Contadas ya todas las andanzas nocturnas y habiéndose lamido todo el cuerpo a modo de aseo personal_ el baño de la ducha, pagado y sin usar_ salieron del motel hacia el campo de recreo. Tenían todo el día por delante y la ayuda de la perra, nada podía fallar, a excepción de que ésta se distrajera con algo, una mariposa, una deposición de otro macho. Para que eso no ocurriera, compraron un buen saco de alimento canino, calidad “deluxe”, para tenerla bien contenta y agradecida. Creyeron que sería suficiente pero lo cierto es que Dogger tuvo que aplicarse de nuevo con ella detrás de un matorral para apagarle el celo. Los labradores son perros listos, no hay nada como estar bien comido y mejor fo… para afrontar un duro día de trabajo con garantías de éxito.
Cinco horas después de haber llegado a Paradise Hills y habiendo peinado ya un buen montón de acres, pulgada por pulgada, Preciosa, que así era como llamaba Dogger a la perra desde que intimaron, encontró algo junto a un riachuelo a los pies de alcornoque medio seco. Los dos muchachos corrieron hacia allí y, arrodillados, escarbaron en la tierra humedecida con la uñas, llenos de ansiedad. Entonces, una voz profunda y grave habló:
_ Yo, en vuestro lugar, no haría eso…!
Un viejo decrépito y sucio estaba sentado en una piedra, bajo una sombra, justo detrás de ellos. Tenía una gran barba grisácea, muy enredada, y las manos cuarteadas y encallecidas, como alguien que ha vivido largo tiempo a la intemperie. Su ropa no se puede decir que fuera ropa, más bien eran harapos, restos de prendas que otrora fueron, seguramente, el orgullo de algún hombre pero que ahora no pasaban de simples trapos sucios y raidos. El viejo mantuvo su mirada clavada en los dos hombres arrodillados una vez dijo lo que dijo, esperando claramente que la curiosidad hiciera efecto en alguno de ellos y preguntara el “por qué” de rigor, pregunta esta que, a un cerebro humano que siempre fue humano hubiera llegado al instante, tardó en aparecer más de tres minutos en los cerebros de los chicos, tres minutos, ciento ochenta segundos en los que los tres individuos permanecieron en silencio mirándose fijamente, Justo en el segundo ciento ochenta y uno, Dogger, otra vez él, por delante de su líder, preguntó por qué.
El viejo misterioso, lleno de satisfacción por saber algo que otros no sabían y tener la oportunidad de contarlo y ser escuchado, sacó una pipa vieja como él de un agujero que seguramente usaba a modo de bolsillo, la golpeó contra la roca en la que se sentaba, la llenó de unas hiervas que sacó de otro agujero y las prendió fuego chupando con insistencia al mismo tiempo. Efectuado el ritual del nuevo personaje en escena que se dispone a revelar al lector un secreto que arroje algo de luz sobre el cuento, el anciano habló:
_ La roca es caprichosa… Hace lo que quiere y es totalmente impredicible…
_ Y qué quiere decir con eso?_ replicó Dogger muy excitado y enfadado.
_ Quiero decir que si volveís a exponeros a su luz rosácea, es posible que, esta noche, os convirtaís en a saber qué…
_ No volveremos a ser perros??
_ Ah…!! Sois perros…!? Muy curioso… si señor, muy curioso… Os puedo decir que yo era un toro. En mil novecientos veinte esto era un campo de pasto para ganado vacuno y yo era el semental. Un día, pastando, me topé con esa cosa salida del mismísimo infierno y me transformé en lo que soy ahora, mucho más joven, claro está… Pensé como vosotros, que exponiéndome de nuevo podría dar marcha atrás… Qué iluso…! Lejos de volver a ser el toro fuerte que fui pasé a ser hurón… Repetí y repetí la operación hasta dar con la solución… Nada. De hurón a cabra, de cabra a cerdo, luego gallina, ornitorrinco, caballo percherón, gacela Thomson, cucaracha… Por fortuna, algo en mi cabecita me decía que no debía moverme de al lado de la piedra, porque después de pasar por el cuerpo de cientos de animales, la maldición hizo que fuera una cuchara de madera, luego exprimidor, billetera usada, vacía por más señas, y espumadera, cualquier cosa que os imagineís excepto toro. Un día, no sé ni cómo ni por qué, ni si mucho tiempo después o poco, volví a ser hombre y decidí quedarme en ese estado, que más vale ser un humano que no una cabra o un exprimidor, no? Llevo sesenta años cerca de la roca intentando descifrar el misterio que la envuelve para encontrar el modo ser toro semental de nuevo…
_ Dios Canino Santo, Pimkye…!!_ exclamó Dogger_ nunca volveremos a ser perros…!
