dónde lo voy a hacer? En el jardín!
_ Ahora eres humano capullo!! Has de usar lo que ellos usan!
_ Uff…! Demasiado difícil… Me hubiera equivocado de mueble blanco seguro…
El primer rayó de sol apareció y con él, el momento de salir de dudas. Será perro? Será hombre? Los dos amigos se miraban con los dedos cruzados, “que sea perro, que sea perro…!”, repetían en voz baja como si de una letanía se tratase. La luz natural iluminaba ya todo el vecindario haciendo que las farolas de la calle se apagaran y no ocurrió nada. Era absurdo seguir esperando, ya tenían respuesta: hombres.
Dogger no pudo contenerse y lloró. Tampoco demasiado, no había tiempo para lamentos, tendrían que salir de allí antes de los amos adultos o los amos infantes descubrieran a dos tipos desnudos en la casita del perro. “Llora todo lo que quieras pero llora corriendo”, le dijo Pimkye a Dogger y corrieron como locos, desnudos, con la ropa de sus amos en las manos, en busca de un lugar seguro donde poder refugiarse, al menos hasta que pudieran vestirse, a salvo de alguna voz que dijera “maricones” y que les condenara. Ese lugar tenía nombre, el viejo caserón, una casa abandonada al final de la calle donde nadie entraba nunca porque decía la leyenda que allí habitaban los fantasmas de tres niños asesinados por el antiguo dueño. Fuera verdad o no la leyenda, ellos se metieron allí porque son mucho más temibles los vivos armados que cualquier ánima. Una vez dentro, se enfrentaron a sus verdaderos enemigos, el terrible pantalón y la despiadada camisa. Los niños tardan en aprender a vestirse solos, la pregunta es, cuánto tiempo tardarían en aprender dos perros? Hay respuesta para esa pregunta, treinta y cinco horas seguidas usando el método “ensayo y error” hasta la desesperación. Lo que quedará para la leyenda junto con los tres niños y el dueño asesino es el cómo aprendieron a abrocharse los botones de las camisas. Quizá sí hubiera fantasmas en la casa abandonada y les echaron una mano en vez de asustarles, tres pequeños “Casper”, amables y risueños, que no dudaron en ayudar a dos hombres en apuros. La verdad, no sé cómo fue, lo que sí sé es que a las veintisiete horas de haber empezado a intentarlo, los dos hombres se volvieron hacia una de las paredes del salón y comenzaron a ladrar, lo que me lleva a pensar que, efectivamente, allí había fantasmas que fueron percibidos por el sentido canino aún latente dentro de esas cabezas humanas. Me imagino a los espíritus desesperados, diciéndose entre ellos “joder, qué animales…! Anda, vamos a ayudarles que me están dando pena…”. Aunque, cuando sí que debieron desesperarse de verdad fue en el momento en que Pimkye y Dogger, ya vestidos correctamente y hasta con la camisa por dentro del pantalón, volvieron a desnudarse para dar rienda suelta, una vez más, a sus manos, a ambas manos. Y como allí estaban tranquilos y anochecería en poco tiempo, decidieron hacer noche en aquel salón.
El despertar la mañana siguiente fue todo un calvario. Esos cuerpos humanos que ahora usaban estaban consumidos después de un gran número de horas sin alimentarlos, así que la prioridad, muy por encima de cualquier otra cosa, era comer. Tenían los papeles verdes, solamente restaba encontrar un buen lugar. El supermercado del centro comercial era una opción aceptable, con su surtida sección de alimento canino dispuesto en sacos industriales tan pesados que bien podrían hacer volcar los carritos, pero era muy posible que ese alimento no fuera el adecuado para sus nuevos cuerpos, qué humano necesita que su pelaje del lomo brille o ser desparasitado? Además estaba el tema del aparato digestivo que podría dañarse ingiriendo comida para perros, aunque, después de todo, cuando hay hambre, hay hambre, y no creo yo que ningún estómago humano vacío vaya a hacer ascos a cualquier cosa que le llegue por el esófago, ni siquiera si lo que llegara fueran tuercas de acero inoxidable de paso ancho. Pero, la verdad, teniendo dinero y la posibilidad de ir a cualquier sitio, para qué liarse con las opciones. Lo mejor sería acudir a un lugar de alimento humano y comer allí lo que les sirvieran, por mal que supiera. Después de llenar el estómago ya tendrían tiempo de buscar el camino para resolver el embrollo en el que se habían metido.