_ Nunca, lo que se dice nunca, tampoco, amigo mío_ dijo el viejo_ Quiero pensar que hay un modo, necesito creer en ello para poder seguir viviendo… Ahora bien, que tardará, eso dalo por hecho, así que, lo mejor que se puede hacer es intentar divertirse lo más posible mientras se es hombre.
_ Yo ya me divierto mucho solo _interrumpió Pimkye.
_ Ya, comprendo… pero solo no lo óptimo. Sé que es bueno y satisfactorio, pero amigo, con compañía femenina es glorioso…!
_ Ahí tienes razón, abuelo…_ aseguró el belga dibujando una media sonrisa pícara en su cara_ Pero de dónde sacaremos hembras con las que pasarlo bien?
_ Todavía no usaís el cerebro humano como debeís, no? Tenemos la piedra, tenemos una perra… me seguís?
Pimkye entendió al momento la propuesta del viejo y era de su agrado, estaba muy bien pensado y era absolutamente lógico que mucho mejor era pasarlo bien en esas circunstancias que estar llorando o lamentándose, que no les conducía a ninguna parte. Y para esas alturas, él ya sabía que lo mejor de ser hombres, mucho mejor que el calor de la ropa o los sabores de las comidas variadas residía en yacer con una hembra.
Casi aceptada la propuesta, hubo un pequeño inconveniente. No todos los machos estaban en la misma sintonía. Dogger se levantó del suelo, puso a Preciosa bajo sus piernas y con furia gritó “a Preciosa ni tocarla…!!” Su postura era coherente, él no había catado hembra humana, tan solo hembra perra y hasta ese momento, para él, eso era lo mejor que existía en la faz de la Tierra, unido esto a que realmente le había cogido afecto a su querida labrador. Era un problema tal actitud, pero ya digo que pequeño. Dogger no tardó mucho en ceder, se conoce que no debía tenerle tanto afecto como yo pensaba, o eso o que su deseo sexual humano era infinito. Más bien lo segundo porque fue a lo que apelaron los dos otros dos machos para convencerle. Una última frase del viejo terminó por hacer caer la furia celosa de Dogger: “y no te preocupes por mí, amigo, a mi edad, casi con mirar me conformo…” La diversión estaba a punto de llegar. Ordenaron a la perra que escarbara en la tierra en busca de la piedra y así lo hizo, obediente ella como la habían educado, sin mucho esfuerzo, acostumbrada como estaba, y como están todos los perros, a excepción de esos que parecen ratas y que alguna mujer con aires de grandeza lleva siempre en brazos, a enterrar y desenterrar objetos valiosos para ellos y algún resto de comida. Pocos segundos después apareció la piedra, reluciente, resplandeciente por tener cerca a Preciosa que permaneció allí el tiempo que los machos estimaron suficiente para que las radiaciones hicieran su trabajo.
Ya solamente restaba esperar. Y como el que espera, desespera, los tres hombres desesperaron lo suyo sintiendo cada segundo como si fuera una eternidad. Bien es verdad que podrían haber practicado su “hobby” mientras la noche llegaba y, ciertamente, fue algo que pasó por la cabeza de los dos jóvenes, no por el hecho de estar esperando y desesperando sino porque era algo que siempre pensaban, estuvieran en la situación que estuvieran, pero el viejo, sabio como el diablo, supo refrenar el ímpetu juvenil con un argumento definitivo: la autosatisfacción agota el cuerpo y lo conveniente era aguantar y guardar fuerzas para cuando la perra fuera mujer. Ante un planteamiento así, nadie, ni aún dos sacos de testosterona en ebullición, puede decir “no”.