El lugar escogido fue Buddy´s. Era el mejor de la zona, un montón de comida al más puro estilo inglés, que bien serviría como única toma del día, por poco más de cinco dólares, cinco cuarenta y cinco para ser exactos. Los chicos tomaron dos desayunos cada uno sin que se notase demasiado su poca habilidad con los cubiertos entre la clientela del local, más aún, se podía decir que los usaban incluso mejor que algunos de los clientes, este es el país de la hamburguesa y del perrito caliente, aquí se usan las manos hasta para la sopa china… Pimkye y Dogger probaron el café. No les gustó en absoluto, cosa ésta normal cuando no se añade azúcar, pero bueno, tampoco vamos ahora a exigir a dos perros en cuerpos de hombres que conozcan todos los protocolos a la hora de tomar café. Aunque lo hubieran añadido, igualmente no les hubiera gustado porque alteraba sus corazones y los hacía sentir como si el mundo girara un millón de veces más rápido de lo que lo hace. Aparte de esto, el balance como humanos se puede decir que era bueno: los huevos fritos, bien; el calorcito de la ropa, bien; sus hábiles manos llenas de dedos, muy bien…
“Pimkye, he pensado…”, dijo Dogger mirando al infinito a través del ventanal del local de Buddy. Esto dejó perplejo a su compañero que desde que eran humanos no había visto a su amigo actuar o decir nada con un mínimo de sentido, pero lo cierto es que realmente había hecho un ejercicio mental totalmente lógico y coherente que no suponía comportarse como un animal e ir orinando por todos los árboles del barrio para marcar el territorio. Dogger habló: “mira, el día que encontramos la roca también estuvo allí la labrador aquella con la que flirteabas, lo recuerdas? Con un poco de suerte, ella sigue siendo perra y nos puede ayudar a buscar con su olfato, no? Qué te parece?”.
A Pimkye lo costó reconocerlo_ a los líderes, y Pimkye lo era, como humano y antes como perro, les incomoda mucho que sus supuestos subordinados piensen, mucho más que lo hagan mejor que ellos_ pero la ocurrencia de su amigo era brillante. La perra es cierto que estuvo allí y que merodeó cerca de la piedra, pero no lo suficiente como para que las radiaciones le afectaran, con lo que era más que probable que mantuviera su estado canino original. Y además estaba localizada. Era la perra de los Smith, un matrimonio mayor de un par de calles más para allá de donde vivían ellos. Simplemente tendrían que ir allí y raptarla. Luego le dirían el “busca, busca…” tan efectivo con los perros para que les llevara hasta el lugar donde habían enterrado la maldita piedra.
No tardaron mucho en llegar a la casa de los Smith. “Mira, Dogger, está ahí…”, dijo Pimkye. La labrador correteaba por su parcela detrás de una pelota de tenis. El hecho de que Pimkye, cuando era perro, estuviera a punto de copular con ella_ de no haber sido por el descubrimiento lo hubiera hecho con total seguridad_ no suponía que supiera su nombre, algo que sucede también entre algunos humanos. Silbó, gritó, chasqueó los dedos, pero nada, la muy perra no hacía ni caso, maldita fidelidad canina!! Los métodos “limpios” estaba claro que no servirían, así que se vieron obligados a usar el método “sucio” o “callejero” que consiste en agarrar, sujetar el hocico para que no ladre o muerda y correr. Era algo fácil, pero también peligroso. Si tuvieran la mala fortuna de ser vistos por el amo de la perra o por algún vecino metijón tendrían que salir corriendo de allí, y correr muy rápido, mucho más que las balas que les precederían (sé que uso demasiado esto de disparar pero esto es América, aquí las cosas se arreglan así y el más tonto hace blanco en una lata de Pepsi a seiscientos pies). Pero tendrían que arriesgar, no tenían otra opción, bueno, no tenían otra opción hasta que a Pimkye se le encendió una lucecita. Le pidió a su compañero que se fuera, que le dejara solo delante del la parcela de los Smith y que le esperara en su cuartel general, la casa abandonada. Quince minutos después, el pastor belga encerrado en un cuerpo humano apareció con la perra caminando a su lado como si él fuera su verdadero amo. También quince minutos después, la señora Atkinson, que miraba por la ventana de su cocina enfrente de la casa de los Smith, cayó al suelo víctima de un infarto.
_ Pero Pimkye, cómo lo has hecho?_ preguntó Dogger totalmente sorprendido y lleno de admiración por su líder.
_ Mira, amigo_ respondió_ desde que tengo este cuerpo, estoy en celo continuo… Tú también, debe ser un rasgo del macho humano… Me baje la tela que llevamos en las piernas de atrás y dejé que la perra me oliera el trasero. Sus hormonas han hecho el resto…
Sin un segundo que perder, obligaron, ordenaron más bien, a la perra que buscara. “Busca, busca…”, le decían una y otra vez los dos al unísono. Insistían e insistían y el animal únicamente les miraba y ladraba un par de veces como queriendo decir, supongo yo, en su idioma perruno un más que coherente “pero qué coño busco??”. Fue dos horas más tarde cuando a uno de los dos compañeros de aventura se le ocurrió añadir la palabra “piedra” a uno de los “busca” disipando con ella cualquier tipo de duda que pudiera, y que de hecho estoy seguro que tenía, la labrador. Por cierto, es de justicia decir que el que tuvo la idea de pronunciar “piedra” fue Dogger y sí, eso irritó de nuevo al líder belga al ver que era buena y que funcionaba.
“Paradise Hills”, hasta allí condujo el olfato al animal, ese era el lugar donde antes, como perros, jugueteaban algún domingo que otro y donde estaba enterrada la cosa ésa que les había traído la desgracia, ahora bien, la pregunta del millón de dólares era dónde estaba enterrada? Aquel lugar era inmenso, una gran parcela verde que daba cabida cada fin de semana a miles de familias y sus monovolúmenes. Los dos transformados no es que tuvieran muchos recuerdos de su etapa canina y la perra tampoco era un robot al que podían exprimir sin que su físico lo notara. Además, el sol empezaba a retirarse cansado ya de iluminar y dar calor a aquella parte del mundo. Lo mejor, lo más sensato, dentro de lo que dos perros puedan considerar sensato, era irse y volver al día siguiente con fuerzas renovadas y con muchas horas de luz por delante para cometer la ardua tarea de encontrar la roca. Sin más, dieron media vuelta y volvieron a la ciudad.
Ya en el asfalto civilizado, el hambre poseyó de nuevo a los muchachos y una brisa fresca les invitó delicadamente a buscar un lugar cálido y bajo techo donde dormir. Tenían su cuartel, pero les quedaba un tanto retirado y, después del día que habían tenido, estaban realmente cansados como para seguir caminando hasta allí. Era posible que cerca de donde estaban hubiera alguna otra casa abandonada o que alguien estuviera interesado en coger unos cuantos papeles verdes por cobijarles una noche, los humanos estaban locos por ese tipo de papel y hacían cualquier cosa por tenerlos, no era tan descabellado. Preguntaron a un tipo que pasaba paseando por el lugar que no les contestó y que, además, salió corriendo. Esperaron a otra persona a la que poder preguntar. Tardó exactamente veintidós minutos en pasar. Era un hombre joven que olía realmente mal, cosa esta que no alteró ni lo más mínimo a ningún miembro de la expedición, acostumbrados a oler de muy cerca heces de sus congéneres. También estaba sucio, pero aún así, mal oliente y sucio, no huyó como el anterior y, amablemente, les indicó el lugar donde había un pequeño motel. La amabilidad fue porque a cambio de la información les pidió un dólar y Pimkye, antes de que hablara, sacó de su bolsillo un papel y se lo dio, un papel de cien. Les hubiera arropado si se lo hubieran pedido…
El motel estaba bien, habitaciones por horas, ducha, se podía decir que estaba limpio y contaba con dos locales cerca de comida casera pero donde las patatas francesas son congeladas. Solamente encontraron algo que no era de su agrado pero que tuvieron que aceptar porque no les quedaba otro remedio. Eso que tanto les dolió fue un cartel en la puerta que decía “Perros no permitidos”. Después de esconder a la labrador, entraron y cogieron una habitación doble con dos camas y baño. Podían haber cogido la misma habitación con una sola cama por medio dólar menos, pero eso no es dinero para nadie y mucho menos para alguien que no es consciente de lo que es medio dólar y contando que el acompañante era Dogger, mejor dormir separados…
“Quédate aquí y no te muevas…”, le dijeron a la perra y salieron de la habitación para dirigirse a uno de los dos locales a cenar, tres hamburguesas dobles cada uno y un puñado de patatas que Dogger recogió del suelo caídas de las otras mesas. La verdad es que los humanos comían mucho mejor que ellos cuando eran perros. Su comida tenía sabor y era mucho más variada que el pienso ese que ingerían antes, que sí, tenía tres millones de vitaminas y un montón de cosas más beneficiosas para los perros de cualquier edad, pero todo eso no era nada en comparación del placer que supone paladear tres o cuatro sabores a la vez en la boca. Este era otro aspecto bueno de ser hombres.