Con las doce en el reloj llegó el esperado resplandor que traería el regalo, una mujer guapa y gordita, de carne blanca como la leche y pelo rojizo, completamente desnuda. Quizá por el recuerdo de lo último que su olfato olió, estupefacta y asustada, Preciosa corrió a los brazos de Dogger. La tranquilizaron como buenamente pudieron y, con premura, la pusieron al tanto de lo que había ocurrido. También le contaron cosas que podría hacer de ese momento en adelante con su nuevo cuerpo humano, cosas buenas y agradables, para que no se deprimiese, Lejos de hacerlo y como si el celo canino aún hiciera efecto en ella, se puso manos a la obra con una de las cosas que le habían dicho hasta que los machos jóvenes no pudieron más. Y sucedió lo normal en estos casos, ella quiso más, pero hay un punto en el que ya no hay nada que hacer por mucho que el cerebro diga que sí. Enfadada y decepcionada, Preciosa fijó su mirada lasciva en el viejo. Éste había estado mirando con atención el espectáculo desde la roca en la que le encontraron y al ver acercarse a la mujer desnuda se dijo a sí mismo sin pensar mucho en ello “qué carajo! Voy a intentarlo…!”. Muy animado, quiso emular a sus compañeros y se tumbó en el suelo dejando que ella se pusiera encima. Aquellas caderas comenzaron a moverse suntuosamente y fueron demasiado. El viejo falleció, y falleció, permítanme, por gilipollas, porque hay veces, y con ochentaymuchos es una de esas veces, en las que hay que escuchar al corazón en vez de a la cabeza, y si el corazón, por agotamiento o por lo que sea, dice que no, es que no y punto. Es duro, incluso cruel, que la cabeza, tenga la edad que tenga, mantenga su lívido activa, por eso es recomendable que los ancianos se centren en le dominó y en la brisca, para que no piensen en lo que ya no deben pensar. No obstante hay que decir que, aún muerto, el viejo no dejaba de sonreír.
El cuerpo inerte del anciano no fue algo que asustara o que desanimara a la audiencia allí presente. Para los perros la muerte no tiene el mismo significado que para nosotros, ni siquiera se llama muerte, simplemente se llama “nada”, el viejo se fue y ya está. No lloraron o lo lamentaron, se limitaron a lamerle un poco en señal de afecto. Preciosa por su parte siguió encima de él contoneándose, lo que se empieza hay que terminarlo…
Un par de horas después del incidente, el justo y necesario para recobrar el empuje que les permitiera retozar con la mujer una vez más, Pimkye y Dogger se disponían a repetir, por décima vez, pero algo les hizo replantearse su decisión. La piedra empezó a emitir un pitido agudo y desagradable. Qué era eso? Estaría llamando a alguien? Quizá a sus dueños, unos extraterrestres malvados o una bruja malhumorada de cuento de hadas? Fuera lo que fuese, ese ruido era, claramente, una señal, un reclamo, un aviso dirigido a alguien. Los tres se escondieron rápidamente detrás de un matorral, no fuera a ser que ese pitido fuera el modo por el cual la roca esa actuara a distancia y terminaran sus días como plato hondo o como colibrí. No tuvieron que estar mucho tiempo allí acurrucados esperando a descifrar qué era el sonido aquel porque, detrás de un estruendo ensordecedor, apareció en el cielo una especie de mosquito gigante que escupía luz y se posó en el suelo. El bicho ese daba mucho miedo y no dejaba de hacer ruido. De su interior salieron dos tipos embutidos en unas armaduras blancas y cogieron la roca con unas pinzas muy largas. La metieron en una caja de hierro de paredes muy gruesas y volvieron al estómago del mosquito. Igual que aparecieron, desparecieron en el aire dejando detrás de ellos oscuridad y silenciosa paz.