Terminada la cena, la suya y la que dejaron en las mesas los demás comensales, la camarera, sonriendo, le ofreció una copa. “Una copa? Qué cojones es eso?”, pensó Pimkye, pero como era belga y eso conllevaba ser abierto a nuevas experiencias y aventurero_ si no lo creeís, preguntad en el Congo_ no dudó y dijo que sí a esa “copa”, fuera lo que fuera. La camarera, al no recibir orden acerca de qué sería la copa, decidió servir la que a ella le diera la gana: whiskey_ había un cincuenta por ciento de posibilidades de que fuera whiskey. La otra opción era vodka. Estas son las bebidas de este tipo de locales, tampoco queramos ahora que además de servir comida a las doce de la noche también sirvan “Babana Split” o “Daiquiri”_
El líquido estaba fuerte, quemaba la garganta pero tenía algo que hacía que no pudieran dejar de beberlo, por eso hubo una segunda y una tercera copa. Entonces fue cuando una mujer sentada en la barra del local miró a Pimkye a los ojos y sonrió.
A la mañana siguiente, pronto y con la cabeza a punto de explotar, Pimkye salió de la habitación de la mujer de la barra y fue hasta la suya a buscar a su amigo.
_Dogger! Venga, vámonos al campo ese…
_ Espera, espera…! Qué prisas son esas? Antes tendrás que contarme qué tal con esa humana, no?
_ Sinceramente, fantástico!! Este cuerpo humano está lleno de posibilidades…!
_ Pero dime, cómo fue? Qué te dijo? No sé, cuéntame…
_ Pues tomamos más copas de esas… Por cierto, que tuve que ser yo el que soltara los papeles verdes… Luego fuimos a su habitación y allí, sin mediar palabra, metió su lengua en mi boca. Eso me aceleró el corazón. Agarró mis manos y las hizo coger dos bultos que tenía en el pecho, bultos magníficos!!. En ese momento pensé en preguntarle si querría lamerme tal y como solíamos hacer antes entre nosotros, pero no hizo falta, ella misma, a voluntad, se agachó y lamió.
_ Uff…! Y qué tal?
_ Superior!! He aprendido que no sólo se lame, sabes? También hay que metérselo en la boca entero y moverse hacia atrás y hacia delante… Yo con esto ya estaba más que contento, la verdad, pero se ve que ella no y me ordenó que hiciera yo lo mismo con ella… Por supuesto que lo hice, pero eché de menos mi antigua lengua…
_ Sigue, sigue, qué más?
_ Gritaba mucho. Yo me asusté pero, al parecer, eso hacen algunas mujeres humanas. De repente me dijo “házmelo por detrás, estilo perro” y yo le dije “nena, esa posición la bordo…”
_ Y qué hiciste?
_ Hacérselo, copular!! Sabes? Siendo humano es mucho mejor que siendo perro. Los gritos de las hembras son por placer, incluso yo llegué a gritar… y lo hacen por gusto, no para procrear… Pero lo mejor de todo es que cuando terminas no te quedas enganchado a ella, sale solita y, escucha, un rato después, puedes repetir!!
_ Sí, ya sabía que se puede repetir…
_ Lo sabías? Cómo?
_ Bueno, verás… …estaba aquí solo… …la labrador me miraba, yo la miraba a ella… …y es que está buena… qué te voy a contar que tú no sepas ya…!