“Qué coño era eso?”, se preguntaban entre ellos. Nadie tenía una respuesta, ni siquiera alguna ocurrencia, por loca o absurda que fuera, que les diera un indicio de lo que esa cosa pudiera ser. Tan solo Preciosa pudo aportar algo de interés. Ella había visto, entre la polvareda que se había formado, algo inscrito o pintado en un lateral del bicho volante, quizá fuera una información útil. La inscripción eran las letras “C”, la “I” y la “A”, con puntos entre ellas.
Ahora, creo que debo de dar una explicación, al menos hacer un comentario. Que una perra labrador recién transmutada a mujer reconozca caracteres humanos admito que es cuando menos improbable. Hay tomarlo como un misterio que, en este cuento donde hay una piedra que transforma animales en humanos, es totalmente posible. Además, necesito que la perra sepa leer o que sepa que ciertos símbolos son letras porque, la verdad, no se me ocurre otro modo de que tres perros con cuerpos de hombres, entendiendo “hombre” como especie, tengan un hilo del que tirar a raíz de haber visto al helicóptero del gobierno. Le he dado vueltas y vueltas, pero nada, solamente encuentro este camino, así que lo dicho, Preciosa sabe leer o reconoce las letras y no hay que darle más vueltas al tema. Si en Hollywood pueden hacer que un tipo, diez años después, haga mella en Vietnam con un fusil y un cuchillo de campo, cosa que no pudieron hacer más de medio millón de soldados con maquinaria pesada, o si pueden amenazar primero la Tierra con un meteorito gigantesco para luego salvarla con un puñado de artificieros de la minería al frente, si ellos pueden hacer eso, yo me permito el lujo de hacer que una perra sepa leer y me quedo tan tranquilo…
“C”, “I” y “A”, “C.I.A.” fue exactamente lo que Preciosa vio. Qué significaría eso? Estaba claro que era algo que seguir, un hilo del que tirar (aquí está el hilo) para llegar hasta el lugar donde resolver todas sus dudas e inquietudes. Ahora bien, dónde irían? A quién preguntarían? No hay un lugar en los barrios donde se pueda leer en su rótulo exterior “C.I.A.” para ir y preguntar por la solución de enigmas, “hola buenos días, quisiera información sobre el asesinato de JFK…”, “Buenas… …sería tan amable de enseñarme los dosieres acerca de la invasión de Panamá…?”. Esto no existe, como es lógico. Debería, si es que eso de la democracia y de que el pueblo es soberano es cierto, que ya queda claro que no es cierto, al menos en la práctica. Así que, no existiendo ese lugar, iba a ser un problema grande el encontrar información de esas tres letras. Preciosa las escribió en la arena para que sus compañeros pudieran saber de qué estaba hablando cuando nombraba a las tres letras y eso fue determinante. Dogger cerró sus ojos para estrujar mejor su memoria buscando algo en algún rincón de su cerebro. Permaneció así varios minutos, procesando datos, haciéndolos pasar a toda velocidad por delante de sus ojos y, de repente, dijo suavemente “sigue, sigue…” y todo lo que estaba viendo en su recuerdo se desvaneció. Cómo recordar algo con Preciosa agachada frente a uno…!! No hay problema, por grande que éste sea, que impida a dos o más humanos tener sexo, mucho menos si la hembra está receptiva o si, mejor aún, es ella quién lo propone_ todos sabemos ya, excepto algún Casanova fanfarrón, que hay sexo si ellas quieren_.
Entretenido en la tarea, justo en el clímax, en el momento en el que empiezan a salir palabras de la boca sin que necesariamente el cerebro lo haya ordenado, Dogger gritó “mi amo, mi amo…” y terminó. Luego, mucho más relajado y visiblemente satisfecho, aclaró sus palabras: “Mi amo adulto, él tiene papeles blancos con esas cosas que Preciosa vio. Hemos de volver!”.
Solventado el pequeño problema de la desnudez de Preciosa (hasta ahora la muchacha había estado un buen número de horas como Dios la trajo al mundo, mejor dicho, como la piedra la trajo al mundo), los tres pusieron rumbo a su ya antiguo barrio. Se les veía nerviosos por el hecho de ver de nuevo a sus amos y sus hogares, como un muchacho que ve a su ex tiempo después. Habría pocos cambios. Sus familias seguirían allí, haciendo las cosas habituales y mostrando claros síntomas de tristeza por la pérdida de sus “amigos”, que era lo que el trío consideraba que eran para sus amos, amigos más que mascotas o animales de compañía. Sí, sería bonito verles, aunque también sería duro porque tener delante a seres queridos que sufren y no poder correr hacia ellos a estrecharles en tus brazos para aplacar su pesar es algo que necesariamente marca el corazón.
Cinco horas después de haber llegado a Paradise Hills y habiendo peinado ya un buen montón de acres, pulgada por pulgada, Preciosa, que así era como llamaba Dogger a la perra desde que intimaron, encontró algo junto a un riachuelo a los pies de alcornoque medio seco. Los dos muchachos corrieron hacia allí y, arrodillados, escarbaron en la tierra humedecida con la uñas, llenos de ansiedad. Entonces, una voz profunda y grave habló:
_ Yo, en vuestro lugar, no haría eso…!
Un viejo decrépito y sucio estaba sentado en una piedra, bajo una sombra, justo detrás de ellos. Tenía una gran barba grisácea, muy enredada, y las manos cuarteadas y encallecidas, como alguien que ha vivido largo tiempo a la intemperie. Su ropa no se puede decir que fuera ropa, más bien eran harapos, restos de prendas que otrora fueron, seguramente, el orgullo de algún hombre pero que ahora no pasaban de simples trapos sucios y raidos. El viejo mantuvo su mirada clavada en los dos hombres arrodillados una vez dijo lo que dijo, esperando claramente que la curiosidad hiciera efecto en alguno de ellos y preguntara el “por qué” de rigor, pregunta esta que, a un cerebro humano que siempre fue humano hubiera llegado al instante, tardó en aparecer más de tres minutos en los cerebros de los chicos, tres minutos, ciento ochenta segundos en los que los tres individuos permanecieron en silencio mirándose fijamente, Justo en el segundo ciento ochenta y uno, Dogger, otra vez él, por delante de su líder, preguntó por qué.
El viejo misterioso, lleno de satisfacción por saber algo que otros no sabían y tener la oportunidad de contarlo y ser escuchado, sacó una pipa vieja como él de un agujero que seguramente usaba a modo de bolsillo, la golpeó contra la roca en la que se sentaba, la llenó de unas hiervas que sacó de otro agujero y las prendió fuego chupando con insistencia al mismo tiempo. Efectuado el ritual del nuevo personaje en escena que se dispone a revelar al lector un secreto que arroje algo de luz sobre el cuento, el anciano habló:
_ La roca es caprichosa… Hace lo que quiere y es totalmente impredicible…
_ Y qué quiere decir con eso?_ replicó Dogger muy excitado y enfadado.
_ Quiero decir que si volveís a exponeros a su luz rosácea, es posible que, esta noche, os convirtaís en a saber qué…
_ No volveremos a ser perros??
_ Ah…!! Sois perros…!? Muy curioso… si señor, muy curioso… Os puedo decir que yo era un toro. En mil novecientos veinte esto era un campo de pasto para ganado vacuno y yo era el semental. Un día, pastando, me topé con esa cosa salida del mismísimo infierno y me transformé en lo que soy ahora, mucho más joven, claro está… Pensé como vosotros, que exponiéndome de nuevo podría dar marcha atrás… Qué iluso…! Lejos de volver a ser el toro fuerte que fui pasé a ser hurón… Repetí y repetí la operación hasta dar con la solución… Nada. De hurón a cabra, de cabra a cerdo, luego gallina, ornitorrinco, caballo percherón, gacela Thomson, cucaracha… Por fortuna, algo en mi cabecita me decía que no debía moverme de al lado de la piedra, porque después de pasar por el cuerpo de cientos de animales, la maldición hizo que fuera una cuchara de madera, luego exprimidor, billetera usada, vacía por más señas, y espumadera, cualquier cosa que os imagineís excepto toro. Un día, no sé ni cómo ni por qué, ni si mucho tiempo después o poco, volví a ser hombre y decidí quedarme en ese estado, que más vale ser un humano que no una cabra o un exprimidor, no? Llevo sesenta años cerca de la roca intentando descifrar el misterio que la envuelve para encontrar el modo ser toro semental de nuevo…
_ Dios Canino Santo, Pimkye…!!_ exclamó Dogger_ nunca volveremos a ser perros…!
_ Nunca, lo que se dice nunca, tampoco, amigo mío_ dijo el viejo_ Quiero pensar que hay un modo, necesito creer en ello para poder seguir viviendo… Ahora bien, que tardará, eso dalo por hecho, así que, lo mejor que se puede hacer es intentar divertirse lo más posible mientras se es hombre.
_ Yo ya me divierto mucho solo _interrumpió Pimkye.
_ Ya, comprendo… pero solo no lo óptimo. Sé que es bueno y satisfactorio, pero amigo, con compañía femenina es glorioso…!
_ Ahí tienes razón, abuelo…_ aseguró el belga dibujando una media sonrisa pícara en su cara_ Pero de dónde sacaremos hembras con las que pasarlo bien?
_ Todavía no usaís el cerebro humano como debeís, no? Tenemos la piedra, tenemos una perra… me seguís?
Pimkye entendió al momento la propuesta del viejo y era de su agrado, estaba muy bien pensado y era absolutamente lógico que mucho mejor era pasarlo bien en esas circunstancias que estar llorando o lamentándose, que no les conducía a ninguna parte. Y para esas alturas, él ya sabía que lo mejor de ser hombres, mucho mejor que el calor de la ropa o los sabores de las comidas variadas residía en yacer con una hembra.
Casi aceptada la propuesta, hubo un pequeño inconveniente. No todos los machos estaban en la misma sintonía. Dogger se levantó del suelo, puso a Preciosa bajo sus piernas y con furia gritó “a Preciosa ni tocarla…!!” Su postura era coherente, él no había catado hembra humana, tan solo hembra perra y hasta ese momento, para él, eso era lo mejor que existía en la faz de la Tierra, unido esto a que realmente le había cogido afecto a su querida labrador. Era un problema tal actitud, pero ya digo que pequeño. Dogger no tardó mucho en ceder, se conoce que no debía tenerle tanto afecto como yo pensaba, o eso o que su deseo sexual humano era infinito. Más bien lo segundo porque fue a lo que apelaron los dos otros dos machos para convencerle. Una última frase del viejo terminó por hacer caer la furia celosa de Dogger: “y no te preocupes por mí, amigo, a mi edad, casi con mirar me conformo…” La diversión estaba a punto de llegar. Ordenaron a la perra que escarbara en la tierra en busca de la piedra y así lo hizo, obediente ella como la habían educado, sin mucho esfuerzo, acostumbrada como estaba, y como están todos los perros, a excepción de esos que parecen ratas y que alguna mujer con aires de grandeza lleva siempre en brazos, a enterrar y desenterrar objetos valiosos para ellos y algún resto de comida. Pocos segundos después apareció la piedra, reluciente, resplandeciente por tener cerca a Preciosa que permaneció allí el tiempo que los machos estimaron suficiente para que las radiaciones hicieran su trabajo.
Ya solamente restaba esperar. Y como el que espera, desespera, los tres hombres desesperaron lo suyo sintiendo cada segundo como si fuera una eternidad. Bien es verdad que podrían haber practicado su “hobby” mientras la noche llegaba y, ciertamente, fue algo que pasó por la cabeza de los dos jóvenes, no por el hecho de estar esperando y desesperando sino porque era algo que siempre pensaban, estuvieran en la situación que estuvieran, pero el viejo, sabio como el diablo, supo refrenar el ímpetu juvenil con un argumento definitivo: la autosatisfacción agota el cuerpo y lo conveniente era aguantar y guardar fuerzas para cuando la perra fuera mujer. Ante un planteamiento así, nadie, ni aún dos sacos de testosterona en ebullición, puede decir “no”.
Con las doce en el reloj llegó el esperado resplandor que traería el regalo, una mujer guapa y gordita, de carne blanca como la leche y pelo rojizo, completamente desnuda. Quizá por el recuerdo de lo último que su olfato olió, estupefacta y asustada, Preciosa corrió a los brazos de Dogger. La tranquilizaron como buenamente pudieron y, con premura, la pusieron al tanto de lo que había ocurrido. También le contaron cosas que podría hacer de ese momento en adelante con su nuevo cuerpo humano, cosas buenas y agradables, para que no se deprimiese, Lejos de hacerlo y como si el celo canino aún hiciera efecto en ella, se puso manos a la obra con una de las cosas que le habían dicho hasta que los machos jóvenes no pudieron más. Y sucedió lo normal en estos casos, ella quiso más, pero hay un punto en el que ya no hay nada que hacer por mucho que el cerebro diga que sí. Enfadada y decepcionada, Preciosa fijó su mirada lasciva en el viejo. Éste había estado mirando con atención el espectáculo desde la roca en la que le encontraron y al ver acercarse a la mujer desnuda se dijo a sí mismo sin pensar mucho en ello “qué carajo! Voy a intentarlo…!”. Muy animado, quiso emular a sus compañeros y se tumbó en el suelo dejando que ella se pusiera encima. Aquellas caderas comenzaron a moverse suntuosamente y fueron demasiado. El viejo falleció, y falleció, permítanme, por gilipollas, porque hay veces, y con ochentaymuchos es una de esas veces, en las que hay que escuchar al corazón en vez de a la cabeza, y si el corazón, por agotamiento o por lo que sea, dice que no, es que no y punto. Es duro, incluso cruel, que la cabeza, tenga la edad que tenga, mantenga su lívido activa, por eso es recomendable que los ancianos se centren en le dominó y en la brisca, para que no piensen en lo que ya no deben pensar. No obstante hay que decir que, aún muerto, el viejo no dejaba de sonreír.
El cuerpo inerte del anciano no fue algo que asustara o que desanimara a la audiencia allí presente. Para los perros la muerte no tiene el mismo significado que para nosotros, ni siquiera se llama muerte, simplemente se llama “nada”, el viejo se fue y ya está. No lloraron o lo lamentaron, se limitaron a lamerle un poco en señal de afecto. Preciosa por su parte siguió encima de él contoneándose, lo que se empieza hay que terminarlo…
Un par de horas después del incidente, el justo y necesario para recobrar el empuje que les permitiera retozar con la mujer una vez más, Pimkye y Dogger se disponían a repetir, por décima vez, pero algo les hizo replantearse su decisión. La piedra empezó a emitir un pitido agudo y desagradable. Qué era eso? Estaría llamando a alguien? Quizá a sus dueños, unos extraterrestres malvados o una bruja malhumorada de cuento de hadas? Fuera lo que fuese, ese ruido era, claramente, una señal, un reclamo, un aviso dirigido a alguien. Los tres se escondieron rápidamente detrás de un matorral, no fuera a ser que ese pitido fuera el modo por el cual la roca esa actuara a distancia y terminaran sus días como plato hondo o como colibrí. No tuvieron que estar mucho tiempo allí acurrucados esperando a descifrar qué era el sonido aquel porque, detrás de un estruendo ensordecedor, apareció en el cielo una especie de mosquito gigante que escupía luz y se posó en el suelo. El bicho ese daba mucho miedo y no dejaba de hacer ruido. De su interior salieron dos tipos embutidos en unas armaduras blancas y cogieron la roca con unas pinzas muy largas. La metieron en una caja de hierro de paredes muy gruesas y volvieron al estómago del mosquito. Igual que aparecieron, desparecieron en el aire dejando detrás de ellos oscuridad y silenciosa paz.
“Qué coño era eso?”, se preguntaban entre ellos. Nadie tenía una respuesta, ni siquiera alguna ocurrencia, por loca o absurda que fuera, que les diera un indicio de lo que esa cosa pudiera ser. Tan solo Preciosa pudo aportar algo de interés. Ella había visto, entre la polvareda que se había formado, algo inscrito o pintado en un lateral del bicho volante, quizá fuera una información útil. La inscripción eran las letras “C”, la “I” y la “A”, con puntos entre ellas.
Ahora, creo que debo de dar una explicación, al menos hacer un comentario. Que una perra labrador recién transmutada a mujer reconozca caracteres humanos admito que es cuando menos improbable. Hay tomarlo como un misterio que, en este cuento donde hay una piedra que transforma animales en humanos, es totalmente posible. Además, necesito que la perra sepa leer o que sepa que ciertos símbolos son letras porque, la verdad, no se me ocurre otro modo de que tres perros con cuerpos de hombres, entendiendo “hombre” como especie, tengan un hilo del que tirar a raíz de haber visto al helicóptero del gobierno. Le he dado vueltas y vueltas, pero nada, solamente encuentro este camino, así que lo dicho, Preciosa sabe leer o reconoce las letras y no hay que darle más vueltas al tema. Si en Hollywood pueden hacer que un tipo, diez años después, haga mella en Vietnam con un fusil y un cuchillo de campo, cosa que no pudieron hacer más de medio millón de soldados con maquinaria pesada, o si pueden amenazar primero la Tierra con un meteorito gigantesco para luego salvarla con un puñado de artificieros de la minería al frente, si ellos pueden hacer eso, yo me permito el lujo de hacer que una perra sepa leer y me quedo tan tranquilo…
“C”, “I” y “A”, “C.I.A.” fue exactamente lo que Preciosa vio. Qué significaría eso? Estaba claro que era algo que seguir, un hilo del que tirar (aquí está el hilo) para llegar hasta el lugar donde resolver todas sus dudas e inquietudes. Ahora bien, dónde irían? A quién preguntarían? No hay un lugar en los barrios donde se pueda leer en su rótulo exterior “C.I.A.” para ir y preguntar por la solución de enigmas, “hola buenos días, quisiera información sobre el asesinato de JFK…”, “Buenas… …sería tan amable de enseñarme los dosieres acerca de la invasión de Panamá…?”. Esto no existe, como es lógico. Debería, si es que eso de la democracia y de que el pueblo es soberano es cierto, que ya queda claro que no es cierto, al menos en la práctica. Así que, no existiendo ese lugar, iba a ser un problema grande el encontrar información de esas tres letras. Preciosa las escribió en la arena para que sus compañeros pudieran saber de qué estaba hablando cuando nombraba a las tres letras y eso fue determinante. Dogger cerró sus ojos para estrujar mejor su memoria buscando algo en algún rincón de su cerebro. Permaneció así varios minutos, procesando datos, haciéndolos pasar a toda velocidad por delante de sus ojos y, de repente, dijo suavemente “sigue, sigue…” y todo lo que estaba viendo en su recuerdo se desvaneció. Cómo recordar algo con Preciosa agachada frente a uno…!! No hay problema, por grande que éste sea, que impida a dos o más humanos tener sexo, mucho menos si la hembra está receptiva o si, mejor aún, es ella quién lo propone_ todos sabemos ya, excepto algún Casanova fanfarrón, que hay sexo si ellas quieren_.
Entretenido en la tarea, justo en el clímax, en el momento en el que empiezan a salir palabras de la boca sin que necesariamente el cerebro lo haya ordenado, Dogger gritó “mi amo, mi amo…” y terminó. Luego, mucho más relajado y visiblemente satisfecho, aclaró sus palabras: “Mi amo adulto, él tiene papeles blancos con esas cosas que Preciosa vio. Hemos de volver!”.
Solventado el pequeño problema de la desnudez de Preciosa (hasta ahora la muchacha había estado un buen número de horas como Dios la trajo al mundo, mejor dicho, como la piedra la trajo al mundo), los tres pusieron rumbo a su ya antiguo barrio. Se les veía nerviosos por el hecho de ver de nuevo a sus amos y sus hogares, como un muchacho que ve a su ex tiempo después. Habría pocos cambios. Sus familias seguirían allí, haciendo las cosas habituales y mostrando claros síntomas de tristeza por la pérdida de sus “amigos”, que era lo que el trío consideraba que eran para sus amos, amigos más que mascotas o animales de compañía. Sí, sería bonito verles, aunque también sería duro porque tener delante a seres queridos que sufren y no poder correr hacia ellos a estrecharles en tus brazos para aplacar su pesar es algo que necesariamente marca el corazón.